Forajido Sánchez
La sentencia al tonto útil García Ortiz es una excusa para desafiar a la Justicia por miedo a condenas a su esposa, su hermano y quizá él mismo
Todo el mundo es consciente de que el fiscal general del Estado le importa a Sánchez entre cero y nada y lo considera un soldado obediente, un tonto útil cuya merecidísima condena es una simple excusa para que su patrón envíe un mensaje a la Justicia, a sus seguidores y al resto de su tropa, movilizada desde el minuto uno para esparcir en todas las tertulias la idea de que el Tribunal Supremo, y los poderes ocultos que se esconden tras él y le utilizan, están dando un golpe de Estado.
Los más brutos del rebaño utilizan literalmente esa expresión, especialmente en la televisión pública, convertida en un aparato de propaganda e insurgencia que convoca a gente sin formación, sin trayectoria, sin escrúpulos o sin todo ello a la vez para cacarear un argumentario insolvente, destinado en exclusiva a adelantar y proteger la estrategia oficial del imitador de Maduro que padecemos por presidente.
García Ortiz fue la herramienta de Sánchez para intentar acabar con Ayuso, con una operación mafiosa que a cualquier demócrata decente debería escandalizar, y ahora es la excusa para configurar el relato de que toda sentencia futura contra su esposa o su hermano será, simplemente, otra operación política frente a la cual está justificada una rebelión.
Y no digamos si el Supremo decide cursarle al Congreso la petición de suplicatorio para citar al propio Sánchez, cuya reacción al fallo de ese mercenario con toga es la de un forajido de la democracia que movilizará a propios y extraños para rechazar esa posibilidad, imprescindible para someterse él mismo a la justicia, y se situaría definitivamente en el extrarradio golpista de la democracia.
Por mucho indocumentado que, ante más de 200 páginas de razonamientos, pruebas, indicios y leyes perfectamente detallados por la élite de los jueces españoles, contrapongan soflamas sectarias a tanto el peso; la sentencia no solo condena al triste peón de una operación chavista contra un adversario, sino que retrata toda una época y al cafre que la ha marcado, enfrascado en un epílogo cruel para él pero también para el Estado de derecho.
En cualquier país civilizado del mundo, una condena al fiscal general vinculado con tanta intensidad a un Gobierno hubiera provocado una crisis inmensa y la dimisión de, como poco, el ministro de Justicia. Y si a eso se le añade la pandemia de corrupción, el bochorno de los acosos sexuales y el escándalo de gobernar sin presupuestos y en minoría parlamentaria; el dimisionario sería el presidente.
Que lejos de eso Sánchez haya salido como un energúmeno, despreciando la sentencia, pero también la decencia personal e intelectual de hacerlo con algo parecido a un argumento solvente, aquí sustituido por un berrido antisistema, desvela el paisaje predemocrático en el que quiere librar su último lance: un pulso contra el Estado de derecho por su triste supervivencia personal y de la de su familia.
Y la buena noticia es que lo perderá, con un castigo a la altura de su desafío y un desmembramiento paulatino del monstruo por él creado, entre escándalos políticos, económicos y sexuales que la Justicia sabrá tramitar, la prensa seria publicar y sus propios compañeros explotar. La cuenta atrás de Sánchez ya ha comenzado y el final es previsible: sufrirá el mismo mal que él ha provocado. Por mucho que ahora chille.