Fundado en 1910

Cartas al director

El reloj detenido

Cercanos a un nuevo cambio de horario de invierno, el reloj sigue siendo el mejor símbolo de un continente paralizado. Europa se ha quedado mirando hacia atrás, incapaz de despertar en el siglo XXI.

Los motores que un día impulsaron su economía —Alemania y Francia— hoy se tambalean en crisis políticas y económicas que parecen no tener salida. El resto de países, demasiado débiles o enfrascados en sus propias divisiones, no logran poner en marcha una locomotora europea que avanza cada vez con más lentitud.

España es el ejemplo perfecto: atrapada en la polarización, anclada en disputas del pasado y con una política incapaz siquiera de aprobar Presupuestos Generales. Un país cuyo reloj institucional lleva años parado.

Mientras tanto, el mundo avanza. Europa pierde peso demográfico, tecnológico y diplomático. La Unión Europea, que fue un proyecto decisivo para el continente, se convierte hoy en una sombra: un museo de viejas glorias democráticas y pasadas gestas históricas, cada vez más irrelevante frente a los nuevos centros de poder global.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Europa supo reinventarse y levantarse de las ruinas. Hoy, tras la pandemia, con una clase política envejecida y sin visión, una natalidad hundida, una educación desfasada y una vivienda inalcanzable para las nuevas generaciones, el continente ha optado por la resignación.

El reloj está detenido. Y lo peor no es la hora que marca, sino que nadie parece tener la voluntad de darle cuerda. Seguimos votando, pero cada elección es un acto mecánico que garantiza la permanencia de un sistema que se protege a sí mismo, no a la sociedad.

¿De qué sirve llamarse demócratas si la democracia se convierte en una rutina vacía, incapaz de responder a los desafíos del presente? Europa corre el riesgo de no ser ya el viejo continente, sino el continente acabado.

Pedro Marín Usón

tracking

Compartir

Herramientas