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19 de abril de 2024

En primera líneaRafael Puyol

Edadismo

Actualizada 09:54

La palabra no se ha abierto paso todavía en el diccionario de la RAE, pero acabarán incluyéndola porque define un comportamiento que adquiere cada vez más importancia en nuestras sociedades. Según datos de la OCDE, una de cada dos personas en el mundo practica un cierto edadismo definido como la discriminación que sufren determinados individuos por razones de edad. El fenómeno puede acontecer en cualquier etapa de la vida, si bien la expresión se utiliza de forma preferente para aludir a la exclusión que padecen las personas mayores.
Antes de referirme a las manifestaciones del edadismo permítanme realizar dos puntualizaciones. La primera es señalar que no existe una única edad para definir a una persona como mayor. Hay jóvenes que son mayores muy pronto y mayores que se mantienen jóvenes hasta edades cronológicas avanzadas. Lo que sí podemos afirmar con certeza es que se entra en la categoría de personas «de edad» con cada vez más años cumplidos. Por eso decimos que el envejecimiento es en realidad una especie de rejuvenecimiento. La segunda es señalar la gran heterogeneidad existente en la categoría genérica de «los mayores». En el lenguaje científico, incluso en el coloquial, ya empiezan a diferenciarse distintos tipos de longevos con condiciones y comportamientos muy distintos. Hoy ya distinguimos las personas de la tercera edad, las de la cuarta, los centenarios e incluso los que tienen 110 años y más que son referidos como super centenarios.
Pero pasemos a la categorización de las muestras del edadismo, o de los edadismos, con el afán de que al señalarlos contribuyamos a reducir sus secuelas. Ante todo conviene aclarar que no todas sus manifestaciones son conscientes. Algunas son involuntarias, como por ejemplo el lenguaje que empleamos. Deberíamos evitar vocablos como viejo o anciano por su utilización indiscriminada y prioritariamente peyorativa; o el de abuelos referido a personas que no tienen esa relación de parentesco. Hay alternativas que no pueden ofender a nadie como las de mayores, personas de edad o el más distinguido de sénior.
En una sociedad en donde hay cada vez menos jóvenes y cada vez más gente mayor resulta preocupante el llamado edadismo laboral. Se trata de una visión deformada de los trabajadores séniors provocada por todo un conjunto de mitos, prejuicios, falsas percepciones o estereotipos que conforman una actitud descalificadora de sus aptitudes para el trabajo. Los argumentos proclaman que a partir de una determinada edad no resulta provechosa la actividad de los mayores porque son menos productivos, están poco ilusionados, poseen una salud más frágil, resultan más caros, no están «al día» o quitan puestos de trabajo a los más jóvenes. Hay ya muchas evidencias empíricas que ponen de manifiesto la vacuidad de tales razonamientos, pero sus resultados no parecen convencer a los grandes interlocutores del mercado laboral –administración, sindicatos y empresas– que siguen practicando una cierta discriminación laboral. Pese a su incongruencia económica y social todavía hay muchas personas que salen prematuramente del mercado de trabajo. La evolución demográfica definida por una fuerte caída de la natalidad y un fuerte incremento de la longevidad, aconseja una prolongación de la vida activa e incluso considerar la recomendación de la OCDE de ir suprimiendo de manera progresiva la edad legal obligatoria de la jubilación. El retiro es, por supuesto, un derecho, pero no debería de ser una obligación regulada exclusivamente por la edad.
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Lu Tolstova

Relacionado con el edadismo laboral está el digital consistente en definir a los mayores, a los trabajadores y a todos en general, como analfabetos tecnológicos. Ciertamente no se manejan con la facilidad de los centennials, pero tampoco son unos profanos absolutos, particularmente las últimas generaciones de los baby boomers .Como dice un reciente slogan son mayores, pero no son tontos.
Otra categoría es la del edadismo sanitario que tiene a veces manifestaciones inquietantes como su desatención en situaciones críticas o la famosa propuesta del ministro de Finanzas japonés, Taro Aso, que pidió a los más longevos de su país que no usasen los cuidados paliativos cuando únicamente sirvieran para comer, beber o dormir. Todos recordamos su estremecedora frase de «que se den prisa y se mueran», una sentencia que debió de matizar cuando ya se había difundido como reguero de pólvora .El ministro tuvo que pasar a mejor vida política.
Y aún podemos citar algunos ejemplos más de esta práctica social discriminatoria. Existe un edadismo más sutil, pero igualmente vejatorio que podríamos denominar sobreprotector. Consiste en tratar a los mayores con un paternalismo desmedido como si fueran niños pequeños o discapacitados mentales. Tiene menos consecuencias prácticas, pero puede resultar más hiriente.
Por último, hay un edadismo, no sé si llamarle excluyente o invalidante que consiste en considerar como incuestionable que a determinada edad no se pueden o deben hacer ciertas cosas. Evidentemente a los 70 años no es fácil batir el récord de los 100 metros lisos, pero la mayoría de las personas mantienen intactas sus capacidades para hacer las mismas cosas que una persona de 40 o 50. Ser mayor no significa incompetencia, ineptitud, ineficacia, torpeza, nulidad o impericia. A veces supone todo lo contrario: la posibilidad de realizar mejor ciertas actuaciones.
Tenemos que acostumbrarnos a vivir en sociedades cada vez más envejecidas con un creciente número de longevos. Y no ver esa multiplicación como un peligro o un problema, sino como una conquista social plagada de nuevas oportunidades.
  • Rafael Puyol es presidente de UNIR
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