Niños
No obstante, existen ejemplares humanos más peligrosos que los niños mal educados. Los padres que, amparados en movimientos religiosos, normalmente parroquiales, o simplemente porque son unos pelmazos, aprovechan las vacaciones para organizar la vida de los niños de los demás
Hoy toca artículo local. Soy muy niñero. Los niños bien educados son hijos de padres bien educados y de abuelos bien educados. Pero aborrezco la mala educación de la tierna infancia de ahora. Se educa en casa, no en los colegios. Tampoco hay que exagerar. En el Colegio del Pilar nos obligaban a estudiar un pequeño volumen titulado El Muchacho Bien Educado. Era atroz. Un niño para tirarlo por una ventana por cursi, pusilánime y beatorro. Por supuesto, que mis nietos me parecen los mejores del mundo. Y están maravillosamente educados, a la antigua, y van a misa los domingos y posteriormente critican con acidez lo mucho y mal que ha hablado el cura oficiante. Comen en los restaurantes como en casa, sin hacer ruido ni levantarse. Piden permiso para todo, y no gritan. Y se levantan cuando saludan a una persona mayor. No recuerdo quién acuñó un pensamiento tan profundo como el que sigue: «Cuando estoy en la playa tomando el sol y juegan niños en mi entorno, y gritan y me llenan de arena de pies a cabeza, no me hace ninguna gracia. Pero cuando veo a mi hijo jugando en las cercanías de otro adulto que toma el sol y le llena de arena, me hace bastante gracia. Demuestra que mi hijo es mucho más gracioso que los demás». El que acertó fue el poeta americano Richard Hugo: «Si alguien quiere saber cómo educar bien y perfectamente a los niños deben preguntárselo a los que no los tienen». No obstante, existen ejemplares humanos más peligrosos que los niños mal educados. Los padres que, amparados en movimientos religiosos, normalmente parroquiales, o simplemente porque son unos pelmazos, aprovechan las vacaciones para organizar la vida de los niños de los demás. Por ello he iniciado este texto con la advertencia de que se trata de un artículo local.
Tener hijos exige ocuparse de ellos. No de soltarlos a las primeras de cambio para que otros padres les organicen juegos y excursiones. Aquí en Comillas, tenemos un estupendo club que levantamos los veraneantes hace cincuenta años. Y todos nos llevábamos bien hasta que se demostró, científicamente, que los socios del club eran los que mantenían el nivel de nacimientos en España. Ahora, son más de 600 niños hijos de socios los que se reúnen, juegan, gritan y alborotan durante el mes de agosto. Llegan el día 1 de agosto y se van el 31, devolviendo a este entorno maravilloso la tranquilidad perdida. Y existen parejas jóvenes, llenas de buena voluntad y con méritos indiscutibles que se ocupan en organizar para esos 600 niños toda suerte de diversiones ocupando todos los metros cuadrados del club. Mientras tanto, los padres de quinientos niños —como poco—, los han soltado y encomendado a quienes, meritoriamente se hacen responsables de tan peculiar manada, mientras ellos se tuestan en la playa o juegan al bridge. Adolfo y Raúl Herrera, Noelia, Carmen, Casilda, Ángela, Henar, Mila y demás empleados del Club, son testigos de un momento espectacular. Estábamos tomando una copa una decena de socios en la barra del bar, y los diez terminamos en el otro lado de la barra para no vernos pisoteados y machacados por una infantil aglomeración de violentos infantes.
Los padres con sus hijos. Esa es mi propuesta. En el caso de que mi propuesta no sea aceptada, Herodes.