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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El Siete

El origen del tendido permanentemente enfadado con la vida, es confuso. Los del pañuelo verde. Cuando un aficionado acude a Las Ventas con un pañuelo verde en el bolsillo, malo. Se mueve para sufrir, no para disfrutar

Actualizada 01:30

En espera, ardiente espera, de que el Gobierno haga justicia al fin, y recomiende a su ministro de Transportes adornar históricamente los aeropuertos de Bilbao y Fuenterrabía con los nombres de «Sondica-Josu Ternera» y «Fuenterrabía- Chapote», me voy a ocupar de un fenómeno arisco que está envileciendo el ambiente de la plaza de toros de Las Ventas del Espíritu Santo de Madrid. Muchos años soportando el disfraz del purismo de un sector del público, que de purismo nada tiene y de resentimiento social, se desborda. Me refiero al tendido del Siete, que no soporta a los toreros que se han hecho millonarios compaginando el arte con la sangre y el percal con el hule del quirófano, tan magistralmente dirigido en Madrid por el doctor Máximo García Padrós el llamado Ángel de los Toreros.

El origen del tendido permanentemente enfadado con la vida, es confuso. Los del pañuelo verde. Cuando un aficionado acude a Las Ventas con un pañuelo verde en el bolsillo, malo. Se mueve para sufrir, no para disfrutar. Desea formar parte de ese sector tan antipático que ha convertido a la plaza de las Ventas en un coso dominado por la injusticia en la exigencia. Algo de político guarda los secretos de esa actitud, no muy lejana, desde el origen, al Partido Comunista de España, que también las izquierdas extremas concedían antaño a sus militantes permisos para ser aficionados a los toros. Pero no era un tendido –casi 1.500 aficionados–, entregado al sistema implantado por Faustino Herraiz, El Rosco, sin duda alguna el más influyente de los verdolagas. Muchos lamentan tener que soportar en la cercanía la presión de los «puristas», que pasan por alto toros pequeños –siempre que en invierno, los ganaderos les conviden a los tentaderos–, y alivios de matadores de la tabla media hacia abajo, pero no toleran la aparición por la puerta del toril de un toro de ganadería señera cuyo ganadero no se someta a los puristas o de un triunfador que pase de la coacción de los abucheos, los pitos, los pañuelos verdes y la pésima educación.

En ocasiones, cuando un torero es más bravo que el toro y que los más vociferantes del tendido del fraude purista, se establece un clima de violencia que en muchas tardes, ha provocado la reacción suicida de los toreros vilipendiados por los jefecillos del resentimiento, terminando en la enfermería. Le sucedió al maestro peruano Roca-Rey pocos días atrás. Un pito se oye más que cien aplausos. Más aún, cuando muchos aficionado que no son del Siete ni coinciden con sus berrinches, no se atreven a enfrentarse a los intransigentes. En la tarde de Roca-Rey los del Siete –que no perdonan el valor, la torería, la personalidad y sobre todo, los millones de euros tan honradamente ingresados por el gran torero limeño–, sí experimentaron la reacción del público que va a los toros con el arte, el riesgo y la fiesta corriendo por sus venas. Pero la polémica empujó a Roca-Rey a los terrenos imposibles, y se llevó a la enfermería –mató al toro e ingresó a pie en los predios del doctor Padrós– dos cornadas de quince centímetros, sangrado, detalle que celebró algún cromañón verdecillo.

La plaza de Madrid es entendida, o simplemente se llena de aficionados que buscan saber más del enigma universal de la fiesta. Es plaza complicada y exigente. Pero casi siempre, cuando no se deja influir por los vociferantes entrenados, es justa. El Siete es el ultrasur –que ya no existe–, el Frente Atlético o los Bucaneros vallecanos. Ha pasado de ser un intento de sentir purista –jamás conseguido el fin–, a ser el desahogo de un grupo de aulladores que al llegar a casa les pega una bronca su mujer.

Mientras no provoquen tragedias, que sean felices.

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