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16 de abril de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Marlaska, Abascal y el asesinato de Calvo Sotelo

El mismo Marlaska que acusa a la derecha de sembrar el odio y transforma en una causa general contra el PP y VOX un ataque homófobo falso en Malasaña, se dedicó a tapar uno de los acontecimientos más escandalosos de la democracia reciente

Actualizada 05:01

El 7 de abril de 2021, a menos de un mes para las elecciones en la Comunidad de Madrid, Pedro Sánchez cogió el coche oficial y se marchó a Boadilla del Monte a participar en un mitin de su candidato a la presidencia regional, el catedrático Ángel Gabilondo. Barajó utilizar el Falcon, pero las maniobras de acercamiento eran incompatibles con la escasa distancia entre la base de Torrejón y uno de los feudos del PP más emblemáticos.
La otra opción era el helicóptero Puma, pero hasta a él, hombre sin pudores como pocos, le dio cierto apuro movilizar tan costoso y contaminante transporte para recorrer los apenas 12 kilómetros que separan la Moncloa del municipio madrileño que lo esperaba con los brazos socialistas abiertos.
Al llegar a su destino, con la hora pegada a su presidencial trasero tapizado en terciopelo Audi, se subió directamente al estrado con las dos ideas preparadas que tenía pensado colocar: que con él España salía más fuerte y que, con Ayuso, Madrid solo estaba más contagiada.
Antes de comenzar a hablar, se dio cuenta de que algo iba mal. A escasos treinta metros del escenario, una marabunta de cayetanos, como le gustaba llamarlos en el argot de Iván Redondo, comenzó a arrimarse, envueltos en banderas españolas y gritando, sin tacto alguno, un cántico aparatoso:
«Sánchez, traidor, trabaja de celador».
Solo fue el comienzo. Cuando iba a pronunciar sus primeras palabras y los acordes de James Rhodes al piano sonaban en su cabeza en recuerdo de unos buenos tiempos que nunca existieron pero él recreaba, una lluvia de adoquines y piedras comenzó a caer como euros de Bruselas y el dispositivo policial presente comenzaba a intentar retener el avance de la horda. Sin éxito.
21 agentes resultaron heridos; Adriana Lastra, su gran fichaje Hana Jalloul y la ministra Reyes Maroto sufrieron contusiones y solo Gabilondo se libró de la agresión por una feliz confusión: andaba pensando en Kant y a esas horas estaba en La Rioja preguntándose por qué el PSOE madrileño le había programado un mitin en circunscripción ajena.
Todo esto no ocurrió con estos protagonistas. Pero sí con otros. Santiago Abascal y Rocío Monaterio fueron recibidos y tratados así en Vallecas en uno de sus mítines. Solo cambia eso. Y dos detalles más que lo hacen escandaloso: entre los detenidos estaban dos empleados de Podemos, al servicio de la seguridad de Pablo Iglesias. Y cuando fueron identificados, el ministro Marlaska hizo lo imposible por ocultar su identidad hasta que, quince días después de los hechos, no tuvo otra que confesarlo.
Todo esto lo hemos contado en El Debate, sustentado en documentos oficiales gracias a un pionero periodismo de investigación que no se sustenta ni en el chisme ni en la filtración interesada; sino en la reconstrucción de los hechos a través de laboriosos procedimientos administrativos, legales y jurídicos al servicio de la información.
El mismo Marlaska que acusa a la derecha de sembrar el odio y transforma en una causa general contra el PP y VOX un ataque homófobo falso en Malasaña, se dedicó a tapar uno de los acontecimientos más escandalosos de la democracia reciente, similar en intencionalidad al que llevó a la escolta de Indalecio Prieto a asesinar a Calvo Sotelo en la España de julio de 1936.
El mismo Marlaska que transformó la carta con una navajita remitida por un zumbado a Maroto en una prueba de cargo de la violencia estimulada por la derecha contra la izquierda; se concentró en enfriar un caso flagrante de violencia política contra objetivos políticos hasta que un periódico -siempre un periódico- puso luz en esa repugnante oscuridad.
El Cabify de etarras, el exjuez mutado en Fausto por la gracia de Mefistófeles Sánchez, ha dado así su última lección de degradación, sentando un precedente inquietante: apedrear a Abascal, Casado, Ayuso o Monasterio no está mal. Y si a alguien se lo parece, ya haremos lo posible por borrar las huellas y que aquello parezca el ficticio tatuaje en el culo de un gay imbécil al servicio de su causa.
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