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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Muera la verdad, viva el populismo

El primer ministro de Francia les soltó la verdad a sus compatriotas, les dijo que el país está arruinado y, por supuesto, perdió el poder por goleada

Act. 10 sep. 2025 - 17:22

Francia, el nuevo enfermo de Europa, ha visto caer a su tercer gobierno en un año. François Bayrou se ha convertido en el primer mandatario de la V República que pierde una moción de confianza. Y fue por goleada: solo 194 votos a favor y 364 en contra.

Bayrou, católico practicante y padre de seis hijos, no es ningún trepilla sin trayectoria, como tantos ministros bisoños y populacheros que hemos visto desfilar por el sanchismo. Alcalde de Pau y vecino de la Nueva Aquitania, limítrofe con España, ha triunfado en varios aspectos de su vida, incluso como biógrafo de reyes y criador de caballos pura sangre. Además se trata de un veteranazo de la política gala, un centrista que desempeñó en su día la cartera de Educación e intentó la carrera por la presidencia.

Bayrou se convirtió en primer ministro en diciembre del año pasado. Como peina 74 años y está ya un poco de vuelta, decidió hacer algo que en la política actual, tuitera y panfletaria, resulta suicida: le contó la verdad al público, incluso tratándose de pésimas noticias. Su sinceridad e intentar afrontar los problemas en serio, en lugar de hacer el avestruz, le ha costado la cabeza, por supuesto.

Sabedor de que nada tenía que hacer en la moción de confianza, en su interesante discurso de despedida cantó todas las verdades incómodas sobre los males de Francia y apeló a unirse, a olvidar el partidismo del regate electoralista para intentar entre todos sacar al paciente de la UCI.

Estéril intentona, casi naif. Sus aguerridas señorías de la extrema izquierda y la derecha populistas lo pusieron a parir, incluso con algunos lances de fuerte tensión dialéctica. Bayrou les respondió con una verdad irrefutable: «Pueden derrocar al Gobierno. Pero no pueden borrar la realidad».

¿Y cuál es la realidad? Francia arrastra una deuda pública del 114% del PIB y el déficit está en el 5,4%, camino de doblar el que tope que permite la UE. «Estamos sufriendo una hemorragia silenciosa producida por la adicción a la deuda. Tenemos una deuda insoportable, que además hará esclavos de ella a los jóvenes actuales», explicó el veterano Bayrou.

Acto seguido, les plantó delante de sus narices el crudo retrato de la ruina: el crecimiento económico anual de Francia es de 50.000 millones, pero los intereses de la deuda se llevan 67.000, que el año próximo serán ya 75.000 y al siguiente, 85.000. «Estamos ante una emergencia histórica. El mayor riesgo es dejar las cosas como están, sin cambiar nada», clamó en vano, mientras proponía un recorte del gasto de 44.000 millones.

Francia cuadró por última vez sus cuentas públicas… ¡hace 55 años! Desde entonces vive en una alocada huida hacia adelante a golpe de pufo, que ahora está llegando a los lindes del cataclismo.

Ya metido en danza, todavía le espetó a la Cámara más verdades sobre la tétrica realidad gala: problemón demográfico, con un país de viejos; degradación de la educación, con problemas severos en la escritura, la lengua y las matemáticas; inseguridad disparada en las calles; inmigración descontrolada y mala integración de muchos de los que han llegado. Y se dejó todavía en el tintero otro problema capital: Francia es hoy uno de los países más gandules del orbe.

¿Y qué pasó? Pues lo dicho, lo tumbaron. La extrema izquierda populista le respondió que la solución es exigir una mayor contribución a los ricos. Bayrou los acusó de «pensamiento mágico», les recordó que la aportación de «los ricos» a la inversión en Francia es medular y les explicó que en un mundo globalizado si los machacas a impuestos lo que hacen es largarse a pagos fiscalmente más benignos. Por su parte, la derecha populista lepeniana, que es casi tan estatalista como la izquierda, concordó con el primer ministro en que hay que intentar gastar menos. Pero no acepta los recortes, ni ofrece plan concreto alguno para ajustar las cuentas. El agujero que está empezando a engullir a Francia no figura entre sus prioridades.

En resumen: muera la verdad y viva el populismo. Tratar a los ciudadanos como adultos es cenizo y aburrido, no vende un peine. Lo emocionante y resultón es enlazar una soflama con otra –a ser posible con unas buenas gotas de nacionalismo–, prometer soluciones milagreras para todo y tirar la calculadora al mar y disfrutar de la ficción de que el dinero crece en los melocotoneros.

La política, enferma de velocidad digital, se ha vuelto adolescente. Y si algún día cae Sánchez, por aquí abajo nos vamos a quedar lívidos al descubrir lo que ocultaba bajo la alfombra la jovial y alborotada Marisu de Triana.

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