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28 de abril de 2024

El observadorFlorentino Portero

La democracia rusa

Putin convoca elecciones fraudulentas para tratar de legitimar un régimen político autoritario, haciéndolo pasar por democracia porque es consciente de su debilidad

Actualizada 01:30

¿Qué necesidad tenía Putin de convocar unas elecciones? ¿Por qué mantener en pie la penosa ficción de que en Rusia hay una democracia? Putin está al frente de un régimen autoritario en el que no hay separación de poderes, la judicatura está al servicio del poder político, del mismo modo que los medios de comunicación. En las grandes ciudades podemos encontrar minorías liberales, enraizadas en corrientes procedentes de la Ilustración del siglo XVIII y vinculadas a los debates occidentales a través de sus conocimientos de idiomas y de sus ordenadores. Sin embargo, la gran mayoría de la población vive en la burbuja ideológica creada y alimentada por el régimen a través de los medios de comunicación. Una élite, formada en el seno del Partido Comunista de la Unión Soviética, desarrolla una política reaccionaria, negando a Rusia la condición de estado occidental y reivindicando para sí la de civilización, sustentada en el nacionalismo neozarista y en la iglesia ortodoxa, cada día más alejada de sus hermanas de otros países. La oposición carece de los medios para defender sus ideas. A sus dirigentes no se les permite presentarse a elecciones, se los encarcela, envenena o asesina a tiros.
El régimen liderado por Putin tiene todo el poder, pero carece de una ideología alternativa a la democracia medianamente presentable. El comunismo lo fue, pero fracasó y ellos son parte de ese fracaso. Tuvieron la oportunidad de integrarse en el bloque occidental, las puertas se les abrieron, incluidas las de la OTAN donde tuvieron una delegación durante años. Sin embargo, la proximidad les asustó, como tiempo antes le ocurrió a la Rusia zarista y a la soviética. En democracia no resulta fácil patrimonializar un estado, convertir un país, en este caso un gran país, en una finca privada. Su concepto de poder es incompatible con la separación de poderes y el pleno ejercicio de la libertad. De ahí que se acojan, como también han hecho otras dictaduras, al argumento de que la democracia es relativa al entorno cultural.
No hay dos sistemas políticos iguales porque no hay dos sociedades iguales. El entorno cultural siempre es determinante. Si comparamos los sistemas políticos francés y británico descubriremos un número extraordinario de diferencias. Como es previsible ocurriría lo mismo si contrastáramos el español con los de Japón, Corea del Sur o India, que no son estados occidentales, pero sí democracias. La democracia nació en Occidente, pero ni todos los estados occidentales son democracias ni es exclusiva de esta cultura. No hay libertad ni justicia sin democracia, estemos donde estemos.
Putin necesita insistir en la idea de que Rusia es otra civilización para poder acogerse al argumento de que cada cultura genera una forma legítima de autogobierno, que será su variante exclusiva de democracia. Para él, como para cualquier otro dirigente autoritario, la democracia es una forma de imposición neocolonial occidental. Esta insistencia torticera muestra el problema de fondo. Sin una ideología alternativa estos gobiernos autoritarios carecen de legitimidad, lo que les hace vulnerables. Tienen que controlar a la opinión pública y liquidar a la oposición para poder retener el poder. Siendo verdad que la sociedad rusa nunca se ha caracterizado por demandar democracia, no es menos cierto que es sensible a los abusos e injusticias y que su actitud no puede confundirse con el apoyo a un régimen que la aboca a un bajo desarrollo socio-económico y a la arbitrariedad.
Putin convoca elecciones fraudulentas para tratar de legitimar un régimen político autoritario, haciéndolo pasar por democracia porque es consciente de su debilidad. Su poder no descansa en la voluntad popular sino en el ejercicio cotidiano de la coerción.
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