Y Sánchez preparando La Mareta
Moncloa ha dado ya por perdidas las regiones españolas. De hecho, va a mandar a las próximas autonómicas a medio Consejo de Ministros a que se quemen en el altar del ego del presidente
Al comienzo de esta legislatura Pedro Sánchez nos prometió un muro que le separaría del resto de españoles, a los que despachó bajo el manto de «la derecha». Nunca como el viernes durante la Conferencia de Presidentes se ha podido visualizar tan palmariamente las consecuencias del muro: un clima tóxico, ineducado y polarizado acogía a los barones y baronesas a los que Pedro había convocado para nada. Nada se iba a tratar, nada se iba a arreglar, nada se iba a acordar. Moncloa solo perseguía que constatásemos que Su Persona lo intenta, pero los fachas no le dejan porque son unos intolerantes y le niegan su legitimidad. Para ello echó mano de todo, incluso de una Babel regional con nacionalistas hablando cada quisque en su lengua públicamente, mientras en privado usan la que nos une a todos y todos conocemos y entendemos. Quizá Ayuso no tuvo su mejor día amplificando la coreografía del lendakari Pradales, pero algún día había que poner pie en pared para demostrar al creador de Frankenstein que su engendro es solo suyo, no del resto de españoles, que viven con normalidad las otras lenguas cooficiales, que solo lo son en los territorios de donde proceden.
Ni siquiera me voy a quedar con el encontronazo entre la ministra Mónica García y la presidenta madrileña, ni con el impolítico saludo de Sánchez a Ayuso, ni con la malasombra del presidente al estrechar la mano de Mazón. O sí. Porque todo ello es el síntoma de una enfermedad: la falta de valores y de educación de nuestros representantes públicos. El ambiente en Barcelona fue irrespirable. Los separatistas ya no se manifiestan ni queman contenedores —lógico, el Estado se ha hincado de rodillas ante ellos declarándoles impunes tras su golpe de Estado— pero ahora la crispación nos ha contaminado a todos; de todos los colores, de todas las Administraciones, de todos los rincones de España.
El cinismo de Sánchez presumiendo de normalidad tras el reguero de escándalos que acechan a su entorno, con las últimas noticias sobre la guerra sucia del PSOE contra la Guardia Civil y los jueces, tras el asalto a cuantas instituciones se han puesto a su paso, no tiene parangón. Echó una chapa autocomplaciente a los presidentes de las Autonomías, la mayoría en manos del PP, sabedor del clima de desconfianza que le rodea: institucional y socialmente. Resulta que para el presidente «normalidad» es tener un país ingobernable, sin presupuestos y sin la mínima lealtad institucional entre los poderes públicos, lo que imposibilita que se aborden problemas de verdad, como la inmigración, la vivienda o la educación, todos ellos necesitados de consensos. Es decir, hemos construido un Estado de las Autonomías que se basaba precisamente en el reparto de competencias para gestionarlas coordinada y lealmente, y aquel mandato constitucional hoy es una fuente de problemas y de enfrentamientos. Vamos, que hemos hecho un pan como unas tortas. Y el panadero Sánchez es el principal responsable de que ya no haya ni los mínimos de urbanidad entre nuestros mandatarios.
Moncloa ha dado ya por perdidas las regiones españolas. De hecho, va a mandar a las próximas autonómicas a medio Consejo de Ministros a que se quemen en el altar del ego del presidente, que solo quiere gobernar él. Ya ha echado sus cuentas: si logra que Yolanda e Iglesias se entiendan —misión imposible— y los soberanistas en bloque le sigan apoyando —la alternativa para ellos es peor— pues ya está: qué le importa lo que sufran sus candidatos regionales, que previsiblemente recibirán en su mejilla el bofetón que los ciudadanos querrían darle a él en las urnas.
Es imposible vivir en este bloqueo y desentendimiento generalizado eternamente. Un país como España no se lo merece. Ayer los ciudadanos dijeron basta en las mismas calles que Sánchez no puede pisar. Aunque el escenario elegido ayer para la protesta no fuera el mejor para exhibir músculo, es verdad que es necesario canalizar tanta desazón. Feijóo terminó con un alegato evangélico: «Españoles, vuestros derechos están en juego. Os convocamos a defenderlos. Volved y contad lo que habéis visto». Y tenía razón. Con todo, no servirá para lo que se convocó: un adelanto electoral. Antes Sánchez, que ya prepara las vacaciones en La Mareta, quemará el templo que dar la voz a los españoles.