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27 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Nunca te rindas

Esos héroes, cada uno a su modo y en lo suyo, dan ejemplo a un Occidente de brazos caídos, lamento victimista y envidia igualitaria

Actualizada 09:40

Algunos cronistas denominan «Generación Copo de Nieve» a los universitarios de los campus estadounidenses de la subcultura «woke» y la queja perenne. No es un apodo inapropiado. Esos chavales parecen por fuera vistosos y valiosos. Pero ante el más mínimo contratiempo se derriten y se deshacen. Occidente se ha entregado en este siglo XXI al lamento victimista y la envidia igualitaria. Se trata de una visión de la vida fomentada en buena medida por el mal llamado «progresismo», que en realidad es «regresismo», pues más que avanzar, lo que propugna es estancarse en una mediocridad que ha de ser compartida. En lugar de postular que la gente pueda prosperar se aspira a que nadie destaque demasiado. Ante los contratiempos de la vida, que siempre llegan, se apuesta por bajar los brazos y repartir culpas invocando males ajenos. Pero por fortuna todavía tenemos circulando por ahí a ejemplos de todo lo contario, tipos que se acogen a un lema ya en desuso: «Nunca te rindas».
Llevamos ya unos 17 años disfrutando con Nadal, levantando los brazos en el sofá con euforia cuando se lleva el último punto, se enloda en la cacha y mordisquea el trofeo de turno. Lo hemos visto pasar de Rafa a Rafael. Lo conocimos en 2005, cuando ganó su primer Roland Garros con 19 años y dos días de edad, con su melena al viento y sus sobacos Nike al aire. Y todavía seguimos disfrutándolo en 2022. Mañana la caerán 36 tacos. El pelo ya ralea. El rostro está marcado por los años de trabajo a la intemperie, la tensión del esfuerzo y el dolor sordo. El físico tiene más averías que un coche italiano vintage. Pero ahí sigue, porque hay algo que no ha cambiado: su cabeza. Nunca se rinde. Hace años que es millonario y que ha completado un palmarés que probablemente lo convierta para siempre en el mejor deportista español. Podría estar gozando de una vida muelle, reposando muy cómodamente sobre el prestigio de todo lo ganado. Sin embargo, siempre encuentra una penúltima meta. Quiere seguir probándose, disfrutar hasta el final del honor de intentar ser el mejor en lo suyo.
Con solo 20 años le comunicaron que padecía una lesión en un pie que podía apartarlo del tenis para siempre. Se sobrepuso, aunque como decía su tío Toni, su mentor, «Rafael es un lesionado que juega al tenis». El tío Toni también subrayaba una evidencia bien conocida, su fuerza mental: «Su capacidad de darle la vuelta a un resultado es increíble». Nadal no es solo un campeón fuera de serie. Es también, a su modo, un ejemplo moral de hábitos de trabajo, buena educación y humildad. Si sus valores se universalizasen, España serían un país todavía mejor.
Los segundos héroes que voy a invocar son de otra pasta y suscitarán más división por su pasado turbulento. Pero creo que los viejos Rolling Stones son un ejemplo de lo mismo: laboriosidad, fuerza mental y pasión máxima por lo suyo. Mick Jagger y Keith Richards cumplirán 79 años en este 2022, una edad de petanca, nietecillos y culebrones de Mediaset en el sofá. Pero anoche abarrotaron el coliseo Wanda de Madrid. Me subí al último tren y acudí a verlos -gracias querido M- y ofrecieron un espectáculo de máxima profesionalidad. Cuando transita por la calle, Mick Jagger recuerda a uno de aquellos marineros ingleses enjutos, con careto de guiri, que yo veía por el puerto de La Coruña de mi infancia a la busca de la ruta del barrio chino, las callejuelas estrechas de Papagayo. Keith Richards está para el arrastre. En un lance del concierto, él mismo masculló riéndose un «bueno, estoy vivo», como perplejo por haber sobrevivido a la colección de buscadísimas catástrofes que fueron sus años setenta. Al benjamín, Ronnie Wood ya empieza a salirle chepilla. Pero cuando se suben al escenario recuperan la profesionalidad de aquellos bluseros errantes que sabían conjurar todos los espíritus, los malos, los buenos y los regulares, que son la mayoría. Realmente su concierto fue extraordinario, una lección de economía del esfuerzo y vieja escuela. El vino ha perdido sus notas afrutadas, pero la barrica le ha sentado bien.
No es lo políticamente correcto, pero me gusta la gente peleona (incluso la que mantiene códigos de masculinidad ahora casi prohibidos). Admiro a los que aspiran a morir con las botas puestas. A los que se parten la cara contra la adversidad. A los que trabajan como cabrones en lo que les gusta. A los que en una era de culto bobo a la efebocracia saben que la edad puede ser solo un estado de ánimo. Ojalá que sigan ahí por mucho tiempo el tenista infatigable y los bluseros añosos, haciéndonos felices con instantes efímeros en los que detienen todos los relojes.
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