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Enrique García-Máiquez

Ponerse las botas

Apoyados en Shakespeare, está claro que hay que aplicarse la receta del Dr. Badanelli

Que «ponerse las botas» signifique darse un banquete o un festín homérico es una lástima. La expresión debería referirse a beberte lo tuyo, sobre todo en el Marco de Jerez, donde los barriles son siempre botas. Yo soy neutral –tan comilón como bebedor–, pero creo que ganaríamos todos si dejásemos a las botas en su sitio.

En esta línea reivindicativa, se ha publicado en Jerez un libro colectivo titulado Cuarto de muestras en el que quince autores oriundos alzan sus copas y sus plumas por el vino. No vengo a hacerle publicidad, entre otras cosas, porque uno de los quince soy yo. Lo que importa aquí y ahora es que allí y entonces Bibiana González-Gordon recoge la historia del Dr. Badanelli. Este médico sanluqueño de mediados del siglo pasado prescribía a todos sus pacientes una posología infalible: una dosis diaria de oloroso –una o dos copas– y una tapa de jamón ibérico. Fue un médico muy célebre y respetado en la comunidad, naturalmente.

González-Gordon aplaude la farmacología e investiga cuál era su principio activo: «Con los años comprendí la sabiduría del doctor Badanelli, sobre todo con las mujeres. En esa época, ellas no solían beber, y menos aún en público. Estaba mal visto. Pero si el médico te había recetado una copita de oloroso con una tapita de jamón del bueno, eso ya era prescripción facultativa, palabras serias y muy importantes que uno no se saltaba a la ligera. Una vez que lo ponías en práctica, el doctor había acabado con esa tristeza y ese no saber cómo tirar de tu cuerpo, con una simple copa. Que no era tan simple, claro, porque la copita implicaba salir a tomarla con tu amiga, al solecito. Charlar, comprobar que no estabas tan sola, que todas tenían más o menos los mismos problemas que tú…».

Todo lo firmo (y, de hecho, mientras escribo, estoy automedicándome), pero creo que la fórmula Badanelli vale para casos más graves y políticos. No debe de ser casualidad que los problemas de España empezaran a crecer cuando comenzó a caer el consumo de jerez. Quien lo vio claro, como tantas otras cosas, fue William Shakespeare. En su obra Enrique IV, detectó que el jerez tiene dos efectos.

«Primero se sube a la cabeza y te seca todos los humores estúpidos, torpes y espesos que la ocupan, volviéndola aguda, despierta, inventiva, y llenándola de imágenes vivas, ardientes, deleitosas, que, llevadas a la voz, a la lengua (que les da vida), se vuelven felices ocurrencias». Hoy por hoy nos hace más falta que nunca pensar a fondo, con juicio claro y mirada crítica; y, luego, expresar y defender esas ideas con feliz dicción. O sea, que conviene ponerse las botas.

«La segunda propiedad de un buen jerez –según la observación clínica de Shakespeare– es que calienta la sangre, la cual, antes fría e inmóvil, dejaba los hígados blancos y pálidos, señal de apocamiento y cobardía. Pero el jerez la calienta y la hace correr de las entrañas a las extremidades. Ilumina la cara que, como un faro, llama a las armas al resto de este pequeño reino que es el hombre, y entonces los súbditos viles y los pequeños fluidos interiores pasan revista ante su capitán, el corazón, que, reforzado y entonado con su séquito, emprende cualquier hazaña. Y esta valentía viene del jerez». La etimología no dejará mentir a Shakespeare. «Vino» viene de vinum, que podría venir de vis, que es fuerza, ánimo, coraje…, que tanta falta nos hacen. Una de las más graves lacras de Occidente, como detectó Alexander Solzhenitsyn en cuanto nos echó el ojo clínico encima, es la falta de valor, sobre todo en nuestras élites, aquejadas de una profunda anemia moral. Y la cobardía no trae nunca nada bueno.

Apoyados en Shakespeare, está claro que hay que aplicarse la receta del Dr. Badanelli. Necesitamos suplementos vitamínicos de inteligencia, de gracia y de coraje. Ante todos los problemas reales y crecientes que aquejan a nuestra política, a nuestra economía, a nuestra sociedad… el ánimo, esto es el vinum, no nos va a faltar. En cumplimiento de nuestro deber… moriremos con las botas puestas.

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