Permiso de extracción
Al principio, eras los guardas de los parques los encargados de «extraer» paquidermos, y ahora han vuelto los cazadores, que son los que pagan, sobre todo los americanos
La cursilería imperante neoecologista, con el fin de disfrazar las voces cavernícolas de cazar, matar o abatir cérvidos, suidos o cánidos, se ha sacado de la manga el permiso de extracción, que es un permiso que concede el Gobierno. Ahora, que hemos inaugurado en El Debate una magnífica sección diaria dedicada al campo y a la caza, sería quizá conveniente, para no caer en el descrédito ecologista, denominarla «Campo y Permiso de Extracción». Eso sí, los permisos de extracción de lobos —les seguirán los osos, que ya han empezado a reservar mesas en los restaurantes los fines de semana y en pocos meses celebrarán bodas civiles, si bien las osas se vestirán de blanco, como las novias humanas—, no se conceden con generosidad. En La Montaña de Cantabria, con los lobos en la costa y miles de reses de ganadería masacradas en el último año, se ha solicitado el «permiso de extracción» de dos ejemplares. Un permiso que, de concederse, se encomendará a los guardas de las reservas, y no a los cazadores, que mediante subasta abierta, financiarían un considerable porcentaje de los gastos de mantenimiento de las reservas naturales. Serían pues, «permisos de extracción modelo Botswana» —lo escribo a la antigua usanza—, que prohibió por motivos políticos la caza de elefantes y ha tenido que autorizarla cuatro años más tarde para mantener sus bosques e ingresar divisas. Al principio, eras los guardas de los parques los encargados de «extraer» paquidermos, y ahora han vuelto los cazadores, que son los que pagan, sobre todo los americanos.
Con dos lobos «extraídos» no se arregla nada. Lo mismo que en el río Zambeze, superpoblado de hipopótamos —el animal que más muertes de seres humanos provoca en África—, el problema no se resuelve permitiendo la extracción de un hipopótamo. Hace años, un grupo de ecologistas modelo Richard Gere, se adentró en el Zambeze para estudiar y calcular el censo hipopotamillero que vivía en el gran caudal, compartiendo aguas y orillas con los simpáticos cocodrilos. El grupo de ecologistas suspendió el recuento de hipopótamos cuando, uno de ellos, sin educación alguna, procedió a la extracción del jefe de la expedición, un noruego entusiasta cuya blanca carnosidad produjo en el enorme animal parecida voracidad que la que experimenta, quién esto escribe, ante una cazuela de angulas. Por lo normal, casi todos los científicos ecologetas devorados en los diez últimos años por hipopótamos, cocodrilos, leones, leopardos y guepardos, eran escandinavos, desde Gustav Ohlsson, noruego, a la hermosa Gundelara Svensen, sueca de madre danesa. A quién se le ocurre contar los hipopótamos que viven en el Zambeze. A ecologistas, claro está.
Pero hay que volver a los dos lobos que ha solicitado «extraer» el Gobierno de Cantabria y cuyo permiso corresponde al Gobierno de Puigdemont vicepresidido por Sánchez. Ayer mismo, en una tertulia de ganaderos, más que indignación, ese permiso de extracción era motivo de risa y de bromas, a pesar de las pocas ganas que tienen de reír y bromear los ganaderos del norte. Dos lobos extraídos y diez nacidos mientras se produce la extracción. Así es si así os parece, usando del talento de Pirandello. Acabaremos —ya lo he contado—, como el oso de Potes. Ese oso que entró en el bar de Cayín, con gran susto de los parroquianos, se acercó a la barra y solicitó con exquisita educación un whisky con hielo. Los presentes, atemorizados. El oso se bebió su whisky y se dirigió al camarero. —¿Cuánto debo, por favor?
— Son 10 euros, señor oso.
— Vale, no le dejo propina porque no llevo monedas.
— No hay problemas, señor oso.
— Buenas tardes.
Y el oso, con andares solemnes, como los de Albares, abandonó el local. Pero antes de hacerlo, oyó la voz de un paisano que comentaba el acontecimiento.
— Jamás pude figurarme que un día vería a un oso tomar un whisky en un bar de Potes—.
Y el oso, efectuado un escorzo muelle con su cabeza, se volvió hacia el parroquiano y le comentó.
— Y no volverá a verlo. ¡Con estos precios!
Así que ya saben los ganaderos de Cantabria. Es posible que el Gobierno conceda el permiso de «extraer» dos lobos.
Como para celebrarlo.