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Perro come perroAntonio R. Naranjo

El maquillaje de Pedro

El líder del PSOE no se ha caído sobre un bote de Cola Cao: se pone a juego con las sombras que proyecta su ocaso

Actualizada 01:30

Me ha costado entender el término contouring, que al parecer es lo que se ha hecho Sánchez en la cara, aunque una vez descifrado, encaja a la perfección: se trata de ponerse sombras en el morro, que es el reflejo del alma.

Que el líder del PSOE se haya empadronado el rostro en las penumbras es una maravillosa metáfora de sí mismo; ahí es donde opera, en ese espacio entre la luz y la oscuridad, de la que va y viene sin abandonar del todo nunca la segunda.

Hay quien ha visto en la obsesión por el maquillaje de Sánchez un acto de coquetería mal resuelto: le prometieron quedar muy mono, solemne y presidencial y luego le rebozaron la cabeza en Cola Cao y le remataron el estropicio con un par de rayas perpetradas por el mismo que hace los sondeos del CIS o las estadísticas de paro y tiene un pulso como para robar panderetas.

Pero es, en realidad, una maniobra de camuflaje para decir lo que, a cara descubierta, ni él se atrevería a decir: que es un presidente decente, que su partido está más limpio que los chorros de oro, que lo de la corrupción es una anécdota de la que nadie fue consciente y que debe quedarse para combatir a la ultraderecha, revertir el cambio climático y asegurar la paz en el mundo, como si fuera una aspirante a Miss Universo soltándole su típica filípica inane al jurado.

Sánchez ya no habla ni para los ciudadanos, ni tampoco siquiera para los militantes: lo hace, en este orden, para sus secuestradores a título de aliados de investidura, retándoles un ratito a dejarle abandonado y otro a sugerirles que ahora les pagará más que nunca para mantener su apoyo interesado, una suerte de prostitución política en la que ambas partes ejercen a la vez de meretriz y de cliente.

Y lo hace también para los jueces, la prensa crítica y la UCO, aquí en formato de sutil amenaza: vendréis a por mí, pero yo tengo mis armas, que son el BOE, un Parlamento fijo discontinuo, los mismos escrúpulos que Ted Bundy y un saco de dinero público ajeno con el que seguir en la partida de póquer que es la política para este psicópata de libro.

Que Sánchez presuma de limpio con la dirección del PSOE atropellada por el comercio de mordidas y de mujeres; con su esposa y su hermano imputados; con un fiscal general al borde del banquillo y con hasta cuatro informes de la UCO pendientes de difusión es algo más que una estrategia para ganar tiempo.

Es una declaración de guerra formal al Estado de derecho, en la que deja claro que en España ya solo hay dos opciones: o democracia o Pedro Sánchez, dos términos antitéticos e incompatibles entre sí.

El presidente que nunca debió serlo, pues lo logró con un acuerdo mafioso con partidos que solo lo apoyan si les ayuda a destruir España y le abandonan en todo lo demás, ha acabado como era previsible: convertido en un prófugo del sentido común, un huido de la democracia y un ladrón de las instituciones cuya única salida es prenderle fuego a todo, a ver si entre tantas llamas consigue escapar de su propio incendio.

No solo es el comportamiento de un loco: también lo es de alguien que sabe que, si pierde esta pelea, no solo dejará el poder. Probablemente acabe también, como sus colegas, con una citación en el Tribunal Supremo, donde le harán el contouring ése definitivo.

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