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28 de marzo de 2024

En primera líneaRafael Puyol

La natalidad en España (III): las soluciones

No hay recetas mágicas para mejorar la natalidad, ni se pueden esperar resultados espectaculares con las políticas de ayuda familiar. Pero es que hemos llegado a niveles de tanta escasez que cualquier incremento va a resultar positivo

Actualizada 09:54

En mis artículos anteriores traje a colación dos hechos importantes: que tenemos una de las fecundidades más bajas del mundo con solo 1,2 hijos por mujer en edad de procrear y que, sin embargo, a las madres y los padres españoles les gustaría tener más descendientes y un tamaño familiar en torno a los dos niños. Y también expuse, a través de los resultados de las encuestas de fecundidad, los motivos que aducen las mujeres para no tener hijos o para tener tan pocos… las mujeres y los varones ya que en estas cuestiones de la natalidad los juicios son muy parecidos.
Sabemos, pues, que si las parejas tienen tan pocos descendientes no es por propia voluntad sino por la acción de un conjunto de factores económicos y laborales que impiden el cumplimiento de ese anhelo. Por lo tanto, las soluciones a una natalidad tan baja deberían contemplar medidas que permitan a las familias paliar los efectos negativos de esos obstáculos limitantes. Antes de explicitar algunas de esas acciones, permítanme cuatro reflexiones previas.
La primera es que no son necesarias medidas especiales de marketing demográfico para convencer a los padres de que deben tener más hijos, simplemente porque ya están convencidos. La segunda es advertir que no hay recetas mágicas para mejorar la natalidad, ni se pueden esperar resultados espectaculares con las políticas de ayuda familiar. Pero es que hemos llegado a niveles de tanta escasez que cualquier incremento va a resultar positivo. La tercera es señalar que existen casos de «buenas prácticas» en países de nuestro entorno (Francia y Suecia) en los que inspirarse. Y, por último, que por muy imaginativas que sean las medidas no tendrán efectividad si no están acompañadas por una memoria económica suficiente y hasta generosa. En Francia el gasto público en prestaciones familiares es del 3,6 por ciento del PIB y en Suecia del 3,5 por ciento; en España solo del 1,3 por ciento. No nos pueden sorprender las diferencias tan acusadas en sus índices de fecundidad (1,9 Francia, 1,7 Suecia y 1,2 España).
En materia de política familiar está todo escrito. Mencionaré las medidas de mayor alcance para ayudar a las familias a tener los hijos que desean, atender las necesidades de esos niños y favorecer la presencia de la mujer en el mercado laboral.
El primer paquete de medidas incluye las de carácter monetario, en especial las prestaciones habituales según el número de vástagos. Son importantes siempre que sean generosas y duraderas en el tiempo y mucho menos si son puntuales como el famoso cheque bebé de 2.500 euros de la etapa de Zapatero que no tuvo un efecto significativo en el número final de descendientes.
Ilustración: Natalidad

Lu Tolstova

El segundo gran bloque comprende las ayudas para los hijos: guarderías con horarios amplios y de bajo coste o gratuitas; medidas contra la pobreza infantil; prevención de enfermedades como la obesidad y otras; pago de la alimentación en el caso de incumplimiento de las obligaciones tras las rupturas matrimoniales.
El tercer grupo abarca las acciones de naturaleza laboral. Dice el gran demógrafo Máximo Livi Bacci que el instrumento más eficaz para mejorar la natalidad es el mercado laboral que sea capaz de proporcionar a las parejas jóvenes empleos estables y bien remunerados y lo que resulta igualmente decisivo una política corresponsable de conciliación de la vida familiar y laboral. Corresponsabilidad en la conciliación supone medidas y tareas que deben compartir ambos sexos.
El cuadro de medidas se completa con disposiciones fiscales progresivas en función del tamaño familiar, facilidades para el acceso a la vivienda de las parejas jóvenes, ayudas para la reproducción asistida o mejoras en las pensiones de jubilación.
Los hijos son ante todo de sus padres y sobre ellos recae la responsabilidad primera de alimentarles y educarles, pero son hijos también de la sociedad donde crecen y viven. Por ello, los poderes públicos que representan a todos los ciudadanos deben ofrecer condiciones favorables para ejercer esa maternidad y paternidad responsables.
En España no hemos tenido nunca una política integral de ayuda familiar. Una política que no es de derechas o izquierdas, sino políticamente neutra y demográficamente imprescindible. Solo con ella podríamos detener el proceso de progresivo desfondamiento de nuestra natalidad y recuperar, siquiera unas décimas, el valor de nuestra fecundidad. Solo algunas comunidades, la más reciente la de Madrid, parecen haberse dado cuenta de las consecuencias negativas de una natalidad tan baja y sostenida en el tiempo. También internamente aparecen algunas «buenas prácticas» regionales que deberían generalizarse a todo el país porque la situación, con pequeños matices de intensidad, afecta a toda España. Pero nada de esto se vislumbra en el panorama demográfico español. No «miramos arriba», al meteorito de la «desnatalidad» que amenaza seriamente nuestro futuro.
  • Rafael Puyol es presidente de UNIR
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