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Dibujo por Juan Comba ilustrando la inauguración del monumento a Álvaro de Bazán en 1891

Dibujo por Juan Comba ilustrando la inauguración del monumento a Álvaro de Bazán en 1891

Legazpi, Elcano, Bazán y otros héroes en bronce: las estatuas que moldearon la memoria nacional del siglo XIX

Las ideas y valores evocados en los monumentos configuran una determinada concepción del mundo, del pasado histórico y del presente vivido que se encontraba en el centro de la relación entre ciudadanos y espacio urbano

Durante la Edad Moderna, las ciudades españolas fueron decoradas con templetes, fuentes y arcos de triunfos que sacralizaron la ciudad barroca, en la cual las arquitecturas efímeras encontraron una Edad de Oro. Cumplieron las funciones que asumieron los nuevos monumentos creados en las ciudades del siglo XIX, que crecieron debido a la redefinición de espacios urbanos y la necesidad de propagar un nuevo ideario político y cultural ligado al triunfo del liberalismo.

Los ayuntamientos quisieron dotarles de mayor permanencia y estabilidad, potenciando los materiales duraderos frente a los propios de las arquitecturas efímeras como la madera y el cartón pintado.

En el primer tercio del siglo XIX, las primeras figuras históricas que los liberales eligieron como héroes, con el fin de ser perpetuados en virtud de su populismo edificante en estatuas, fueron los protagonistas del Dos de Mayo. Durante la regencia de María Cristina de Borbón, figuras históricas universalmente reconocidas comenzaron a encarnar el orgullo nacional por encima de las controversias políticas y, con consecuencia, su imagen se perpetuó más allá de la dependencia de un presente incierto.

Tal fue el caso de la estatua a Miguel de Cervantes, colocada, en el mes de julio de 1835, en la madrileña plaza de las Cortes. En el reinado de Isabel II, la mayor parte de las ciudades comenzaron a ornar sus plazas, jardines o sus principales edificios públicos, como las universidades, con estatuas de personajes que debían ayudar a la construcción de una historia nacional, destacando famosos personajes de la vida política del siglo XVIII o relacionados con la expansión ultramarina, como la estatua de Juan Sebastián Elcano en Guetaria, levantada en 1861.

Estatua de Juan Sebastián Elcano en Guetaria, levantada en 1861.

Estatua de Juan Sebastián Elcano en Guetaria, levantada en 1861.

La ciudad de Barcelona conoció en este periodo un primer desarrollo escultórico-monumental muy representativo de la confluencia de intereses locales, sociales y simbólicos. En junio de 1851 se inauguró un monumento a Galcerán Marquet, vicealmirante del rey medieval Pedro III y consejero urbano y, cinco años más tarde, el dedicado al marqués de Camposagrado, conocido como «Fuente del Genio Catalán», realizado con motivo de la traída de agua a la ciudad.

En Madrid, el peso de la tradición y la transformación de la imagen monárquica como cúspide del sistema constitucional justificaron el interés por levantar un monumento a Isabel II en la plaza cercana al Teatro Real.

Con la apertura del Sexenio Revolucionario, se erigieron proyectos que, por diversas razones, se habían dilatado en la época isabelina pero que se encontraban ya firmemente ligados al triunfo del liberalismo, como el caso de la estatua a Juan Álvarez Mendizábal, inaugurada con gran solemnidad en la capital en 1869. Este ministro progresista había impulsado la desamortización de bienes eclesiásticos, lo que había posibilitado la venta de monasterios urbanos y la apertura de nuevos espacios para la construcción de la ciudad liberal.

Se mantuvo la tendencia a decorar espacios urbanos con figuras que se iban incorporando al panteón histórico de la Nación liberal, como el pintor Bartolomé Esteban Murillo (Madrid, 1871) y el escritor Fray Luis de León (Salamanca, 1869). Muchos proyectos ideados en esta época, no obstante, fueron desarrollados durante la Restauración borbónica, lo que demostró las dificultades financieras de los ayuntamientos.

Estatua de Miguel de Cervantes en la plaza de las Cortes

Estatua de Miguel de Cervantes en la plaza de las Cortes

Precisamente, el periodo que se abrió a partir de 1875 se caracterizó por una complejidad cada vez mayor de intereses políticos, sociales, económicos, culturales y emocionales en la utilización de la estatuaria pública. Durante sus primeros años, hubo una voluntad conciliadora, superadora de luchas políticas, que facilitó la búsqueda de tipos humanos que fueran unánimemente admirados en la construcción histórica de España, como los héroes de la Guerra de la Independencia o que facilitaran el orgullo nacional, fenómeno que tenía un paralelo y una enorme emergencia en Europa.

De esta manera, la ciudad liberal burguesa hizo suyas la heroicidades de sus antepasados, mientras propagaba la imagen de una urbe decorada por y para el pueblo, frente a la ausencia de monumentos públicos en los años de esplendor del absolutismo, salvo los de contenido religioso.

En esta clase de estatuas, la presencia de la militares y conquistadores destacó en monumentos como los dedicados al invicto almirante Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, inaugurado en Madrid en 1891; a Miguel López de Legazpi, ligado a la conquista de las islas Filipinas, en la plaza mayor de Zumárraga en 1897; a Guzmán el Bueno, señor de San Lúcar de Barrameda y fundador de la Casa de Medinaceli, en León en 1900; o al conde Ansúrez, fundador de Valladolid, en 1903.

Monumento a Legazpi en Zumárraga

Monumento a Legazpi en Zumárraga

El pasado se encarnaba en figuras que merecían un reconocimiento público por su sacrificio en la construcción de España, tal y como se reflejaba también en las ediciones más populares de las historias nacionales escritas en el siglo XIX.

Eso no fue obstáculo para que la Restauración también permitiera la decoración pública con estatuas dedicados a héroes contemporáneos como el general Manuel Gutiérrez de la Concha. Este militar, participante en las tres guerras carlistas, había muerto en batalla, personificando la idea de que no era posible la construcción nacional sin el sacrificio, en ocasiones, de la propia vida.

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