Talgo
Pero mi memoria vuela hacia el Talgo plateado y rojo, con su alta locomotora, que tanto nos enorgulleció a los que hoy tienen mis años
El 29 % de Talgo está en manos del PNV, que controla todo el tinglado industrial de las tres provincias vascongadas. El Talgo —Tren Articulado Ligero Goicoechea Oriol—, fue en su tiempo el gran orgullo de la industria española. Aquel tren plateado, con una bocina al entrar en las estaciones que despertaban a los muertos, un servicio impecable, una elegancia inusual y una capacidad única para recuperar los habituales retrasos de nuestros trenes. El ministro Puente tiene pensado comprar a los Oriol y Juan Abelló el resto del accionariado y regalarlo al PNV como el palacete de París, que jamás fue del PNV pero ya se sabe de la carne fofa y celulítica que muestra el Gobierno cada vez que sus socios separatistas le exigen un favor. Lo que no entiendo es el deseo de una parte de la familia Oriol de vender su logro industrial más prestigioso y emblemático. Don José María no lo habría permitido.
Centenares de viajes en Talgo he disfrutado durante mi vida. De Madrid a San Sebastián, a Sevilla, a Cádiz. Con independencia de su comodidad, en el Talgo se comía muy bien. Y cubría los trayectos con puntualidad, a pesar del despropósito de su línea. Para llegar a San Sebastián, el Talgo pasaba por Ávila y Valladolid. Posteriormente se inauguró el tramo por Burgos y Pancorbo, Vitoria y Salvatierra, que ya olía a San Sebastián.
En la estación del Norte de Madrid embarqué en el Talgo con destino San Sebastián y se sentó a mi lado, nada menos, que don Alfredo Kraus, el prodigioso tenor canario. Respeté su intimidad con mi silencio, pero no paró de hablar y contarme anécdotas de su vida. Alguna de ellas se las trasladé, años más tarde a Plácido Domingo, cuando el maltratado genio recibió el premio Formentor, del que servidor se sentó en el jurado. Y coincidieron ambos, con muchos años de diferencia en los dos relatos, de una soprano —cuyo nombre omito—, que padecía de aerofagia y se zumbaba unos cuescos en el escenario «verdaderamente espeluznantes», según Kraus.
Santiago Amón falleció en un accidente de helicóptero cuando su ilusión era subirse al Talgo hasta Palencia. —¿Qué me importa llegar a Palencia dos horas antes que el Talgo? En sus primeros modelos, el Talgo tenía en el último vagón unas butacas libres para ver cómo dejábamos atrás los paisajes recorridos. Chesterton decía que la mejor manera de subirse a un tren era perdiendo el anterior. El Talgo era, con las corridas de toros, lo más puntual que se daba en España. Siempre con el bocinazo previo desde sus máquinas con nombres de Vírgenes. El ministro Martín-Artajo embarcó en Vitoria y le acompañaron varios señores que no tenían nada que hacer. El tren permanecía quieto. En un momento dado, el ministro, harto de los aduladores, les ordenó que descendieran del Talgo de una manera educadísima. —Señores, si siguen así, van ustedes a perder el andén—.
Cuando tantas sociedades, españolas y extranjeras, han optado por quedarse con nuestro Talgo, significa que Talgo es una sociedad que sigue siendo rentable y prestigiosa. Me desconcierta que el PNV haya apostado con tanta fuerza por una de las joyas de la industria de España, ese país al que no pertenecen pero del que reciben todo el dinero que solicitan. Talgo era el Talgo, y ahora es uno de los principales constructores del AVE, que dejará de denominarse «Alta Velocidad Española» por «Alta Velocidad de Euzkadi».
Pero mi memoria vuela hacia el Talgo plateado y rojo, con su alta locomotora, que tanto nos enorgulleció a los que hoy tienen mis años. Una considerable parte de mis paisajes de España los he disfrutado en el Talgo. Mi infancia me lleva al Talgo. Mi juventud, también. Los permisos de la Mili se terminaban en la estación del Puerto de Santa María. Y ahora se los queda la industria dominada por el PNV y una parte de la familia Oriol —don José María jamás lo habría permitido—, sin necesidad alguna, opta por vender sus acciones y las de Abelló al Estado dadivoso con los nacionalismos. Del orgullo español, al enigma autonómico.