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25 de abril de 2024

Pecados capitalesMayte Alcaraz

Otra de berberechos

Esto de ser jefe de Gobierno te obliga a tragarte gritos e insultos de los que no riegas con el presupuesto ni admiten bonos antitaurinos; a que los currelas te recuerden montado en el Falcon detrás de una gafas de aviador, mientras no les llega para la luz ni para el chuletón que tú les invitaste a comer

Actualizada 16:09

Fue ayer. Con permiso de Moctezuma, López Obrador, Pollo Carvajal, Biden y Monedero, España celebró su Fiesta Nacional y la de la Hispanidad. Casi a la hora en que los madrileños desconectan de la política para ir a la taberna y a la caña con berberechos (qué remanso de paz tabernícola), Pedro Sánchez tenía un dilema: hacer el cursillo para poder disfrutar de su perra Turca, bajo el catecismo Belarra, o acudir a la celebración del 12 de Octubre.
Un hombre de Estado como él optó por lo segundo. Pero este otoño machadiano lo requirió al pie de la fuente de Guiomar para apacentar sus amores, y relegó el tiempo que lleva recorrer los cinco kilómetros que median entre el Palacio de La Moncloa y la tribuna conmemorativa de la Hispanidad en la Castellana a la soberbia impostura de llegar por los pelos, aprovechando la comitiva del Rey Felipe, en lugar de esperar a la Familia Real comme il faut, junto a la ministra de Defensa. Sabía que le aguardaban los cayetanos, esos fachas que no comprenden sus logros históricos y le llaman «cateto» y «okupa». Así que decidió hacer tiempo dando vueltas para minimizar el «cariño» de la calle, ay, la calle, ese terreno siempre conquistado por la retórica de la izquierda y perdido por su impostura.
Y es que en Madrid, el presidente no sabe en qué calle quedarse. Ha perdido hasta la de Ferraz, que vota a Ayuso. Aunque a él le gusta decir que los que le abuchean son los de Serrano (será recuerdo de cuando jugaba en el Estudiantes), el 4 de mayo le dejó clarito que el grueso de sus fans los reparte democráticamente por los 21 distritos y 179 municipios de Madrid, de Vallecas a Usera, de Leganés a Galapagar, y de Parla a Cenicientos. Porque los cayetanos de Sánchez son universales: unos compran en Hermès y otros en el Hiperusera. Unos lancean tacos de lomo de atún rojo con cuna de caviar y otros bregan con aceitunas rellenas de algo después de 12 horas doblando el lomo. Ecumenismo en estado puro.
Era comprensible. Daba pereza cruzar Madrid para recibir una tocata de abucheos que convirtieron los que se llevó Zapatero en sus siete años gloriosos en un bisbiseo. Ya curtido en descortesías institucionales hacia el Rey, llegó segundos antes de que Felipe VI lo hiciera. Había que reducir daños. Desde el coche, pudo oír los aplausos a esa presidenta de Madrid, a la que él y sus estómagos agradecidos miran con desprecio machista, comportamiento del patriarcado permitido –este sí– por las nuevas sacerdotisas de la matria, Montero y Belarra, ayer dedicadas a cuchichear desde la tribuna de la Castellana. Tenían tarea: calcular las bajas que se tomarán a cuenta de las menstruaciones difíciles y firmar los nombramientos de una condenada y dos imputados en el organigrama del Ministerio de Igualdad. Y que trabaje Escrivá hasta los 80.
Los tabernarios del berberecho le dijeron cosas muy feas ayer a Sánchez, algunas inadmisibles. Justo es reconocerlo. Eso sí, no más que las que han recibido ellos: machistas, clasistas, xenófobos, homófobos, fascistas y sembradores de bombas víricas. Como en las urnas solo se puede votar, ayer le tradujeron al madrileño castizo lo que se llevó el 4 de mayo el pobre Ángel Gabilondo. Con un plus: cuando hundieron al PSOE como tercer partido de la Asamblea, los madrileños no sabían todavía que el asedio seguiría y que además de subirle los impuestos, el presidente del Gobierno de España también les quiere descapitalizar la región más próspera llevándose instituciones nacionales, por ejemplo, el Senado, que podría ser el nuevo manifestódromo en Barcelona. Y eso sin descartar la retirada de la comisaría de la Policía de Vía Layetana para convertirla en centro de la memoria. Pura coherencia patriótica. Perdida la ciudadela, hay que darle cuartelillo a los Ximos y a los Pages, para que sumen unos votillos dentro de dos años, que bien vendrán a la caja común, y oxígeno a los independentistas para que puedan vender los últimos jirones de España en el mercadillo indepe.
Esto de ser jefe de Gobierno tiene estas amarguras: te obliga a tragarte gritos e insultos de los que no riegas con el presupuesto ni admiten bonos antitaurinos; a que los currelas te recuerden montado en el Falcon detrás de una gafas de aviador, mientras no les llega para la luz ni para el chuletón que tú les invitaste a comer para sacar la pata de un descerebrado; a gestionar el alborozo ciudadano por un Ejército del que tú abjuraste antes de llegar al poder; y, lo que es peor, a honrar a un Rey y a una bandera cuya humillación quieres despenalizar, a cambio de un puñado de votos de Podemos, Otegi y Junqueras. No me digan que no tiene sapos que tragarse Sánchez.
Hágame caso, señor presidente, están más buenos los berberechos.  
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