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Desde la almenaAna Samboal

Hoy es fiesta porque es Navidad

Hemos politizado hasta tal extremo la sociedad, que lo que no es de izquierdas es de ultraderecha, cuando solo es la vida misma

He olvidado el momento en que comenzaron a desearme felices fiestas, en vez de una feliz Navidad. Parece haberse hecho costumbre. Unos lo usan porque no son creyentes, pero son muchos más los que parecen emplear el manido latiguillo por aquello de no molestar, no vaya a ser que el de enfrente solo festeje el solsticio de invierno o las vacaciones de fin de trimestre. Lo curioso es que, cuando llegan las de agosto, no te desean felices fiestas, sino feliz verano. A cada cosa, su nombre y, con todo el respeto a las creencias de cada cual, que, por fortuna, hemos crecido en un país libre, el mundo desarrollado, el Occidente de profundas raíces cristianas, cesa toda actividad para rememorar el nacimiento del Hijo De Dios.

En España, la Navidad es también el día de la familia, aunque, a medida que va creciendo, de los que van apareciendo, unos nos resulten más agradables que otros. ¡Qué sería de la cena de Nochebuena sin el manido y pesado cuñado! Hasta los más descreídos se reúnen con los suyos en torno a la mesa. Sospecho que no son tantos como los que quieren parecerlo o nos quieren hacer creer. Hace unos días, la Puerta del Sol de Madrid se desbordó para cantar villancicos. No eran solo abuelas, ni monjitas, había mucha juventud coreando a los peces en el río. Tanta, que en algún despacho se debieron poner los pelos de punta. No vaya a ser –debían pensar en su delirio– que, el día que haya que votar, después de ir a misa, cojan las papeletas de la derecha. ¡Como si Jesús hubiera militado en algún partido! Hemos politizado hasta tal extremo la sociedad, que lo que no es de izquierdas es de ultraderecha, cuando solo es la vida misma. El drama es que, cuando colocan frente al que está al lado, tienden a querer vejarlo, cuando no a agredirlo.

En torno a mi mesa de Navidad, como en la de todos, aparecen cada año caras nuevas. Vienen para quedarse, para, a su manera, perpetuar lo que somos. Y lo que fuimos. Y, a medida que crecemos, reunimos también más ausencias. Con alguna lágrima en los ojos. Y con profundo agradecimiento, porque nos regalaron su amor y su tiempo. Su legado es lo que somos, como seres humanos, como familia y como sociedad. Aquellos que, por puros intereses espurios, hacen ingeniería social para convertirnos a algo que nunca hemos sido se toparán contra el muro invisible de las costumbres y herencias. Olvidan que en nuestro ADN están profundamente anclados, sellados a fuerza de brindis, abrazos y cariño, lo que nos enseñaron nuestros padres y abuelos. Ellos hicieron el país en el que hoy vivimos, con más penurias de las que seguramente hoy podríamos llegar a imaginar. Y es lo que la creciente legión de jóvenes que cantan villancicos reivindica: la España que se para y se abraza y saca la vajilla buena para festejar la Navidad.

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