Fundado en 1910

19 de abril de 2024

EN PRIMERA LÍNEAJuan Van-Halen

Todo ha cambiado

Muchas veces se llega al servicio de los ciudadanos, que debería ser la actividad más responsable que pueda imaginarse, sin experiencias previas, desconociendo incluso la gestión de una comunidad de vecinos. Verborrea, catón ideológico, escasas lecturas, autoestima sublimada y poco más

Actualizada 09:47

Cuando uno va dejando atrás el tiempo y llegas a pensar que este tiempo es ajeno y no sólo por lo que ha cambiado tu entorno, sino también por lo que lo vivido ha cambiado de ti mismo, y lo aceptas sin más melancolía que la razonable, es que el trasiego de los años ha resultado enriquecedor aunque puedas entenderlo en parte plano. El tiempo ha hecho mella en lo que conocías y creíste alegre o triste, beneficioso o desfavorable, y ya la perspectiva es otra, más amplia, sin límites obligados, algo así como la sensación que recibí el día que surqué en globo los cielos de Aranjuez. Todo era más pequeño, más abarcable, más irreal, pero estaba allí. Nada que ver con la visión desde un avión. Volaba en una cesta al vaivén de los vientos. Y la inevitable percepción de riesgo hacía entender la realidad de otra manera. Vivir, en definitiva, es eso: riesgo y superación.
Miro atrás con cierta neutralidad desde lo que viene considerándose madurez. Mi larga dedicación al oficio que muy jovencito elegí, o él me eligió a mí, y mi no menos extensa experiencia política -acaso debería escribir «de servicio público» que da una impresión más a salvo de las ideologías- me permiten entender la realidad sin compromisos férreos ni ataduras insalvables, alejándola de lo perentorio que a veces te ata a la responsabilidad que asumes.
Ilustración Tiempo

Lu Tolstova

En un debate parlamentario cierto portavoz de un partido autoproclamado de la «nueva política» me llamó «viejo». Qué le vamos a hacer. Probablemente era globalista y entendía, como su líder señaló alguna vez, que los mayores somos un estorbo, damos la lata, no aportamos nada a la sociedad, gastamos dinero público por nuestros achaques y, en definitiva, somos prescindibles. Acaba de proclamar algo parecido Christine Lagarde. La trayectoria vital no cuenta.
El globalismo sostiene que en el mundo sobra mucha gente y para paliarlo se promueven el aborto, la eutanasia, las guerras, qué se yo. Caí en la tentación de buscar la biografía de aquel joven parlamentario en internet y comprobé que mi fustigador contaba 28 apetecibles años. Destaqué al joven que él no había cotizado un euro a la seguridad social, no había trabajado hasta acceder a su condición parlamentaria, y le informé, no sin cierto gozo, de que a su edad, tras un activo menester periodístico, incluidas guerras por esos mundos, yo dirigía una editorial con un centenar de empleados y cerraba las cuentas anuales con ganancias. No creo que entendiera nada.
La anécdota es válida como retrato de parte de la actual política. Muchas veces se llega al servicio de los ciudadanos, que debería ser la actividad más responsable que pueda imaginarse, sin experiencias previas, desconociendo incluso la gestión de una comunidad de vecinos. Verborrea, catón ideológico, escasas lecturas, autoestima sublimada y poco más. Acaso por ello personas válidas se resisten tenazmente a incorporarse al ejercicio de la política. Y los ministros discrepantes no dimiten porque adónde van a ir. Claro que los tiempos han cambiado y a menudo para peor. Pero el tiempo es así y no de otra manera. Ocurrió siempre.
La política y el periodismo son dos actividades en las que se deja notar especialmente esa crisis de identidad, de defensa de la verdad, de la decencia. Hubo un tiempo en que se habló del «fondo de reptiles». Ahora muchos sentimos bochorno al identificar tantas informaciones sesgadas, que luego desmiente la realidad, por las adscripciones ideológicas de quienes las promueven o las firman. Más allá de los artículos de opinión y los editoriales, que reflejan lo que defienden un autor o un medio, la información debería mantenerse a resguardo del sesgo, la manipulación y la servidumbre.
El ejercicio de la política ha perdido altura, dignidad; se recurre al insulto. El Parlamento ha ahuyentado la galanura, el decoro, lo que se consideró, admirándola, oratoria parlamentaria. Ni siquiera en la vestimenta sus señorías guardan respeto a la institución en la que reside la soberanía nacional. Y lo peor es que sus presidentes no han sabido o no han querido enmendarlo. La pendiente hacía el desprestigio se ha entendido como modernidad. Y no es así. Todo viene de que llegan en exceso a la política quienes no están preparados ni por formación, ni por educación, ni por aptitudes personales, y confunden el Parlamento con una reunión de colegas, chabacana e intrascendente.
Los ataques a la Constitución y a la Monarquía son de libre circulación; las ofensas a la Nación y al Rey no sufren reproche alguno. Recientemente se apeó de un mástil una bandera del colectivo LGTBI y se armó un escándalo; los independentistas queman banderas de España y el hecho se recibe con normalidad. Los políticos mienten sin freno, y el Pinocho principal es el presidente del Gobierno, y no parece importar a nadie. Si Sánchez miente, él es así. El presidente del Gobierno no puede salir a las calles porque le abuchean, visita en Falcon, Superpuma y Audi 8 algunos incendios y sólo saluda a bomberos, guardiaciviles, tropas de la UME y autoridades locales casualmente socialistas, sin presencia del pueblo que padece el incendio. Y no pasa nada.
Sí, todo ha cambiado en el mundo, en mi mundo y no menos en mí mismo. Pero hay que seguir en la brecha porque la lucha no es inútil. Uno está cansado de cansarse, de clamar en el desierto, indefenso de no saber a veces qué defender ni cómo ni para quién. Y sorprendido de esta sociedad que, sin mirar atrás, sin haber sobrevivido en ella la rebelde sangre de los siglos que hervía al sentirse engañada, parece no dar para más. Deseo errar. Mira alrededor y verás que siempre pasa nada, aunque el edificio común se tambalee y los dinamiteros pongan ya descaradamente a punto las cargas definitivas.
  • Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.
Comentarios

Más de Juan Van-Halen

  • España duerme

  • jvhalen
  • El exilio y el reino

  • Mitos de cartón

  • Obsesiones y «obsexiones»

  • jvhalen
  • Cataluña: historia ficción

  • Más de En Primera Línea

    tracking