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19 de marzo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Malas vibraciones en el PSOE

Caras avinagradas y unos argumentarios muy pueriles revelan un creciente agobio en el sanchismo

Actualizada 09:09

La pegadiza y a la vez compleja «Good Vibrations», de los Beach Boys, es una de las canciones que elevó la música pop a la sofisticación. La compuso a lo 23 años el retraído, gordete y especial Brian Wilson, un chaval californiano con un portentoso don para la melodía. Los excesos drogotas de finales de los 60 destrozaron la psique frágil del pobre Brian, que se quedó convertido en una especie de autómata huidizo. Hace seis años tuve la ocasión de verlo actuar en un teatro de Londres. Un asistente lo llevó sostenido del brazo hasta el piano y lo recogió al acabar, como si fuese un robot. Sin embargo, su magia seguía intacta cuando comenzó a tocar y cantar. La sala se llenó de buenas vibraciones, sin que se pudiese explicar bien la razón, dado el estado acartonado del intérprete.
Todos poseemos un sexto sentido que nos permite olfatear enseguida si impera buen o mal rollo; sea en una familia, una empresa, una orquesta o un partido político. Y del PSOE emanan muy malas vibraciones, un deje avinagrado, que atiende al temor a que el próximo año Sánchez sea corneado en las urnas. Cuando un mandatario se encuentra tocado, los reflejos típicos para intentar salir del hoyo son cuatro: 1.- Disparar con pólvora del rey, haciendo regalos al respetable a costa del erario público. 2.- Declarar que el Gobierno y el partido van a tomar «un nuevo impulso» con «nuevas propuestas». 3.-Cambiar caras y roles en el equipo. 4.- Hacer oposición a la oposición.
Sánchez está cumpliendo todos los clásicos de los presidentes agobiados. Con las arcas públicas ya tiritando, mantiene un programa de gasto peronista para intentar comprar votantes. Ha reorganizado el partido en busca de «un impulso político». Ha acometido purgas tanto en Ferraz como en la Moncloa, donde en su día cambió de fontanero jefe y echó a los referentes de su primera etapa, la hosca Calvo y el turbio Ábalos. Por último, los ministros socialistas tienen orden de hacer oposición a la oposición.
La famosa bicha del «hay que frenar a la ultraderecha» ha desaparecido. Ahora el que está en la diana es Feijóo. Saben que va por delante y que supone un problema mucho mayor que Casado. Esta semana, los ministros socialistas se han lanzado a repetir como papagayos una consigna: Feijóo no controla su partido y es una marioneta de Ayuso, que es la que manda. Un argumento pueril (Redondo era mejor guionista que Bolaños). Ayuso devolvió la ilusión a su partido con un gran triunfo, cierto, pero nos solemos saltar el detalle de que no logró la mayoría absoluta en su comunidad, mientras Feijóo ostenta cuatro consecutivas. Cuando ambos están juntos se percibe claramente la auctoritas de él sobre ella. Mientras Casado tenía pánico a que Isabel le guindase el sillón y enloqueció con esa obsesión; Feijóo, que es muy largo y está de vuelta, le pasa la mano por el hombro en los estrados con gesto paternalista y le dedica sonrisas despreocupadas. Ayuso tiene un gancho casi de estrella pop y presenta la valía de ser la política del PP que se bate con más decisión contra la ingeniería social de la izquierda, un frente importante que Feijóo ha descuidado hasta ahora. Pero ella misma sabe que no es su momento y que aunque ganó la pelea en el barro con Casado también salió del lodazal con sus rasguños.
Ministros a los que se les presuponía un poso técnico, como Pilar Llop, la titular de Justicia, cargan ahora contra el PP con un deje irritado. Ese odio sectario, que desborda la confrontación normal entre partidos, delata un creciente nerviosismo. Y no remontarán, porque la mayor rémora del PSOE es ahora mismo su líder, que para buena parte del público resulta simplemente insoportable. Así que Sánchez morirá matando y el año que viene sacará la artillería más ruin para intentar abatir a Feijóo. Viene un 2023 de malas vibraciones.
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