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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Más vídeos del Rey

Lo mismo hay que dar una vuelta a que el escándalo sea que hable uno de la Transición y no el resto de cómo cargársela

En España pueden hablar Otegi, Puigdemont, Junqueras, un antiguo jefe de ETA, un asesino de sus propios hijos o la madrastra de su hijastro echado a un pozo. Y desde luego la pléyade de artistas de la tertulia con su argumentario perfectamente cocinado en un hornillo instalado en las cloacas de Sánchez, capaz siempre de echarle un cable hasta en las circunstancias más adversas: el problema es el juez que investiga por qué Begoña Gómez se creó una cátedra y la usó como una empresa comercial o qué demonios pintaba reuniéndose, viajando y recibiendo patrocinios de la misma compañía rescatada por su marido. Y no ella haciendo todo eso, con una desfachatez contagiosa del marido.

O qué buenos feministas son porque cinco meses después de trascender las denuncias sobre Paco Salazar, míster Bragueta, no han hecho nada más que taparle y ayudarle, pero si siguen insistiendo reaccionaremos y, ahora sí, seremos contundentes y enérgicos, como con Cerdán y Ábalos, a los que solo les faltó grabarse un vídeo en el momento exacto de cada apaño: todo lo demás lo han hecho y es conocido, pese a lo cual Sánchez y su Orfeón se tiraron meses, o años, insultando a todo aquel que se lo advertía o lo investigaba. Pero ahora, una vez más, son los que más hacen contra los abusos.

El caso es que todos pueden hablar, o mentir con descaro, sin que se paren las máquinas, los propios o ajenos les digan «por ahí no paso» y se levanten para acabar con el falso debate y la manipulación más obscena: por lo visto la «libertad de expresión» o incluso la «pluralidad» es eso, y de ella presumen los programas que más mienten vendiendo la falacia de que se puede falsear todo siempre y cuando a otro le dejes decir un poquito la verdad.

Pero hay una excepción en ese juego perverso, y responde por Juan Carlos I. Ahí ya no. Hasta aquí hemos llegado. Que se calle, que desestabiliza. Dónde vamos a parar, ese hombre hablando de la democracia en el 50 «aniversario» de la democracia. O de la Transición, qué se habrá creído, el de las Mataharis de mercadillo.

Está bien que a un Rey se le aplique el listón ético y estético más alto, siempre y cuando guarde proporción con el de los demás. ¿El de Otegi, que estuvo con los terroristas, fue condenado por viles delitos y no reniega de nada, cuál es? ¿Y el de Sánchez, con media familia imputada, sus manos derechas en Soto del Real, el Fiscal General condenado y él mismo usurpando una Presidencia para la que no tiene votos ni en las urnas ni en el Parlamento, dónde está?

No es difícil entender el malestar de la Casa Real cuando el padre emite un vídeo reivindicándose un poco o publica un libro para destacar sus formidables luces, ya que todo el mundo restante habla de sus sombras. Pero ese temor a que algo tan normal como que un Rey hable de la etapa que protagonizó, mientras está condenado por la Nueva Inquisición Sanchista, es también un indicio de que a Felipe VI le podría pasar lo mismo si los brujos de Pedro deciden que ya toca, por convicción o para despistar, abrir el melón del debate monárquico.

No le ha venido bien a Felipe VI que se descubriera que su padre y mentor era el primer español, pero el penúltimo contribuyente, pero ha de encontrar la manera de que España sea indulgente con sus pecados y priorice su evidente obra, imprescindible para entenderlo casi todo del último medio siglo. Porque a fuer de pedir perdón cada cinco minutos, ese legado se va desvaneciendo y puede quedar la idea de que la Corona es una pareja bonita para dar premios sociales y poner cara compungida en las catástrofes.

Hace unas horas, toda una presidenta del Congreso, Francina Armengol, utilizó el Día de la Constitución para pedir su reforma en el sentido contrario al que seguramente, pediría una abrumadora mayoría de españoles: ellos querrán unidad y a ser posible un Estado menos invasivo y mastodóntico, con su parque temático de comunidades, diputaciones, consistorios y todo lo que le cuelga a precio de oro. Pero ella dijo que ese cambio debía ser para adaptarlo a las supuestas realidades nacionales de España: es decir, a lo que piden Puigdemont, Otegi o Junqueras para darle cuatro votitos o siete a Pedrito.

Y nadie se ha escandalizado. Lo mismo es que hacían falta más vídeos del Rey, y no menos.

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