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Perro come perroAntonio R. Naranjo

La mentira

El verdadero régimen que asola España nace de la mentira más soez, compañera indispensable del Mentiroso en Jefe

Hubo un tiempo en que la mentira tenía una reprobación incompatible, por ejemplo, con la permanencia en un cargo público. Incluso el error, hoy liviano, tenía consecuencias: el bueno de José Luis Corcuera dimitió como ministro cuando el Tribunal Constitucional anuló un simple apartado de su ley estrella, bautizada como «de la patada en la puerta» en un exceso periodístico que entonces nos pareció justificado.

Ahora la mentira no penaliza. Al contrario, es el traje recurrente que se pone el Gobierno cada vez que tiene un aprieto, sin dudar ni un segundo en comparecer ataviado con esos ropajes infames, seguro de que va a tener el respaldo suficiente para que prospere la trampa, visible para cualquiera con las entendederas de un simple protozoo y un poco de músculo moral.

Sánchez mintió cuando asaltó el poder por primera vez: apeló a la necesidad de recuperar la decencia cuando, en realidad, solo aspiraba a salvarse del cadalso que le había preparado su propio partido, tras perder dos veces en seis meses, con los peores resultados históricos del PSOE, y mantener bloqueada España un año por su combinación de codicia y fracaso.

Mintió también con su tesis doctoral, un plagio bochornoso; con su disposición a pactar con el nacionalismo; con la amnistía y los indultos; con sus acuerdos con Bildu y con los datos económicos reales de España, maquillados obscenamente por el parque temático de la manipulación que es el Estado «okupado» por esbirros, algunos de los cuales se dedican a buscar basura para ejecutar las órdenes públicas de La Moncloa contra jueces, periodistas y guardias civiles.

Y mintió también con Ábalos, despedido sin explicaciones y recuperado como diputado para aforarle y mantenerle un sueldo; con Begoña Gómez, que ya estaba imputada cuando desapareció cinco días y reapareció escondiendo esa circunstancia y haciéndose la víctima; y lo hizo también con todo el «Caso Koldo», un resumen de sus conexiones personales y políticas con una tupida red de intereses que prosperó en ministerios y comunidades porque todo el mundo la vio protegida, por acción u omisión, desde La Moncloa.

También miente Sánchez cuando llama mentirosos a los medios de comunicación críticos y a los jueces independientes, emulando a un vulgar delincuente que denuncia abusos policiales cuando es detenido con las manos en la masa.

La regeneración de España pasa por volver a poner la mentira donde corresponde, en hacerla incompatible con la supervivencia política y en darle la respuesta que merece, como vacuna indispensable para la calidad de una democracia permeable de la cúspide a la base.

En Sánchez no sorprende la mentira, porque hizo con ella un pacto germinal que le obliga a prolongarla hasta el final de sus días, que si hay justicia poética y ordinaria, serán tan crueles como cruel ha sido su Presidencia ilegítima, fraudulenta y agresiva.

Pero preocupa que su hábito sea contagioso y se normalice, por ejemplo en la prensa, el principio de que el fin justifica los medios: por enorme que sea el poder de un presidente, más derivado de su despotismo que de sus atribuciones concretas, no iría a ningún lado si simplemente hubiera un compromiso honesto e innegociable de todo el ecosistema con algo tan delicado como la verdad. Que alguno cree que es un periódico de Murcia.

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