El grito de Carmen
Una activista alternativa pone en su sitio al «clamor charista» que ve machistas y violentos donde no los hay y silencia los casos ciertos
La imagen no tiene desperdicio. Ocurre en un acto de Podemos capitaneado por Irene Montero para calentar el 8M, eso que Luis Ventoso ha bautizado con retranca gallega de «clamor charista». Mientras perora una de las intervinientes, una muchacha se levanta en el público, se quita algo parecido a un velo y, con dos ovarios, reprocha al politburó podemita su silencio y complicidad con el «patriarcado islámico» y le recuerda las pavorosas cifras de asesinatos machistas que, tantos años después de derroches millonarios y medidas ideológicas, siguen padeciendo las mujeres en España.
Lo mejor de la escena es la reacción de los presentes. En el estrado, silencio y caras de desprecio, porque al parecer la muchacha en cuestión es una «fascista»:. Y en la platea, sin demasiada convicción pero de manera automática, decenas de militantes comienzan a decir «Sí se puede», el caduco cántico de Pablo Iglesias que ya todos sabemos completar: sí se puede... comprar una mansión en la sierra, esconder las andanzas de Errejón y Monedero, apoyar a dictadores como Maduro o ganar doce veces o veinte o las que sea el Salario Mínimo Interprofesional.
La valiente se llama Carmen y por lo visto pertenece al Frente Obrero, un movimiento pequeño que dice no ser ni de izquierdas ni de derechas y defiende a los trabajadores, la unidad española o a los agricultores, tres posturas que convertirían en «ultraderechista» a cualquiera en esta España alocada donde se pretende vender la idea de que Franco es más peligroso para la convivencia que Otegi, Junqueras y Puigdemont juntos.
No extraña nada que para Irene Montero sea sospechoso el hombre blanco, occidental, católico y probablemente heterosexual: son características que a su juicio predisponen al machismo, cuando no a la violación o la violencia de género, pues todos procedemos de un sistema heteropatriarcal ancestral que nos predispone a considerar a la mujer un trapo a nuestro servicio.
«Todos los hombres son violadores potenciales», resumió uno de los iconos del gremio de hiperventiladas que, a la hora de la verdad, se callan con Monedero o aprovechan las circunstancias para montar «puntos morados» con la pareja de turno, desde el propio Instituto de la Mujer, para sacar unos cuartos con un despliegue de hocico digno de un oso hormiguero con flebitis nasal.
Pero sí sorprende un poco la dificultad para aplicar esa misma teoría a quiénes probablemente sí se la merecen. Sin necesidad de ubicar al islamismo en un epígrafe necesariamente violento —todos los yihadistas son musulmanes, pero no todos los musulmanes son yihadistas—, sí es evidente que en esa cultura y esa confesión el papel de la mujer está muy alejado de los parámetros democráticos habituales.
Y que, con distintas intensidades, allá dónde esa visión es hegemónica, la mujer debe taparse, tiene prohibido estudiar o conducir y llega a ser lapidada si incurre en prácticas como la infidelidad. No todo el mundo es así, obviamente, pero la proporción de europeos que denigran a la mujer es infinitamente inferior a la de islámicos que lo hacen y la respuesta legal, social e institucional es diametralmente opuesta. Aquí se condena, allá se aplaude.
Que abucheen a una mujer que simplemente denunciaba un peligro cierto en la cara de quienes se inventan otros residuales resume el delirante universo ideológico en el que habitan todas estas sectarias: Carmen les parece una fascista, aunque solo esté diciendo cómo las tratarían a todas si estuvieran en Afganistán o, desgraciadamente, en no pocos rincones de Europa donde la excusa del multiculturalismo empieza a generar un monstruo impune al que no se le adivinan límites. Con la ayuda de todas las Irenes Montero y sus chiringuitos correspondientes.