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24 de abril de 2024

en primera líneaEl marqués de Laserna

Ni ética ni moral

Sin fundamentos ideológicos, el derecho pierde sus cimientos, la armonía social se disuelve y las personas no alcanzan la tranquilidad de ánimo que algunos llaman paz y otros felicidad

Actualizada 02:44

El diccionario de la Real Academia Española define a la ética como «parte de la filosofía que trata del bien y del fundamento de sus valores.» Proviene del griego ethiké, que significa costumbre.
Moral para dicho diccionario es: «Conforme con las normas que una persona tiene del bien y del mal». Su origen es el latino moralis, que quiere decir costumbre.
Aunque son términos equivalentes no son idénticos, el segundo incluye una valoración de los actos y quizás ese matiz donde subyace un mayor compromiso ha influido para que se prefiera el primero, menos exigente.
Sea en uno u otro idioma, en Europa se ha entendido siempre como la norma que rige la conducta humana que, precisamente por ser europea, está penetrada de espíritu cristiano. Pero a partir de la Reforma y de la Contrarreforma, las costumbres de los europeos se apartan unas de otras de modo sustancial. Para los protestantes, sean luteranos o calvinistas, la ética se torna subjetiva, pues la aceptación del libre examen para interpretar las Escrituras elevará esa pauta a toda actividad humana.
Para los fieles a Roma, el criterio sigue siendo la autoridad pontificia y por tanto existirá una moral objetiva.
Aún existe otra diferenciación importante entre ambas culturas: los seguidores del Papa tienen la consolación del sacramento de la penitencia –hay perdón basado en la misericordia– mientras las reformistas no la aceptan e inevitablemente son más rígidas e intransigentes al no reconocer la debilidad humana.
Brújula moral

Paula Andrade

A lo largo de los siglos, estas circunstancias van a producir éticas diferentes. No voy a detenerme en glosar la moral católica en un país en que el 70 por ciento de los habitantes se declaran obedientes a Roma.
Entre las doctrinas protestantes destaca la irresponsabilidad personal: unas veces por determinismo y las más por defender la imperfección humana, los fallos en la conducta se atribuyen a que «el hombre es imperfecto», eludiendo la responsabilidad de los actos propios, es decir, son consecuencia de una naturaleza viciada.
Nada más lejos de la realidad, la naturaleza humana no es imperfecta, es limitada. Hay un ejemplo clásico que lo ilustra: aunque se explique un sencillo silogismo a un caballo, este no lo entiende, pero no porque sea un animal imperfecto sino porque su naturaleza está limitada y carece de entendimiento. La confusión entre limitación e imperfección no es algo inocuo, sirve para librar de responsabilidad a los actos humanos.
Como la ética o la moral son guías de las costumbres humanas, el relativismo, que se ha erigido en la religión de nuestro siglo, se niega a aceptar normas tan trascendentes y prefiere diluirlas con la corrección política o social antes que reconocer que los comportamientos humanos responden siempre a una ideología.
La consecuencia es que la moral o la ética carecen de soporte que las justifique y sin norma que regule a las personas, la sociedad queda inerme, no caben mecanismos para defenderse de la corrupción, el mundo se abre a los egoísmos públicos y privados y los ciudadanos se conviertan en siervos cuya misión es votar a los que los dominan y satisfacer sus impuestos.
Porque sin fundamentos ideológicos, el derecho pierde sus cimientos, la armonía social se disuelve y las personas no alcanzan la tranquilidad de ánimo que algunos llaman paz y otros felicidad.
  • El marqués de Laserna es correspondiente de la Real Academia de la Historia
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