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en primera líneaJuan Van-Halen

Rajoy en Liliput

El jefe de los rufianes merece detenimiento. Trampeaba laboralmente hasta que entró en política y en 2016 ganó el escaño que ya hace años anunció abandonaría, pero ahí permanece. Su verbo es faltón, interrumpe, prejuzga al que interroga y hace gracietas baratas

Actualizada 01:30

A menudo creo vivir en una sociedad distópica, imaginaria, de Orwell, Huxley, Bradbury o Atwood. Pero me despierto cada mañana, leo los periódicos y sigo las teles. Resulta que es una acosadora realidad. El día que Rajoy compareció en la Comisión de Investigación del Congreso sobre una supuesta «Operación Cataluña», que sólo se ha reunido cuatro veces en años, pensé en esos autores y en un adelantado del género, Jonathan Swift. Aquella pantomima me recordó los atribulados viajes del médico y marino Gulliver. Rajoy estaba en Liliput. Un gigante escuchando a unos seres que, mental y moralmente, por lo que decían con impostada solemnidad, no medían más de los quince centímetros que atribuye Swift a los liliputienses.

Rajoy

Lu Tolstova

Me resultaron sonrojantes casi todas las intervenciones que escuché en las tres horas largas de aquella Comisión que seguí con paciencia, fortaleza y templanza, porque uno, tranquilo jubilado, puede permitirse estos pasatiempos o porque a veces hay que alzar una mixtura entre el gozo y el padecimiento como prueba de resistencia tras tantos años en la brega parlamentaria. Pero eran otros tiempos. Viví un parlamentarismo con educación, calidad oratoria, adversarios y no enemigos, y sin insultos. Era posible ser amigo de aquel con quien habías mantenido un rifirrafe mayúsculo. El muro alzado por Sánchez lo ha hecho improbable cuando no imposible. Están ahí los «hunos» y los «hotros» de Unamuno.

Sánchez desconfía de lo que no sea él mismo o no nazca de su voluntad. Como le echaron del partido ya no cree ni en los suyos. De ahí viene casi todo. Cuatro de «los cinco del Peugeot» en aquel periplo para recuperar el poder interno del PSOE —Ábalos, Cerdán, Koldo y Corvillo, el conductor— han sido o son investigados por la UCO; el quinto era el propio Sánchez, que en las últimas elecciones cambió listas electorales, sin contar con las organizaciones provinciales para garantizar votos sumisos. Un ejemplo es el socialista que insultó a Rajoy en la Comisión: Manuel Arribas. Encabezó la candidatura de Ávila, lo que llevó a la dimisión de toda la lista, Arribas asistió a alguna de las cenas de Tito Berni que, según muchas informaciones, acababan en prostitución y más. Él lo negó; había sido acusado por Navarro Tacoronte, «el Mediador».

Acaso lo más reseñable de su intervención, excluyendo los insultos, fuera que, cuando Rajoy citó a Ábalos, a Koldo y a Santos Cerdán, Arribas respondió: «Ojalá usted tuviese la honorabilidad de alguno de los que acaba de nombrar». Entonces la UCO ya sabía que Arribas compadreaba con Ábalos en el Congreso —las fotos se publicaron en «El Debate»— días antes del estallido del caso, y que se investigaba el aumento sensible del patrimonio de Santos Cerdán, multiplicado por cinco en cuenta corriente, la reforma integral de una casa, la compra de un vehículo de alta gama, y adquisiciones rústicas. También se investigaban sus mensajes con Koldo en los que se mencionan adjudicaciones públicas.

La intervención de Ione Belarra fue penosa. Incluyó un comentario sobre Rajoy que suscitó polémica en Galicia: «No sé de dónde ha sacado ese gracejo, porque los gallegos no tienen fama de graciosos». No sabe, por ignara, qué grandes maestros del humorismo español nacieron en Galicia. Belarra dedicó buena parte de su discurso a defender a Pablo Iglesias, el jefe en la sombra. La bien «mandá».

El jefe de los rufianes merece detenimiento. Trampeaba laboralmente hasta que entró en política y en 2016 ganó el escaño que ya hace años anunció abandonaría, pero ahí permanece. Su verbo es faltón, interrumpe, prejuzga al que interroga y hace gracietas baratas. Sustituye la formación y la educación por el estruendo.

Rufián es independentista y republicano, pero vive opíparamente en una España con Monarquía y bajo una Constitución en la que no cree. Aconsejó a Rajoy que se buscase un abogado, ¿por qué? Y el expresidente insistió, como con los demás, en recordar el golpe catalán y la aplicación del artículo 155, señalando que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dio por buena la actuación del TC. Sobre la que Rufián llamó «policía patriótica» Rajoy ironizó: «En los gobiernos del PP se abrieron muchos sumarios contra el PP; si había una policía política, qué mal la manejamos». Rufián abandonó la sala tras su soflama. Desarbolado, «miró al soslayo, fuese y no hubo nada», como en el soneto de Cervantes.

Los demás liliputienses no respondieron a las expectativas más modestas. Nada nuevo.

Presidía la Comisión el socialista catalán Arnau Ramírez. Fue casero. No guardó la neutralidad obligada en la presidencia y dejó barra libre a Rufián y a Arribas, entre otros, en sus permanentes interrupciones y apostillas. Y ordenó silencio a la oposición. Estaban allí para no dejar hablar a Rajoy y favorecer un linchamiento dialéctico que él arrasó con veteranía y magistral manejo de la oratoria parlamentaria. La frase resumen de Rajoy: «Han montado esta Comisión por siete votos, por siete votos han aprobado la amnistía, por siete votos se dejan humillar por un fugado de la Justicia española y por siete votos han perdido, señores del PSOE, la dignidad».

Los únicos que abrieron otros frentes de tremenda actualidad hasta entonces silenciados, cuando allí se hablaba de mentiras y corrupciones desde la mentira y la corrupción, fueron Hernando, del PP, y Gil Lázaro, de Vox, con intervenciones inapelables.

Rajoy arrasó la estrategia de la izquierda. Demasiado Gulliver para un conjunto de liliputienses políticos maleducados e insultones.

  • Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando
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