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Post-itJorge Sanz Casillas

Rufián bailándole a Ester Expósito

A Gabriel Rufián le ha ocurrido lo que a tantos otros que no somos de Madrid: que entre bailar con Ester Expósito o trasnochar en Barcelona (con el riesgo que a menudo supone), mucho mejor lo primero

Act. 17 oct. 2025 - 10:20

Han visto a Gabriel Rufián bailando bachata en un local de Madrid con Ester Expósito. No voy a entrar en si esta actriz es la chica más guapa de nuestra generación, porque no quiero que se me tire encima el feminismo del puño morado. No voy a entrar en los 18 años que se llevan porque es una idiotez, sobre todo entre amigos y conocidos. Tampoco en si Rufián baila bien o mal. Ni si quiera en qué hace vestido como si fuera Aladdin, con un pantalón bombacho y una camiseta de algodón.

Solo diré que Gabriel Rufián no es el primero. Y no me refiero al primero en bailar con ella. Digo que no es el primer separatista al que, por lo que sea, le gusta demasiado Madrid como para salir corriendo del Ebro para arriba en cuanto tiene ocasión. Antes que a él le ocurrió a Joan Puigcercós, portavoz de ERC entre 2008 y 2011. Él llegó a la capital a una edad parecida a la de Rufián, convencido de que Madrid era una caverna donde se conspiraba contra Cataluña. ¿Qué pasó? Que descubrió que el Espanya ens roba es una ficción. Salió por las noches, hizo amigos, conoció restaurantes... Comprobó en definitiva que Madrid es un sitio genial para vivir: que nadie te pregunta de dónde vienes, que la gente es amable y que incluso hay actrices. Cuatro años después, Puigcercós le reconoció a un amiguete común que nunca más podría odiar «Madrit», como solía llamarla.

A Gabriel Rufián, por tanto, le ha ocurrido lo que a tantos otros que no somos de esta ciudad: que entre bailar con Ester Expósito o trasnochar en Barcelona (con el riesgo que a menudo supone), mucho mejor lo primero.

Comentado ya el chisme de la semana, vaya por delante que me tiene sin cuidado lo que haga Rufián con su tiempo libre. De los diputados –se llamen Gabriel, Cuca o Santiago– me preocupa bastante más lo que hacen dentro del Congreso que lo que hacen fuera. Es en horario lectivo cuando tienen verdadero peligro. Y sirvan tres ejemplos de esta misma semana para entender mi desapego, que no es otra cosa que desánimo al comprobar el nivel decreciente de los que nos gobiernan. Entre los que no saben hablar y los que no saben comportarse, tenemos degradación institucional (que es el germen de todas las demás) para muchos años.

- El miércoles, la portavoz del PSOE, Montse Mínguez, se agarró los morros mirando a la bancada popular como hacía Belén Esteban cuando aún tenía público.

- También el miércoles, Yolanda Díaz dijo lo siguiente: «Voy a decirle al señor Trump que el pretendido castigo que quiere profesar (sic) a los españoles le va a salir muy caro a los norteamericanos». Entendemos que quería decir infligir. O quizá infringir, que también sería incorrecto.

Comprobado que muchos de nuestros diputados no saben hablar ni comportarse, ese mismo miércoles pudimos confirmar que gobernar tampoco. La ministra de Vivienda, la multipropietaria Isabel Rodríguez, anunció la puesta en marcha de un número de atención gratuita sobre cuestiones de vivienda. Es decir, que en vez de construir pisos a un ritmo acorde al aumento de la población, en vez de legislar para que la vivienda vacía que hay en España se incorpore voluntariamente al mercado del alquiler, al Gobierno solo se le ocurre montar un call center; una granja de funcionarios cogiendo el teléfono para no solucionar la raíz del problema: que falta oferta.

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