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HorizonteRamón Pérez-Maura

50 años: memoria del ausente

Para llegar a ser proclamado el 22 de noviembre de 1975, Don Juan Carlos tuvo que superar múltiples barreras. Primero, los que desde dentro del régimen y al amparo de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado empezaron a proponer diferentes candidatos apoyados por distintas facciones del régimen

Ayer se cumplió medio siglo de un gran día en el que fue proclamado Rey de España Don Juan Carlos. Pero eso va a quedar ocultado por eufemismos como 50 años de la Monarquía o de la coronación. Para empezar, a los Reyes de Castilla nunca se les coronó. Siempre se les proclamó. Y hablar de 50 años de la Monarquía es una estupidez cuando nuestra Monarquía es hereditaria de padres a hijos o nietos desde el año 789 con Vermudo de Cantabria. O sea, que cincuenta no. 1.236 años de Monarquía. La más antigua de Occidente.

Para llegar a ser proclamado el 22 de noviembre de 1975, Don Juan Carlos tuvo que superar múltiples barreras. Primero, los que desde dentro del régimen y al amparo de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado empezaron a proponer diferentes candidatos apoyados por distintas facciones del régimen: Carlos Hugo de Borbón, Otto de Habsburgo, Alfonso de Borbón…

Finalmente, en 1969 el propio Franco da a Don Juan Carlos el título de Príncipe de España y lo nombra sucesor a título de Rey. Como es lógico, aquello provocó enormes tensiones entre el Príncipe y Don Juan, el Rey del exilio. Pero no menores fueron las tensiones en España, donde desde la Falange se empieza a acosar a Don Juan Carlos. Llegó a haber enfrentamientos callejeros entre jóvenes monárquicos y falangistas. Don Juan Carlos fue moldeando su proyecto con pocas personas. Entre ellas, José Mario Armero, Miguel Primo de Rivera, Manolo Prado y Colón de Carvajal y el Rey Simeón de los Búlgaros, en cuya casa de la Avenida del Valle en Madrid, se reunió Don Juan Carlos con opositores a los que no era conveniente que las fuerzas de seguridad supiesen que veía.

Tras el asesinato en 1973 del presidente del Gobierno, el almirante Carrero Blanco, se produjo el desconcertante nombramiento de Carlos Arias Navarro como presidente. Y digo desconcertante porque Arias era hasta entonces ministro de la Gobernación y, por lo tanto, responsable de la seguridad del presidente del Gobierno asesinado. A la muerte de Franco, el 20 de noviembre, la proclamación de Don Juan Carlos se pone en marcha con rapidez. El temor por la falta de invitados extranjeros de relieve era notorio. Y ahí se encomendó a Manolo Prado la misión de convencer al presidente francés Valéry Giscard d'Estaing -a quien conocía de cazar juntos- de que viniera a la Misa de Acción de Gracias por la proclamación del Rey. Propio de la visión que tenía de sí mismo, Giscard pidió que le diesen un trato diferenciado y sin consultarlo con el Rey, Manolo Prado se comprometió a que el presidente francés podría desayunar con Don Juan Carlos el mismo día de la Misa. Así fue.

Lo que las nuevas generaciones no ven es que el 22 de noviembre de 1975 Don Juan Carlos era un dictador con todos los poderes de Francisco Franco. Los heredó íntegramente. E inmediatamente se puso a preparar la Transición. Arias Navarro se convirtió en un obstáculo. Hasta el punto de que antes de su viaje de Estado a Estados Unidos, el Rey declaró a Newsweek que Arias era «un desastre sin paliativos». Pero ni por esas dimitió. Finalmente, el 1 de julio el Rey lo cesó y, con la ayuda de Torcuato Fernández Miranda nombró a Adolfo Suárez, presidente del Gobierno. Aquello, una vez más, desconcertó a casi todos. El Rey decía que quería hacer una reforma, pero nombraba presidente al que era ministro, secretario general del Movimiento. La encarnación más pura del régimen. Es famoso el artículo que publicó al día siguiente en El País el historiador Ricardo de la Cierva. Se titulaba «Qué error, ¡qué inmenso error!» De la Cierva se arrepentiría de sus palabras y llegaría a ser ministro de cultura con Suárez. Que creo que también se arrepintió Suárez de nombrarlo.

En el segundo trimestre de 1977 se cierran con rapidez tres etapas: la legalización del Partido Comunista, la renuncia de Don Juan a sus derechos dinásticos y la celebración de las primeras elecciones democráticas el 15 de junio. De estas elecciones resultaron unas cortes constituyentes que redactaron una Constitución de consenso -algo inimaginable hoy- de las que resultó una tercera legitimidad para la Corona. Tenía ya la que le había dado Franco y la dinástica que obtuvo de Don Juan. Finalmente, al aprobarse la Constitución en referéndum, tuvo también la legitimidad popular.

En esta hora en que tantos están haciendo leña del árbol caído, en que todos han tenido que hablar del protagonista ausente de aquellos acontecimientos históricos, yo quiero manifestar mi orgullo por un reinado que fue pródigo para España y que la situó en la escena internacional mejor que nunca en el siglo XX. Don Juan Carlos se pudo equivocar en su vida privada y probablemente lo hizo tanto como muchos de sus antecesores. Pero los demás lo hicieron en un tiempo en que no existía la difusión que damos hoy los medios de comunicación.

En esta hora y entre tantas muestras de ingratitud, como español, yo quiero decir «gracias, Majestad».

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