No es Cerdán, es Sánchez
Cerdán y Ábalos no se entienden sin Sánchez, pero tampoco Sánchez sin ellos
En el ámbito penal no basta con que la lógica, las sospechas y los indicios sean irrefutables para que llegue una imputación y, no digamos, una condena. Es precisa una carga probatoria contundente que transforme la duda razonable en certeza y le permita al tribunal emitir una sentencia convincente y acorde con el Código Penal.
Pero otra cosa es la política, que tiene sus tiempos y sus responsabilidades, más cortos los primeros y más claras las segundas, como sabe mejor que nadie Pedro Sánchez, beneficiario directo de haber aplicado esa máxima, en una versión forzada, agresiva y sin precedentes.
Él venía de dos derrotas electorales históricas en seis meses, con su propio partido en contra, a punto de ser destituido y con un año de parálisis del país a sus espaldas, por su empeño en gobernar o bloquear, cuando se inventó una moción de censura espuria, sustentada en partidos a los que debía contener pero dio todo el poder a cambio de compartirlo, al margen de las urnas y utilizando una condena menor y ajena a Rajoy para desecharlo.
Aplicando su propia teoría, Sánchez no tendría más remedio que dimitir hoy mismo, sin honores, por la acumulación de instrucciones judiciales, investigaciones de la UCO, informaciones irrebatibles y listas de investigados en su entorno político, institucional y familiar: sin necesidad de novedades, que llegarán según todos los indicios, el nivel de chapapote es ya insoportable, y desde luego superior al de ningún otro presidente de la historia, pero especialmente en uno que enmendó a los votantes en nombre de una regeneración democrática que ha dado paso a la mayor devaluación ética y estética conocida desde 1978.
Solo con esto, el epílogo de Sánchez ha de ser mortuorio, sin condiciones y desde luego sin peso propio en la imperiosa necesidad de devolverle la voz a los ciudadanos, la honra a las instituciones y, si se la gana con una penitencia sincera, una oportunidad de reinserción al PSOE, devastado por la termita que lo dirige.
Pero es que hay más, aparte de la sensación de que el famoso caso de los ERE y no digamos la Gürtel pueden parecer un juego de niños al lado de la trama de corrupción más longeva, con más ramificaciones y protagonistas de la historia.
Porque además de que resulta imposible de creer que tantos mimbres se tocaron desde hace tanto tiempo sin que el jefe máximo se enterara o incluso lo indujera, hay algo ya irrebatible: los mismos sospechosos de la corrupción convencional, consistente en orientar adjudicaciones públicas a cambio de comisiones, son los responsables directos del negocio político que sacó a Sánchez de las catacumbas electorales y le permitió acceder al poder, por la puerta de atrás, para aplicar la más destructiva hoja de ruta que ningún presidente europeo ha asumido contra su propio país, derivada de la aceptación del peaje de populistas e independentistas.
Porque Sánchez le debe la victoria en las Primarias, la moción de censura y la «mayoría parlamentaria» a las mismas personas ahora señaladas por crear una auténtica Tangentopoli, la célebre trama corrupta sistémica de la Italia de los años 90.
Y el modus operandi en todo ello es idéntico al de las mordidas: tú me vendes tus votos para ser presidente y yo te pago con una amnistía, la condonación de la deuda, la liberación de terroristas, la autonomía fiscal, la transferencia de las competencias migratorias o, ya veremos, un referéndum de independencia.
Cerdán o Ábalos no se entienden sin Sánchez, pero Sánchez tampoco se entiende sin ellos. Y la certeza de que los tres llevan años atacando con sevicia a jueces, guardias civiles y periodistas, promoviendo reformas legales para amordazarles, ofrece una última pista sobre la existencia de una organización de maleantes que ha comerciado con dinero, contratos, votos y la propia España.
Ojalá la Justicia les ponga a todos ellos, sin excepción, el precio que sus comportamientos merecen. Pero, mientras, darle la voz a los ciudadanos es una urgencia nacional. No pueden seguir en la Moncloa los sospechosos de tener su alma en Sicilia.