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en primera líneaJuan Van-Halen

Demócratas e impostores

La impostura democrática, como la mentira, son componentes en alza de una realidad triste, mediocre, débil y destructiva. Y, no nos engañemos y menos que nadie el Rey, para el radicalismo salvaje el objetivo principal a batir es la Corona

Actualizada 01:30

Vivimos un tiempo agrio, aciago y vulnerable en el que campa a sus anchas la impostura. Un demócrata lo es porque lo dice no porque lo demuestre con hechos. Cría buena fama y échate a dormir. No es algo nuevo, tiene una amplia trayectoria histórica. Por ejemplo, el socialismo. Aquel PSOE cuyo fundador, Pablo Iglesias el genuino, amenazó de muerte a Maura en el Congreso y al poco sufrió un atentado. Largo Caballero, con el que declaró Sánchez que se identificaba, deseó que en las torres ondearan no las banderas de la República, para él burguesa, sino las banderas rojas de la revolución. Se alzó contra el poder legítimo republicano porque el centro y la derecha habían ganado las elecciones, en un golpe que costó cerca de 2.000 muertos. Y amenazó con la guerra civil, que deseaba, si la derecha ganaba las elecciones de febrero del 36. Las ganó perdiéndolas, desde un pucherazo supuesto siempre, comprobado mucho después al reaparecer los llamados «papeles de Alcalá Zamora». La impostura es vieja y se autoalimenta.

Demo

Lu Tolstova

Democracia de proclamación no de acción ni convicción. Y se permiten dar carnets de demócratas, de feministas, de ecologistas, de animalistas, esos ismos en los que se ampara la izquierda, cuanto más radical con mayor ímpetu, al demostrarse vacíos y fracasados sus viejos dogmas. Luego llegó la ley del sí es sí, y llegaron Errejón, Monedero, Iglesias o Ábalos, cuya última declaración conocida es de vergüenza ajena: «Afortunadamente no he tenido nunca que recurrir a pagar por el sexo». Claro, el suyo lo pagaban otros. El feminismo se queda en falsedad, en impostura. La izquierda defiende su relato como si se le consintiese todo y el resto de los mortales fuésemos tontos. Insiste en un relato falso pero eficaz, y así trampea una realidad que les desmiente. Y todo vale mientras haya ingenuos que voten con los ojos cerrados y las neuronas dormidas.

Hay muchos ejemplos de democracia impostada. Se ataca a Trump, que ganó con gran holgura sus elecciones, y se evita reconocer, y más condenar, el golpe a la democracia de Maduro, que falseó las suyas asesinando o encarcelando a los ganadores. Sánchez manosea en el Congreso el caso Bárcenas, pero olvida la trama Filesa, Malesa y Time Export en la que fue condenado el PSOE por corrupción, único partido que lo ha sido como tal. Por no hablar de los ERE, la mayor trama corrupta en España. Sánchez recuerda a Feijòo su paseo en barco con Marcial Dorado hace treinta años, condenado mucho después por narcotráfico, pero nada dice de las fotos de Zapatero y su esposa con Cecilio Lera condenado a cuatro años de prisión por abuso de dos menores; la foto de Zapatero con Lera se produjo cuando ya estaba condenado y la de Feijóo con Dorado cuando no afrontaba reproche alguno de la Justicia. Imposturas democráticas.

Silvia Intxaurrondo, presentadora en RTVE con fama no precisamente de neutral, opinó que Vox «como fuerza ultra» «no debe tener voz en un medio de comunicación», partido con más de tres millones de votantes. Se carga la libertad de expresión y de paso un derecho constitucional, desterrando la imparcialidad en medios que pagamos todos. La impostura democrática de Intxaurrondo ya se había manifestado antes. Cuando defendió a Begoña Gómez: «No vamos a dar informaciones, porque son trolas del tamaño de una catedral, que son mentira», confundiendo su criterio personal y su sumisión al jefe con el derecho del ciudadano a ser informado. Ya antes, en ETB, se había referido a un fundador de ETA como «un hombre de larga trayectoria política»; olvidó añadir que desde el crimen. O atacando en RTVE a los jueces por estar «un poquito fuera de carril». El mismo sesgo de la serie de seis capítulos en RTVE «La conquista de la democracia», cuyo impulsor, Xabier Fortes, tampoco es un ejemplo de neutralidad. A su presentación asistieron Marisu Montero y Yolanda Díaz, nada neutrales respecto a la Historia.

Otra política en la impostura es Ione Belarra, secretaria general de Podemos, ex ministra con más suerte que formación. Prometió su cargo ante el Rey, pero parece que sin ánimo de cumplir. Declaró: «La Monarquía es el candado, la pieza clave que mantiene (…) atrincherados en los poderes del Estado todos esos sectores reaccionarios», y que está «absolutamente convencida» de que hasta que no se «acabe con la Monarquía y se avance hacia una República, va a haber muchos elementos reaccionarios que no va a ser posible cambiar y que necesitan ser cambiados para que en España haya de verdad una democracia plena». Ella define a su gusto lo que es y lo que no es democrático. ¿Una democracia plena era para ella, comunista, la URSS? También atacó la «guerra sucia judicial» y deseó que los jóvenes conozcan «la verdad del franquismo» que ella desconoce porque no lo vivió y por su falta de lecturas. No creo que haya leído ni «El Capital».

Quien no habla de oídas ni al son ideológico es el jurista, catedrático, viejo y admirado amigo, Manuel Aragón Reyes, uno de los grandes tratadistas de la Monarquía. Ha declarado: «En un momento realmente preocupante, en el que muchas instituciones del Estado se han deteriorado, tanto el Parlamento como el Gobierno y otras instituciones, la Corona es la única que de verdad continúa firme, bien asentada y cumpliendo exactamente sus funciones». Y remachó: «El Rey tiene que ser neutral. Eso no significa que siendo neutral esté absolutamente neutralizado, que no pueda hacer nada».

La impostura democrática, como la mentira, son componentes en alza de una realidad triste, mediocre, débil y destructiva. Y, no nos engañemos y menos que nadie el Rey, para el radicalismo salvaje el objetivo principal a batir es la Corona.

  • Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando
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