Calma chicha
La consigna monclovita es cosa sagrada y todos sudaban la calma chicha veraniega resignadamente, confiando que el otoño trajera mejores vientos, sin caer, quizá, en la cuenta de que «nunca hay buen viento para quien no sabe a dónde va», como predicara en su día el viejo Séneca.
El verano discurría en pertinaz «calma chicha». Calor sofocante; periódicos que no sabían qué contar; aburridos programas de televisión -o sea lo normal- y la clase política desparramada por esas playas, con sus ebúrneas carnes al sol o con gorritas marineras de aspirante a patrón, bajo la toldilla del yate de alquiler. Pedrosáncezpérezcastejòn, como todos los veranos, instalado en La Mareta, el palacete que el Rey Hussein regaló en su día a nuestro Rey Juan Carlos y éste a su vez donó al Patrimonio Nacional para que sirviera de «gancho» al turismo de la isla de Lanzarote y que fuera utilizado, a ese fin, como residencia de invitados influyentes que aportaran imagen a la isla. Vamos como las actuales niñatas influencer pero con poderío.
¿Y quién mejor que nuestro guaperas monclovita para eso? «Dímelo tú, Bego.» «Sin duda mi amor; y además 'de' gratis total. Es lo menos que te deben los españoles con la que nos están dando. Sólo faltaba que nos dedicáramos a alquilar casas rurales y pasear por el bosque como el 'media liebre' de Mariano».
Y así estaba la cosa. Calma chicha. La consigna: todo el mundo «pies quietos». Culito en pompa y a callar mientras Bolaños se ocupa de capar al dichoso y engreído «poder judicial». Porque como dice el viejo principio italiano de la ciencia política: «Quando la merda ti colpisce il collo, non fare onde», que resulta mucho más elegante que su traducción castellana: «Cuando la mierda te llegue al cuello, no hagas olas». Pero, al final, y por mucho que tiremos de traductor, la merde es la merde, la merda es la merda, y nuestros actuales gobernantes, o lo que por ventura fueren, chapotean en ella con delectación de gorrinos camino de su San Martín.
Y, sin embargo, cuentan que los viejos marinos le temían más a la calma chicha que a las tormentas, porque permanecer al pairo, a merced de las corrientes y con un calor sofocante, machacaba a las tripulaciones hasta llevarlas incluso al motín. Aseguran que James Cook, para evitarlo, obligaba a los marinos a remar remolcando la nave, milla a milla, con tal de evitar la desesperanza de la calma chicha. Pero, a pesar de todo, la consigna monclovita es cosa sagrada y todos sudaban la calma chicha veraniega resignadamente, confiando que el otoño trajera mejores vientos, sin caer, quizá, en la cuenta de que «nunca hay buen viento para quien no sabe a dónde va», como predicara en su día el viejo Séneca.
Y en esto, España comenzó a arder. Así. A lo bestia. Pueblos, montes, pastos, ganado…Pero el humo no llegaba a La Mareta. Cuando un monte se quema algo del PP se quema, burreaba el ministro cafre en su papel de portavoz de jornada. Clamaban las comunidades. «Si quieren algo que lo pidan» Y ni así. «¿Es humo aquello Pedro?» «No cariño es calima, cosas de los canarios.»
Una tal Sara Aagesen, que sí, que les juro que es ministra de algo. Creo que «para la transición ecológica y el cambio demográfico» o sea de la nada con sifón, se acercó a Extremadura en llamas, pero como la paloma de la copla se equivocó y dejó a la presidenta Guardiola compuesta y sin novia, para opinar que todo estaba bien y que los extremeños eran unos llorones.
Hace tiempo cuando sucedían estas cosas, solía aparecer el ministro/a de Agricultura con cara de rastrojo quemado, para dar ánimos y hablar de zonas catastróficas. Pero ahora no debe haberlo, digo yo. Quizá mejor.
Al fin alguien, al parecer, susurró a Pedro Sánchez que el Rey Felipe estaba empeñado en interrumpir sus vacaciones «privadas» - ¿qué significará eso? - y presentarse para apoyar a la UME. Y eso sí que no. Putaditas no, que bastante hubo con la Paiporta del galgo veloz. Y la criatura tiró de Falcon y de salto en salto, de la Mareta a la ceniza y vuelta, siempre a resguardo de paisanos cabreados y prensa impertinente, se dedicó a visitar -a toro pasado, claro, que los pinochos arden como la tea- los desastres del fuego.
Los pobres infelices de siempre -los angelitos colorados- pensaban que se pondría al frente, organizando un «gabinete de crisis» o similar, pero no, sólo visitas con declaraciones tontorronas, datos falsos, duelos al sol y promesas de pactos evanescentes. Lo suficiente para quedar medio bien y echarle la culpa al gato. «Llama a Virginia Barcones, sí hombre, la chiquita esa de protección civil y que mueva el charco, que, si lo hace bien, igual se le pone carita de ministra…» Y en ello estamos.
Casi todos los años, por estas fechas, me da por recordar aquello de: «Cuando llegue septiembre» que cantaba hace más tiempo del que quisiera el inolvidable Bobby Darin. ¿Cuando llegue septiembre todo será igual que antes? Pues no, este año me temo que va a ser que no, por mucho que quiera el embaucador de la Moncloa estirar el chicle. Guárdate de los idus de otoño, que la cosa está que arde. Y lo de Cataluña ya huele a chamusquina. Textualmente.
Alfredo Liñán es licenciado en derecho