El sexo de Brigitte: todo el mundo pensando en Begoña
No hay que caer en la ignominia de librar esos debates, que además de repugnantes desplazan el foco de lo importante
A Francia se le amontonan los problemas, con Gobiernos que duran menos que la palabra de Pedro Sánchez, pero todo el mundo anda piando sobre el sexo de Brigitte, la esposa de Macron que por edad podría ser su madre. Ahí empieza todo, en la difícil digestión de esa diferencia generacional cuando es ella, y no él, el mayor en la relación: a la inversa es un detalle insignificante o en todo caso a favor del varón, a quien se le atribuyen un montón de virtudes intelectuales, anatómicas y sociales que justifican y aumentan la gesta de seducir a una jovencita.
Él es un campeón. Ella una buscona, una loca o, como es el caso, un tío. La mera formulación del debate es ya una derrota para el bien común: no es que no valga todo, que no lo vale, es que aceptar una discusión pública al respecto ya denigra el delicado sistema democrático, que también limita libertades y derechos. No se puede opinar sobre todo, no todas las opiniones son válidas y no basta con aplicar los límites legales por un tercero.
Contenerse a uno mismo y saber hasta dónde se puede llegar define a las sociedades avanzadas, en las que se entiende que no todo puede decirse o hacerse aunque no sea delito: es la vieja educación, el mero sentido común, la civilización la que debe impedir que, aunque no tenga reproche penal, no abuchee el himno de España con Felipe VI presente en la Copa del Rey, ni tampoco la ikurriña o la señera por mucho que no puedan procesarte.
En el caso de la señora Macron, su respuesta ha sido sorprendente y, aunque comprensible, equivocada: acepta que le hagan esa pregunta sobre su verdadero sexo y se apresta a desmontar en los juzgados el bulo. Es decir, legitima la discusión, aunque sea para pasarle luego la factura difamatoria a su difuso autor original y, de algún modo, a toda Francia.
Hubiera bastado con una nota oficial o, si quieren, con una frase de su esposo, que algo le toca en el viaje, aunque para eso Macron debería bajarse un poco de ese pedestal en el que lleva lustros encaramado, con una arrogancia no muy distinta a la de su amigo español, que también tiene líos con su pareja por razones bien distintas.
O no tanto. Aquí no ha prosperado tanto la infamia sobre el sexo de Begoña Gómez, pero sí saltó en alguna tertulia residual con una tertuliana de saldo y, desde ahí, se instaló en esa sentina que a menudo son las redes sociales, plagadas de maleantes anónimos con alma de usuario de club de carretera secundaria.
Y hay que decirlo también: de todas las críticas que merece la pareja monclovita por su actividad pública, la única que es infame, repugnante y sancionable es ésta. No debe costar ponerse en el pellejo de los afectados para entender el dolor que puede causar algo así y ninguna valoración sobre la catadura política, moral y ética del líder socialista justifica esa burla burda que califica más a quien la hace que a quien la recibe.
Tener que aclarar que Brigitte o Begoña son lo que parecen es un síntoma de la degradación del espacio público y un adelanto perverso de lo que puede venirnos encima para modificar tendencias electorales, inducir estados de opinión o desplazar la discusión política hacia latitudes peligrosas pero eficaces que, una vez superado el dolor, incluso beneficien a las víctimas.
Porque a Sánchez, por ejemplo, pudiera llegar a interesarle más un debate sobre el sexo de su esposa que sobre sus actividades, sus relaciones con Aldama y Air Europa, sus negocios a la sombra de una cátedra pantalla y la utilización de La Moncloa para prosperar con la influencia de su marido.
El propio presidente ya viene explorando el terreno personal para zafarse de la rendición de cuentas y dio el pistoletazo de salida cuando, a sabiendas de que su mujer ya estaba procesada, desapareció y reapareció mintiendo a la ciudadanía con una carta de amor que escondía la situación legal de Begoña y presentaba todo como un doloroso ataque a su intimidad por razones políticas.
A nadie con dos dedos de frente y unos gramos de fibra moral puede excitarle la bochornosa persecución a Brigitte, o a Begoña, por fábulas cocidas en las trastiendas más siniestras de la sociedad. Y a nadie con algo de cabeza debe escapársele que, mientras se habla del sexo celestial de los ángeles, no se rinden cuentas de las andanzas demoníacas en la tierra de personas de carne y hueso con más agujeros negros que el sistema solar.