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28 de marzo de 2024

TribunaJosé-Andrés Gallegos del Valle

Cartas a mis amigos alemanes: la sociedad española y su política exterior

La mayoría abrumadora de los españoles conforma la garantía social de su democracia, que no existiría sin su actitud. Piensan que nadie sobra. Saben que los grupos populistas o excluyentes, pasan

Actualizada 10:07

Para Robert Schuman «la democracia es una creación continua», «siempre perfectible». El padre luxemburgués de Europa aleja así el doble peligro que representan la debilidad de Weimar, asfixiada al fin, y la crueldad de la Revolución de Octubre, desmontada por la revuelta popular berlinesa de 1989. Añade que «el totalitarismo mantiene la ilusión de poseer la verdad no sólo completa, sino inmediata y definitiva», como hoy percibimos en las sombras de partido único aleteantes en ciertas minorías, y como cuerpo de doctrina en los partidos comunistas chino y coreano del norte, o en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Todos ligados tanto a nacionalismos a ras de suelo como a ideologías fantasmagóricas, incapaces de asumir que en política –también en su tierra– casi todo es opinable.
Sobre esta base y al aire libre de la libertad nos asomaremos a la proyección internacional de España y sus valores. Poco esfuerzo hay tan productivo como la política exterior en democracia para la promoción del bienestar ligada a la creación de empleo y al progreso intelectual, económico y social. Para empezar, entremos en algunos ineludibles fundamentos.

El comercio internacional, espejo de política exterior

Nuestro comercio exterior de bienes refleja competencias político-exteriores en las que, como Jano bifronte, presentamos dos caras. La segunda, nuestras importaciones, creció en 2022 un enorme 33,4 por ciento, hasta alcanzar los 457.321,2 millones de euros, lo que nos dice que necesitamos energía abundante a precios razonables. Recordemos que tenemos regasificadoras suficientes… e infrautilizadas. Anotemos que la Administración demócrata estadounidense potencia su gas de esquisto y permite la apertura de un nuevo campo petrolífero en Alaska: el Willow Oil Project. Añadamos que los expertos insisten en potenciar el progreso mediante educación-investigación exigentes, incentivos al emprendedor-inversor, apoyos a la empresa y reducción de la presión fiscal. Así, la economía joven vuela.
Por su parte, la primera cara de nuestro Jano comercial, las exportaciones, muestra el buen hacer estructural de más de 43.000 exportadores regulares españoles –muchos, lectores de El Debate– que las hicieron crecer un excelente 22,9 por ciento y llevaron su valor a unos históricos 389.208,9 millones de euros.
Antes, la Comisión Europea anunciaba en 2021 transferencias directas a España por valor de 77.200 millones de euros en subvenciones no reembolsables hasta 2026. El servicio exterior, aglutinado por la carrera diplomática, abre así puertas a la iniciativa de nuestra sociedad mediante equipos excepcionales que no se juzgan una excepción.
Ahora bien, no somos marxistas, ni anarcoliberales: la economía preocupa, pero no conforma nuestra primera prioridad interna o internacional. Veamos.

España nodal y de excelencia

España articula tres placas geoestratégicas. Genéticamente europeos desde Roma, somos atlánticos por nuestras costas y por esa densa relación con América –Centro, Sur y Norte– que tras 1492 conforma nuestra vida cotidiana y nuestra presencia exterior, hasta la Manila de Urdaneta. Además, el Mediterráneo –mar nuestro, con Nápoles y Sicilia a partir del XIII– inicia en el eje español Canarias-Estrecho-Baleares la línea de navegación vital que Suez llega al Indopacífico y, de nuevo, a las queridas Filipinas. Todo con evidente repercusión en múltiples ámbitos, también en la Defensa.
Sobre todo, España es al exterior una cultura universal, que multiplica nuestra acción. De Altamira a Séneca y desde Trajano a Victoria, Picasso o la magia del hormigón de Torroja, no es casual que las Naciones Unidas nos sitúen entre los primeros Estados por número de sitios Patrimonio de la Humanidad.
Al mismo tiempo nuestro país cuenta en sus relaciones internacionales con la lengua común, el español, idioma radicalmente racional, latino hasta el último pilar de su estructura. Cerca de seiscientos millones de personas, en número creciente, utilizan esta segunda lengua en internet –chino e hindi excluidos–, que abre las puertas del futuro.
En fin, los españoles desde pequeños nos sabemos carentes de materias primas y, por tanto, necesitados del mejor nivel profesional posible, pues somos parte activa de un entorno nacional e internacional marcado por la transición rápida a la sociedad y la economía del conocimiento. Así lo expresa la altura buscada por nuestras mejores universidades y Escuelas Técnicas Superiores, en un nivel de exigencia al que tampoco son ajenos ni las Escuelas de Negocios, ni, en un orden no académico, nuestros deportistas. Unas y otros están ya situados entre los mejores del planeta, en tendencia creciente a pesar de los pesares.
Realidades todas que exigen y muestran un sorprendente capital humano. La rica vida social, profesional y familiar de nuestro país, formada con esfuerzo durante incontables siglos, genera hoy la masa crítica de demócratas que sostiene nuestras instituciones representativas.
Gente libre por antonomasia, dueña de un territorio ganado –reconquistado, en realidad–, alumbraba ya en 1188 el primer testimonio del parlamentarismo europeo en las Cortes de León. Hoy los españoles defienden la Constitución y el mutuo entendimiento. Esa multitud de hombres y mujeres de todas las edades, dotada de fe en la igualdad esencial de todos y en la dignidad de cada uno –¡del más pequeño!–, despliega una tradicional ausencia de racismo y sostiene el principio «una persona, un voto». Apasionados por la justicia, respaldan la igualdad de oportunidades, refuerzan la protección de los vulnerables y alientan el progreso de los pueblos menos prósperos. Menosprecian el aburguesamiento y valoran la excelencia profesional, patente en todo el país. Tutelan la economía social de mercado, salvaguardan los derechos y las libertades fundamentales, defienden el bien común. Todos hacen frente a la intimidación y la violencia. Esos valores, de evidente raíz cristiana, les permiten vivir con alegría la aventura del mundo nuevo, el cambio epocal que les pertenece, en interacción de público y privado. La mayoría abrumadora de los españoles conforma así la garantía social de su democracia, que no existiría sin su actitud. Piensan que nadie sobra. Saben que los grupos populistas o excluyentes, pasan.
Pues bien, queridos amigos, desde estos principios hablaremos en el futuro, si os parece, acerca de la política exterior de España.
  • José-Andrés Gallegos del Valle es embajador de España
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