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14 de mayo de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

La camarera con pelos en el sobaco

El despido de una mujer por negarse a depilar completa la semana grande de Eva Amaral

Actualizada 01:30

Me van a perdonar, pero debo ser un antiguo y no me gustan las axilas femeninas peludas. Es algo educacional y por tanto modificable, como no comer gusanos o no hacerle ascos al jamón, que también produce rechazo en ciertas culturas, más dadas a disfrutar del anélido frito, en salva verde, hervido o como demonios ingieran esas guarrerías las civilizaciones sin duda más avanzadas que la nuestra.
El gusto es inofensivo, y por tanto no es imprescindible reorientarlo. Pero el asunto se vuelve espinoso en casos como el ocurrido en el afamado chiringuito Kailua de Badalona, donde el no menos célebre colectivo LGTBI Qaliu ha denunciado, solemnemente, el despido de una camarera por negarse a perder su cabellera sobaquera.
Desconozco, pobre de mí, la relación existente entre lucir pelambrera en esa oquedad sudorípara y cualquier identidad sexual, así como también se me escapa hasta qué punto las revoluciones capilares están al nivel o no de las protestas en los astilleros o en las minas; pero sí me consta mi vulgar reacción repugnada ante ese despliegue velloso al interactuar con el mundo de la gastronomía.
Entiendo que soy del montón y que, en consecuencia, se cuentan por millones los que reaccionan con idéntica zafiedad, con los perniciosos efectos económicos que eso pueda tener para el pobre hostelero, víctima de los prejuicios de sus clientes, a quienes sin embargo, desgraciadamente, se debe.
¿Ha de prevalecer la autonomía capilar inclusiva de la camarera o las expectativas comerciales de su empleador? ¿Debemos someternos todos a un cursillo acelerado de reeducación, para abandonar las huellas heteropatriarcales, o podemos gastarnos el dinero donde nos dé la gana sin sentir que oprimimos a nadie? ¿Merece la pena superar un pelo en la sopa, aunque sea un pelo sentido como el sexo para Irene Montero, si con ello ayudamos humildemente a la causa, o nos asiste el derecho a mandar a paseo al pelo, a la sopa y a la peluda?
Queda para otra ocasión un análisis de la paradoja evidente entre las costumbres depilatorias masculinas, en auge, y la frondosidad femenina como camino a la autodeterminación, pero se nos amontona el trabajo y nos quedamos ya sin tiempo para hablar de los combativos senos de Eva Amaral, que al parecer ha liberado de la opresión a millones de mujeres con ese gesto de rebeldía ante un enemigo poderoso, aunque invisible, y además ha mostrado el camino para combatir el apocalipsis climático sin pagarle un riñón a los señores del puro de las eléctricas.
Y en este punto hay poco que añadir, salvo rendirle pleitesía a la cantante, al coro sinfónico que exhibió y al vanguardista discurso que acompañó la escena, sin duda profundo, novedoso e inteligente aunque fuera de difícil comprensión por sus propios gritos partisanos.
Porque doña Eva o doña Rigoberta van por ahí diciendo que les tenemos miedo a las tetas, y no a los pelos en el sobaco, y aquí sí estamos dispuestos a hacer lo que sea para perdérselo: si como método de protesta reformista y pedagógico nos van a enseñar las tetas, hasta que lo entendamos, no podemos por menos que aceptar la lección. Va a ser duro, pero la igualdad bien vale el esfuerzo.
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