El bolso de la niña de Yolanda
Resulta revelador que, entre quedar como una pija o como una pirata, la vicepresidenta haya elegido lo segundo
Aburridos como estamos de que los días se nos vayan entre las corruptelas del Gobierno y su extrema debilidad parlamentaria, la polémica en torno al bolso de la hija de Yolanda Díaz supone todo un respiro. Un alivio que nos distrae por unas horas de la podredumbre material del Ejecutivo, pero que nos devuelve a la raíz de sus problemas: la hipocresía sobre la que cabalga.
La polémica consiste en unas fotografías en las que sale Yolanda Díaz junto a su hija adolescente, quien carga a su vez con un bolso blanco de Marc Jacobs que costaría unos 500 euros (lechuga arriba, lechuga abajo).
Preguntada por este asunto en televisión –y tras sacar todo el muestrario del feminismo freak de que si la cosifican o no sé qué– la vicepresidenta ha dicho que el bolso es una falsificación que le compraron a su hija sus «primitas» en un mercadillo. Me reconozco incapaz de diferenciar entre un bolso real y uno falso como si fuera un sexador de pollos. No tengo esa destreza. Pero apostaría a que el bolso es verdadero y que la vicepresidenta, entre quedar como una pija o como una pirata, ha elegido lo segundo.
Y lo digo porque los antecedentes son numerosos. Una de las cosas ridículas que trajo la nueva política fue el hacer bandera de la escasez, un populismo que romantiza el no tener nada a nombre de uno. Es una corriente que todavía perdura en el Congreso y en reportajes de El País, donde te venden las bondades del coliving, del carsharing y de toda esa porquería del «no tendrás nada y serás feliz». Por eso Gabriel Rufián presume de tener solo media casa pese a cobrar 100.000 eurazos al año, como si eso fuera la prueba del nueve de su honradez, cuando a mi modo de ver es un síntoma de impericia. Y por eso le hicieron la vida imposible a Marcos de Quinto en su momento, cuando iba con Ciudadanos, porque se le ocurrió declarar un patrimonio de casi 50 millones y eso le convirtió en sospechoso a ojos de la mayoría envidiosa y manirrota del hemiciclo.
Pero quizá el caso más flagrante de esa hipocresía, la de fingirse pobre sin serlo, sea la de María Gámez. Esta mujer fue directora de la Guardia Civil entre enero de 2020 y marzo de 2023, cuando tuvo que dimitir, entre otras cosas, por la imputación de su marido en los ERE de Andalucía. Gámez declaró en 2021 que contaba con un patrimonio inmobiliario de 168.000 euros cuando en realidad era de 2,7 millones, aticazo en Málaga incluido, según publicó en este periódico Alejandro Entrambasaguas. Es una diferencia muy grande como para tratarse de un despiste con la calculadora. ¿Lo hizo para comulgar con el populismo de la escasez o para que no le preguntasen por el origen de su bonanza? Quién sabe. Créeme que si yo tuviera un ático con vistas al Mediterráneo me acordaría. Sobre todo en verano.
Por cosas como esta, lo del bolso de Yolanda es solo una anécdota al lado de la podredumbre (material y moral) de aquellos que vinieron para regenerarnos a todos.