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26 de abril de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

También fuese y tampoco hubo nada

Aquí, la izquierda que se ha quedado sin palabras ante la normalidad del recibimiento, ante la falta de protestas –300 personas en la manifestación contra la visita convocada en Madrid– quiere buscar problemas donde no los hay

Actualizada 02:46

No quisiera abusar del epitafio de Cervantes al Rey Felipe II que está inscrito en el grandioso túmulo de Sevilla y que he citado varias veces en los últimos tiempos.
Y luego, in continente,
​caló el chapeo, requirió la espada,
​miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
Pero empiezo a estar un poco cansado de la futilidad política y la mentira que se construye en torno a ciertas posiciones que se fundan en la casi nada. He seguido la visita del Rey Juan Carlos desde la ciudad más española del mundo, Cartagena de Indias por razones que no hacen al caso hoy.
Lo primero que me ha llamado la atención desde el pasado jueves ha sido el afán de una minoría por denunciar el que el Rey Juan Carlos volara a España en un avión privado. ¿A quién le sorprende que él tenga amigos que le prestan un avión para un viaje así? ¿O lo que les molesta es que Hacienda no puede perseguirlo porque, como cualquier exiliado, ya no tiene que rendir cuentas a la Hacienda española? Sólo faltaba que el Gobierno te obligue a irte a una suerte de exilio y luego te pida que le pagues impuestos. Suelo recordar aquella portada de El Mundo en el décimo aniversario de la muerte de Don Juan en el que decía que el padre del Rey Juan Carlos tenía una cuenta en Suiza. Y ¿dónde iba a tenerla un hombre que estuvo exiliado la mayor parte de su vida y nunca fue residente fiscal en España? ¿En una oficina de Banesto en la Castellana?
He pensado mucho estos días en otro viaje de un Rey exiliado en un avión privado y en el que tuve el privilegio de participar. Fue el 16 de abril de 1997 y el Rey Simeón de los Búlgaros, exiliado en Madrid, me hizo el privilegio y el honor de permitirme acompañarle como su asistente en un viaje de 24 horas a Bulgaria. Era un viaje para hacer un manifiesto político ante las elecciones legislativas que iban a celebrarse tres días después. La presencia de Simeón era incómoda para casi todos los candidatos. Máxime para el que iba a resultar ganador de las elecciones por mayoría absoluta, Ivan Kostov, con quien creo poder decir que el Rey exiliado nunca se entendió bien. Aquel viaje, saliendo de Madrid, consistió en una visita a Veliko Tírnovo, la antigua capital búlgara, donde Simeón hizo un manifiesto ante las elecciones y cenó con políticos locales de casi todos los partidos. Al día siguiente volamos a Sofia donde se reunió con el presidente y el primer ministro en funciones. Y a las 15,15, exactamente 24 horas después de haber tomado tierra en Tírnovo, el avión despegaba rumbo a Madrid.
¿Por qué cuento esto? Simple y sencillamente porque aquel jet no lo pagó Simeón. Ni ningún búlgaro. Lo pagó un amigo del Rey exiliado que permaneció en el anonimato. Pero yendo Simeón a hacer un manifiesto político, no una visita privada, a nadie se le ocurrió en Bulgaria preguntar quién pagaba el avión. Ni a la derecha –a la que Simeón sacaría del poder cuatro años después– ni a la izquierda que le había mantenido en el exilio más de medio siglo.
Aquí, la izquierda que se ha quedado sin palabras ante la normalidad del recibimiento, ante la falta de protestas –300 personas en la manifestación contra la visita convocada en Madrid– quiere buscar problemas donde no los hay. Lo más relevante de la visita, para mí, fue que cuando el Rey Juan Carlos se presentó de improviso en Pontevedra en un partido de balonmano en el que jugaba su nieto Pablo Urdangarín, no sólo no hubiera muestras de reproche entre el público, sino que a la salida se hubiera congregado espontáneamente una pequeña concentración de gallegos que querían aclamarlo. Por algo será.
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