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HorizonteRamón Pérez-Maura

Mi suerte y alegría en Navidad

En la Nochebuena nos reunimos en torno al portal, cantamos villancicos que siempre concluyen con El Tamborilero de Raphael y adoramos al Niño. Después el discurso del Rey y la cena en familia. Estamos conmemorando el nacimiento de nuestro Salvador. Estamos uniendo a la familia. Qué suerte y qué alegría

Escribo desde Santander en un día lluvioso y fresco. La noche ha traído un apagón que provoca que amanezcamos sin wifi en casa de mi madre. Lo único que me obliga a ver que estamos terminando 2025 es eso. El wifi. Por lo demás, de nuevo la Navidad me devuelve la alegría porque soy una persona con mucha suerte.

No habrá wifi, pero estoy rodeado de mi familia. Y más suerte todavía porque paso la Nochebuena -que en mi familia une más todavía que la Navidad- en la misma casa que pasé todas las Navidades de mi infancia. El nacimiento en el mismo lugar a la entrada de la casa. El portal hecho con corteza de árboles y las mismas figuras que mi madre ha guardado cuidadosamente cada año. Porque cuando se rompen es al sacarlas de las cajas o al volver a guardarlas.

Cuando éramos niños, la llegada de la Navidad no la marcaba el sorteo de la Lotería Nacional. La señalaba el sábado o el domingo de principios de diciembre en que nos íbamos a buscar musgo por la provincia. Había que buscar en zonas de umbría, que son las más frías y en las que el sol no seca ese incipiente musgo. Y teníamos una competición entre todos los hermanos a ver quién conseguía el trozo más grande. De vuelta a casa, todos orgullosos enseñando a nuestra madre nuestras capturas como si en realidad se tratara de atunes del Cantábrico.

El árbol ha cambiado con el tiempo. Antaño comprábamos un pino cada año, con sus raíces, y después lo plantábamos en el jardín. Con el tiempo y dado que tampoco queríamos convertir el jardín en un pinar, nos adaptamos al cambio que traen los tiempos y ahora el árbol es artificial. Pero ocupa el mismo lugar a la entrada de la casa. Así que me permite mantener mi ilusión de volver a la misma Navidad de hace medio siglo. La Navidad en que mi madre nos da siempre el mismo menú desde que tengo memoria: langostinos de primero y pavo de segundo. Mi madre conocía a una persona que le «engordaba» el pavo desde meses antes de la Navidad. Y le iban dando el parte de cómo progresaba el engordamiento. Y la angustia un mes antes de que no ganaba suficiente peso. Como si nuestro pavo fuera un adelantado a su tiempo y ya tuviera anorexia.

Como en toda familia faltan seres queridos. Murieron mis abuelos. En casa de mi abuela Elena pasamos las primeras Nochebuenas de las que tengo recuerdo. Murió mi padre, Jaime. Murió Clara Isabel, mi primera mujer. Todos ellos pasaron la Navidad en esta casa en algún momento y hoy son, necesariamente, parte de los recuerdos que te trae la Navidad. Pero el ciclo natural de la vida hace que hoy seamos muchos más que antaño. Tantos que ya no cabemos en las mesas.

En la Nochebuena nos reunimos en torno al portal, cantamos villancicos que siempre concluyen con El Tamborilero de Raphael y adoramos al Niño. Después el discurso del Rey y la cena en familia. Estamos conmemorando el nacimiento de nuestro Salvador. Estamos uniendo a la familia. Qué suerte y qué alegría.

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