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27 de abril de 2024

Un mundo felizJaume Vives

Una imagen vale más que mil memorias democráticas

Es la prueba de que el carlismo siempre fue el movimiento que aglutinó a la gente sencilla, enamorada del Señor, con un corazón muy grande y con un valor que incluso dejó atónito al Ejército en más de una ocasión

Actualizada 14:11

El otro día tuve el privilegio de asistir a una visita privada al museo carlista de El Escorial, que aunque suene muy oficial y sea muy profesional, es obra de un particular que con su tiempo y su dinero lo ha levantado de la nada.
Esto es lo primero que me gustó: estar con alguien que dedica su tiempo y su dinero a una causa que jamás será rentable y que a la larga solo le hace perder ambas cosas. Únicamente un ideal en mayúsculas puede empujar a alguien a una empresa tan ruinosa económicamente hablando.
El museo repasa toda la historia del carlismo, desde la primera guerra hasta la cuarta, la de 1936, por seguir con el chascarrillo de su propietario. Y tiene además una serie de salas dedicadas a toda la dinastía legítima.
Podría detenerme en infinidad de detalles que al lector le sorprenderían, seguramente porque la historia del carlismo nunca se ha contado como es debido. Pero me voy a detener en una única foto, colgada en la esquina de la sala dedicada a la guerra del 36. Una foto que, como el anillo de Frodo, las explica todas.
Imagen citada en el texto

Imagen citada en el texto

La foto muestra a tres soldados arrodillados ante otro que está malherido. Los tres soldados arrodillados son unos requetés que pasaban por allí. El malherido, un miliciano comunista que, al advertir la presencia de soldados enemigos, y por miedo a ser capturado y ejecutado, decide hacer estallar una granada en su pecho, con tan mala fortuna que no lo mata pero lo deja gravemente herido y el sonido alerta a los carlistas que están por la zona. Esos tres hombres, lejos de rematar la faena que el miliciano no logra culminar, se acercan para atenderle. En la imagen puede observarse cómo le recuestan y le vendan las heridas en un intento de evitar el desenlace mortal.
Y no contento con eso, uno de los requetés saca el devocionario del bolsillo y se pone a rezar las últimas oraciones con el moribundo, que al poco ha de encontrarse ante el Creador.
Sin saberlo, ese museo guarda el documento más bonito y significativo de la guerra. Esa imagen vale más que mil memorias históricas, más que mil memorias democráticas, más que mil libros de texto y más que mil tópicos sobre la guerra.
Esa foto, igual que una portada de 1938 de la famosa revista carlista Pelayos, nos enseña algunas cosas importantes que, seguramente muchos serán incapaces de comprender:
1. El carlismo luchó por amor a lo que tenía detrás pero sin odiar al hombre que tenía delante.
2. Lo hizo siempre para defender la religión y la patria, y tan claro lo tenía que incluso en el campo de batalla actuaba conforme a esos principios. ¿Cómo iba a negar el auxilio de la religión a los soldados que estaban a punto de encontrarse con Dios? (Algún día contaré la historia de cómo algunos milicianos se pasaron a las filas del requeté tras escuchar el Virolai).
3. Y, siguiendo el ejemplo del Codicilo que escribió Isabel la Católica para la aventura de América, los carlistas en la revista Pelayos siempre dejaron muy claro que a los soldados capturados había que tratarlos como lo que eran: enemigos, pero en ningún caso monstruos. Eran hombres que merecían un respeto y tenían una dignidad.
Podrán contarme mil historias y avasallarme con mil leyes pero yo he visto esa foto, y vale más que mil de lo que sea. Porque no es una foto, es mucho más: es la imagen que inmortaliza todo un movimiento, un sentir, una manera de entender la vida y la muerte. Es la prueba de que el carlismo siempre fue el movimiento que aglutinó a la gente sencilla, enamorada del Señor, con un corazón muy grande y con un valor que incluso dejó atónito al Ejército en más de una ocasión. (Me contaba mi abuelo que el Ejército dejó de acudir a alguna batalla, al saber que ningún tercio de requetés iba a participar).
Para mí siempre ha sido una honra haber nacido en una familia carlista. Y después de esta foto, me comprometo, con más ganas si cabe, a luchar para que lo sea también para mis hijos. Porque aunque pueda parecer algo del pasado, queda claro que tiene mucho que decir a este presente que vivimos, y la foto es una buena muestra de que lo que digo es cierto.
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