
La gesta de Calasanz y su lucha titánica por los pobres del mundo
Grandes gestas españolas
La gesta de Calasanz y su lucha titánica por los pobres del mundo
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Cuando se celebran jornadas o actos sobre la Historia de la Educación suele explicarse que la educación pública tuvo su origen en épocas relativamente recientes. En España suelen remontarse a la Ley Moyano, el Instituto-Escuela con Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío, la Institución Libre de Enseñanza o a la II República. Otros van algo más atrás y se retrotraen a la Ilustración y a la Constitución de 1812.
Pero la realidad histórica contradice estas afirmaciones. ¿Y por qué se obvia? Porque parece que parte de la historiografía se resiste a atribuir algún logro social a la iglesia católica por muy relevante que sea. Y más, como es este caso, si debe parangonarse la obra de un sacerdote y santo español.
Hasta hace unas décadas su nombre era muy conocido porque se celebraba su festividad en todos los centros de enseñanza públicos y privados. Estamos hablando de san José de Calasanz, un aragonés que abogó por la educación pública en un tiempo en el que solo era un privilegio de pudientes.

San José de Calasanz
De Aragón a Roma
José de Calasanz nació en Peralta de la Sal, en la comarca oscense de La Litera en 1557 era hijo del alcalde y pronto abandonó su pueblo para formarse en estudios humanísticos y latín. Desde su infancia mostró su don de gentes y arrebatada simpatía personal que haría que sus compañeros lo eligieran su representante. Sintió la llamada de Dios y cursó Filosofía y Derecho canónico en la Universidad de Lérida (1571-1576) y teología en la de Valencia y Alcalá de Henares (1578-1588) y se ordenó sacerdote. Su primer destino fue la Seo de Urgel, una región sometida a un intenso bandolerismo, unos años difíciles que configurarían su sensibilidad humanitaria ante las necesidades y carencias del pueblo llano.
Se trasladó a Roma en 1591, trabajó como preceptor de la poderosa familia Colonna y su estrecha relación con un convento franciscano le hizo especialmente devoto de San Francisco y fue asimilando su espiritualidad y concepto de la piedad. Desconocía que por las mismas fechas estos valores franciscanos serian uno de los grandes hitos de la hispanización de las Américas. Como la comunidad franciscana le nombró visitador pudo constatar muy de cerca la pobreza, física y espiritual de los trece barrios de Roma.
Pocos años después de su llegada vivió la catástrofe del desbordamiento del Tíber que cercenó más de dos mil vidas, dejando huérfanos y a miles de romanos sin hogar. Calasanz, sacando fuerzas de flaqueza, se volcó como pocos en ayudar a los afectados. Curiosamente, lo que más le impactaría es percatarse de la cantidad de niños sin escolarizar, pero no solo debido a la riada, sino por falta de medios económicos. Le conmovieron especialmente aquellos abandonados a su suerte que tenían que trabajar para sobrevivir y llegó a la conclusión de que el único remedio estaba en la educación.
Que ningún niño se quede sin estudiar
Por fin en una visita al barrio del Trastévere, el más pobre de Roma, gestaría la idea. Pensaba que al ser una obra de misericordia, le apoyarían las principales familias de Roma y la propia iglesia, pero esto no sucedió.
No se desanimó y decidió emprender la aventura en solitario. Invertiría todo su pequeño capital y en este barrio, en la vieja sacristía en Santa Dorotea, fundaría la primera escuela pública, popular y gratuita de Europa. Y decidió consagrar su vida a fundar más escuelas: para los niños desfavorecidos. Le daría un nombre que sería muy conocido posteriormente: «Escuelas Pías». Era solo 1597.

La Congregación de los Padres Escolapios
Compró material escolar para su alumnado más necesitado: papel, pluma, tinta y algunos libritos esenciales y se puso manos a la obra.
Y acertó de pleno con una de las medidas que emprendió: encontrar a jóvenes altruistas que compartiesen su proyecto. Su carácter apasionado y dotes de persuasión le hizo reclutar un grupo de jóvenes utópicos que arrimarían el hombro junto a él. Aceptó únicamente maestros que se entregaran con pasión y por vocación, de «perspicaz inteligencia» y buena salud, a quienes definió como «idóneos cooperadores de la Verdad».
Les encomendó la búsqueda de nuevos métodos didácticos, «sencillos, eficaces y, en lo posible, breves». Y organizó las «filas», los maestros después de las clases tenían que acompañar a los niños, para que estuvieran seguros, hasta las puertas de sus casas.
Con el correr del tiempo, las «Escuelas Pías» fueron aumentando, y con ello también creció el número de estudiantes y de colaboradores, a quienes se les empezó a llamar «escolapios». Para darle solidez al proyecto Calasanz fundará en 1617 la Congregación de los Padres Escolapios. Profesaban con un voto específico: dedicación exclusiva a la instrucción y educación de la juventud.
En 1618, transcurridos apenas 20 años de su primera escuela ya atendía a unos 1500 niños romanos. Su calidad y la gratuidad de la enseñanza impresionaron tanto a la sociedad del siglo XVII que llegaron peticiones para que abriese colegios en sus pueblos y ciudades desde distintas naciones de Europa.

Colegio Escolapio de Monforte
Una formación de élite para los maestros
Su gran logro social fue aparejado a grandes innovaciones pedagógicas. La más básica que ha llegado hasta hoy: las aulas colectivas. Hasta entonces, la enseñanza se limitaba a las clases individuales o a pequeños grupos por un preceptor.
Y frente a solo centrarse en los estudios humanísticos que dominaban en la cultura de la época, otro de sus hitos fue el conferir gran importancia a las matemáticas y a la ciencia y que los maestros se formaran con profundidad en estas disciplinas con estudiosos de relevancia entre ellos Campanella, Scioppio y Frascati y uno de los genios científicos de la historia Galileo Galilei amigo personal de Calasanz. Lo había logrado: sus maestros se habían convertido en una élite intelectual al servicio de los más pobres...
Cuando las sombras de la ortodoxia cayeron sobre estos sabios formadores, sobre todo con Galileo continuó animando a sus maestros escolapios a seguir formándose con ellos lo que se volvería contra el propio Calasanz y daría mecha a los enemigos de su proyecto innovador que ya eran muchos. A pesar de estos ataques, Calasanz nunca abandonó a Galileo y cuando, Galileo se quedó ciego, fue cuidado por los escolapios.

San José de Calasanz
Pionero de la pedagogía moderna
Calasanz fue sin duda uno de los pioneros de la pedagogía moderna y sus contenidos fueron novedosos y a veces revolucionarios. Aunque no teorizó sobre ello sus conceptos sobrevuelan en sus cartas, reglamentos, constituciones, memoriales, escritos prácticos y sus más de cinco mil cartas. Calasanz consideraba que los libros escolares, tenían que estar escritos en lengua vernácula algo muy avanzado porque hasta entonces los libros de texto se escribían en latín.
Ordenó que todo colegio tuviera su registro. Fomentó el método preventivo y suavizó los castigos. Organizó y sistematizó la enseñanza escolar que comenzaba a los seis años e iba graduada por niveles y ciclos en la enseñanza primaria. La escolarización se iniciaba en la lectura silábica para luego leer de corrido. Cada cuatrimestre se hacía un examen general en todas las escuelas. Si se superaba se pasaba de curso.
Todos los alumnos debían dominar la escritura con cuidada caligrafía y ahondar en la gramática aquellos que querían estudiar de letras. Las matemáticas las orientaba sobre todo a aquellos alumnos de formación profesional. Si, apostó también por la formación profesional, para que los niños necesitados se formaran en un trabajo especializado del que pudieran vivir con dignidad. ¿Les suena? Y estamos hablando del siglo XVI.
En todo este periplo, Calasanz relegó cualquier pretensión personal, ni se planteó volver a su patria. Felipe III le ofreció las ricas canonjías de la Seo zaragozana y Sevilla pero respondió agradecido: «He encontrado mejor modo de servir a Dios, ayudando a estos pobres muchachos. No lo dejaré por nada del mundo».
Enemigos en la orden
La tarea de Calasanz fue provechosa pero muy dura, porque como su programa era comprometido y revolucionario, fue víctima de envidias e intrigas y le tocó sufrir un calvario en el que los hagiógrafos consideran que mostró la santidad de su persona. Por orden de Urbano VIII fue llevado preso al Santo Oficio. Aunque fue liberado, las hostilidades no cesaron. En 1643 fue relegado de sus funciones, y en 1646 Inocencio X procedería al cierre de la Orden.
Como única respuesta Calasanz: dijo «El Señor nos lo dio, el Señor nos lo quitó. Bendito sea su nombre». Pero no perdió la esperanza. «Dejemos obrar a Dios, que todo volverá a ser más perfecto y hermoso que antes». Calasanz no defendió su persona, repetía: «Me acusan de cosas que no he hecho, pero yo dejo a Dios mi defensa» y luchó con todas sus fuerzas por sus niños pobres, porque no se cerrara ningún colegio. Algo que consiguió y con el tiempo, la orden calasancia se restablecería.
Solo dos años después, tras medio siglo volcado en sus escuelas gratuitas, a los noventa años recibía rodeado de alumnos, la última comunión y moría. Cuando bajaron el cadáver a la iglesia, un niño lo vio y salió gritando por las callejitas romanas: «¡El Santo! ¡El Santo! ¡Ha muerto el Santo!». Porque en Roma se le conocía como el Santo Viejo.
En el siglo XVIII sería beatificado por Benedicto XI, canonizado por Clemente XIII y Pío XII lo proclamó en 1948 «Patrono de todas las escuelas populares cristianas del mundo».

Icono de las escolapias mártires españolas
Los mártires de la Orden: la Guerra Civil
Calasanz había sido perseguido por sus ideas renovadoras, por su deseo de educar a las clases marginadas y el calvario que sufrió no sería el único. Muchos escolapios o calasancios han sufrido persecución, destierro, cárcel, y penalidades, en distintas épocas y lugares por ser fieles su fe y a su vocación calasancia. Los calasancios alemanes fueron hostigados por los protestantes, y el primer escolapio mártir fue Tomás Sperat, en 1681 en Eslovaquia, pero el testimonio martirial escolapio más numeroso sucedió en la guerra civil española, en la que pese a su intensa labor social serían asesinados más de 250 religiosos. Sólo en la diócesis de Barcelona, sufrieron el martirio sesenta escolapios.
El martirio también afectó a las mujeres durante la persecución religiosa española de 1936. Ocho Beatas Mártires de la Escuela Pía femenina, seis religiosas y dos laicas exalumnas, fueron fusiladas. En la época comunista fueron perseguidos en los países del Este. El último, Józef Córszczyk, fue asesinado mientras celebraba la Eucaristía en 1964.
Vocación de eternidad
Desde su primera fundación hasta hoy cientos de miles de alumnos en treinta y una naciones de cinco continentes se irían formando en sus escuelas y en su versión femenina: las Escolapias, las Calasancias o Hijas Pobres de San José de Calasanz, entre otras. Pero no solo eso, tras Calasanz no tardarían en aparecer numerosas corporaciones católicas dedicadas a la enseñanza.
El valor de la obra de Goya
Aunque hoy esté silenciado, curiosamente, san José de Calasanz es recordado con frecuencia por los historiadores del Arte. Y es que un cuadro de Goya recordó su última comunión y los críticos artísticos consideran que es el lienzo en el que el gran artista, normalmente descreído, muestra más que en ningún otro un vívido y sincero espíritu religioso. Tal vez conoció de cerca la labor de sus escuelas y pintó conmovido por la fe y vocación de su paisano aragonés. Aparece comulgando, demudada la faz con la sombra de la muerte en el rostro y sus niños junto a él. Goya, le daba su sitio en la historia del arte y la figura de san José de Calasanz alcanzaba con el lienzo, vocación de eternidad.

La última comunión de San José de Calasanz, de Francisco de Goya
El anticlericalismo silencia su gesta
El anticlericalismo de gran parte de la historiografía ha silenciado el gran valor de Calasanz, pionero de la enseñanza colectiva al alcance de todos. Buscaba la la reforma de la sociedad y la felicidad del hombre, educándole desde «su más tierna infancia». Una educación integral, que formase al alumno intelectual y espiritualmente, y de ahí su lema de «Piedad y Letras».
Y para lograrlo, fundó por primera vez en Europa la escuela pública, popular y gratuita ajena a toda segregación social, étnica o religiosa ,con parámetros que irían siendo copiados in crescendo por estados y organismos de todo el mundo hasta hoy. Y su estela estuvo latente en cientos de miles de alumnos en cinco siglos y cinco continentes.
El sino de los tiempos demostraría la eficacia de la idea de Calasanz y muchas, muchas décadas después, Ministerios de Fomento, Instrucción Pública y Educación Nacional de los gobiernos de países se harían cargo de lo que se llamará «enseñanza pública». Una enseñanza cuyo origen sí o sí no estuvo en los proyectos ilustrados, liberales o reformistas que tanto se parangonan, sino en la gesta titánica de un español, y para más señas, de un santo aragonés.