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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Nunca volveremos a la «España vaciada»

El mundo avanza en las ciudades y las añoranzas campestres son sueños románticos, que no deberían dar lugar a engaños políticos

Actualizada 11:01

La cerveza, ahí donde la ven, podría haber ayudado a la difusión de la escritura. Por su parte, el café habría sido clave para el alumbramiento del pensamiento ilustrado. Tal es la tesis que exponía el periodista inglés Tom Standage, subdirector de The Economist, en un curioso libro publicado en 2005: La historia del mundo en seis tragos. Allí recordaba que hasta mediados del siglo XVII en la Europa norteña vivían en una especie de melopea perpetua, sobre todo en las ciudades. El agua transmitía enfermedades, como el cólera. Así que la afición se vacunaba trasegando solo cerveza rebajada y vino, con la consiguiente espesura mental a todas horas. La llegada del misterioso café lo cambió todo. Las cabezas se despejaron. Se trabajaba más y con más energía y se pensaba con una nueva claridad. Frente al alboroto de las tabernas surgió una alternativa, los cafés, donde la conversación se tornaba más civilizada, constructiva y tranquila. En ellos se intercambiaba información comercial, se debatía sobre política, los literatos mostraban sus hallazgos y se distribuían las hojas volanderas precursoras de los periódicos.

Standage cree que sin el café y los cafés no se habrían producido la Ilustración y el gran salto de las ideas y la ciencia a partir del XVIII. Pero cuando leí aquel libro, más que con su loa a las bebidas, me quedé con la tesis de que donde florecen los avances de la civilización es en las ciudades, con la densa red de mentes que propician.

En España se ha producido un culto romántico al mundo rural, que ha aumentado después de que Sánchez nos enjaulase medio año en nuestros pisos durante el primer pico de la pandemia. Simultáneamente han surgido los movimientos políticos de la mal llamada «España vaciada» (que en realidad no vació nadie, simplemente la gente decidió buscar oportunidades en las ciudades, como siempre ha ocurrido en la historia del mundo). La «España vaciada» es un lamento que tiene sus razones y a priori todos simpatizamos con la reivindicación de un mundo amenazado y que representa nuestras raíces. Pero crear partidos de corte cuasi cantonalista para intentar cambiar el curso del Amazonas me parece estafar al electorado. Jesús Fernández Villaverde es un brillante economista español que ejerce desde hace años en la Universidad de Pensilvania y que ha estudiado a fondo los problemas demográficos. En una entrevista se ha atrevido a soltar lo que aquí nadie reconoce: «Salir a protestar por la España vaciada es como salir a protestar porque hace frío». En cuanto a esos partidos tipo León Ruge, Soria ¡Ya!, Teruel Existe… el profesor considera que votar por ellos es «como votar para que no haga frío».

En Madrid tuvo lugar a finales de marzo una inmensa manifestación del campo, que abarrotó La Castellana. Y está bien que defiendan sus intereses frente al Gobierno. Pero no deja de resultar paradójico que no haya manifestación alguna para quejarse que el paro juvenil en España está en el 36,4 %, un problema que ciega el futuro de un país.

También estaría bien acompañar las emociones con los datos. La pesca, la agricultura y la ganadería solo suponen el 3,5 % del PIB español (la industria un 16 % y los servicios, que es en realidad en lo que trabajan los españoles, un 74 %, la mayoría con su foco en las ciudades). La economía española está sostenida sobre el turismo y la fabricación de coches, sector con un futuro en duda si no nos subimos rápido al vehículo eléctrico. Se me replicará que el campo es especial, que es la despensa del país. Y en parte es cierto. Pero también lo es que la mitad de las verduras y fruta que hoy comemos los españoles las importamos (tomate marroquí, manzanas polacas, naranjas de Sudáfrica…). Me van a retirar el carnet de gallego, pero en muchas de esas parrilladas de marisco para turistas que se ofrecen en Galicia a veces lo único que es de allí son los mejillones (ostras francesas, almeja italiana, langosta escocesa y canadiense…). El mundo es global, y no tiene vuelta de hoja. Lo que nos va a dar un futuro no son el jabugo y la pesca de bajura. Es la innovación tecnológica, ser punteros en el mundo digital y contar con amplias y muy cualificadas remesas de superingenieros… Y en todo eso poco pintamos, pero no se organiza manifestación alguna al respecto. Nos resistimos a asumir dónde se juega realmente el futuro. Los chinos, por ejemplo, sí lo han entendido.

Sigamos con las verdades incómodas: nunca volveremos a eso que han llamado «España vaciada». Hoy el 80 % de los españoles ya viven en ciudades. El Banco Mundial calcula que en 2035 casi un tercio de los españoles estarán afincados en Madrid y Barcelona. Los jóvenes quieren vivir en urbes grandes. Los más cualificados salen a estudiar fuera y ya nunca retornan a sus pueblos y capitales de provincia, porque las metrópolis les ofrecen empleo, pero también diversión y alicientes intelectuales: bares y restaurantes, animación a todas horas, espectáculos de fuste, universidades de élite, y un bullicio donde fermentan las nuevas ideas, que siempre surgen del atrevimiento intelectual.

Es cierto que internet da una esperanza al mundo rural, pues hoy se puede trabajar desde cualquier sitio. Pero no se ha inventado nada equivalente a la chispa que surge cuando se frotan numerosas cabezas brillantes en un ambiente competitivo y creativo. Y eso, y bien que lo siento, no ocurre en la bucólica aldea de Daneiro de mi madre. Eso solo pasa en la gran ciudad.

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