La belleza de lo inútil
Después de cenar en su casa con los matrimonios Mingote, Umbral, Campmany y Martín Prieto, amén del mío, José Luis Martín Prieto se propuso fumar. Sobre la mesa, un Ronson de plata. Martín Prieto encendió el mechero, y el mechero funcionó
Mi maestro Santiago Amón renunció a dar clases particulares a un alumno zoquete porque en su casa los objetos inútiles tenían utilidad. «Inaceptable», decía. Hubo un tiempo en el que don Santiago era fumador. Y en los hogares pudientes, sobre los muebles, lucían o deslucían —los criterios son libres—, valiosos mecheros de mesa. Por lo normal, mecheros de plata Ronson o Dupont, de oro, plata o lacados. En la casa de mis padres, que era la mía, ahí estaban, pero no encendían. «Sólo los nuevos ricos se ocupan de rellenar de gas y cambiar la piedra de los mecheros de mesa», sentenciaba Amón. Y así era. En los hogares normales, cuando los mecheros regalados de mesa dejaban de funcionar pasaban a pertenecer al censo de las cosas inútiles que con tanta dignidad no servían para nada. Como las cajas de música. Abrir una caja de música y que se oyera una cancioncilla, era prueba de riqueza recién acumulada. En la casa vienesa de la princesa María de Metternich, había siete cajas de música. Ninguna funcionaba. Como el reloj de cuco. Un reloj de cuco siempre fue considerado una agresión a los invitados. El Príncipe Pepe Inmanuel de Bourbon Zumm —un jeta que ni era príncipe, ni se llamaba Pepe Inmanuel, ni se apellidaba Bourbon Zumm—, pero que daba muy bien en las cenas sociales, falleció en casa del matrimonio Arroyomolinos —él, prestamista de casinos—, cuando a las doce en punto se abrió la casita que albergaba al cuco, apareció el cuco, soltó por tres veces su desagradable “Cucú, cucú, cucú—, y el corazón de Bourbon Zumm no soportó el susto.
Otro elemento que causó reparos entre las personas de buen gusto fue la persiana eléctrica. Se apretaba un botón y la persiana bajaba. Se apretaba otro botón, y la persiana subía. Quedaba el punto intermedio. Se apretaba el tercer botón y la persiana cambiaba de plano sus tablas y la estancia se sometía a la media luz. No era delictivo instalarla, siempre que, después de sufrir su primer episodio de parón total, se llamara a la razón social responsable de su instalación para levar a cabo su arreglo y puesta a punto. Y no sea olvidado el bidé de chorrito dirigible, origen y causa de tantas separaciones y divorcios.
Desde don Francisco Silvela y su amigo don Santiago Liniers, primeros tratadistas —La Filocalia—, de la cursilería en España, hasta nuestros días, nada ha superado en cursilería la costumbre que han adoptado mucho matrimonios y parejas convivientes para mostrarse su amor desde los más dulces despertares. «Hoy hemos besayunado muy bien». Cambian la «d» del desayuno por la «b» del besuqueo, puerta que se abre a la culminación del fornicio en un 99% de los 'besayunos'. El primer compilador de cursilerías que trató de los 'besayunos' fue don Camilo, que invitó a una desigual pareja de enamorados —él 76 años, ella 27—. A cenar a su casa de Guadalajara. En un momento dado, él enamorado le recomendó a Cela, que en lugar de desayunar con Marina, 'besayunara' con ella. Inmediatamente, la pareja de besayunadores fue expulsada del hogar del Premio Nobel. En ese tipo de cosas, don Camilo mostraba una intransigencia heroica y limpiadora del idioma, así como de costumbres que le causaban recelo. «No soy muy paseante, pero siempre que me veo obligado a dar unos pasos por la calle y veo a un hombre mirando un escaparate, no puedo contenerme y le llamo 'maricón'».
Pero no todo es perfecto. Después de cenar en su casa con los matrimonios Mingote, Umbral, Campmany y Martín Prieto, amén del mío, José Luis Martín Prieto se propuso fumar. Sobre la mesa, un Ronson de plata. Martín Prieto encendió el mechero, y el mechero funcionó. Le hice partícipe a Camilo de la opinión de Santiago Amón. Al despedirnos, Cela introdujo en el abrigo de Martín Prieto el mechero Ronson. «Espero, que cumplas con el deber de la hidalguía. Si me entero que lo rellenas de gas o le cambias la piedra, habrás perdido un amigo para siempre».
Y Umbral intervino: «Cómo tú estás a punto de perderlo. Porque ese mechero, te lo regalé yo».