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Íñigo Castellano y Barón

Le generación que renueva la fe de un mundo cansado

Contra todo pronóstico, en un mundo saturado de pantallas y desarraigo, miles de jóvenes vuelven a arrodillarse, cantar y adorar a Cristo. Allí donde sus mayores dejaron la fe en el olvido, ellos la recuperan con libertad y entusiasmo, sorprendiendo al mundo con un renacimiento espiritual inesperado

En una explanada abarrotada, miles de jóvenes permanecen de rodillas con velas encendidas mientras, en el centro, brilla la Hostia consagrada. El silencio es absoluto, solo roto por un coro juvenil. Rostros emocionados, lágrimas, sonrisas limpias. No hay política ni pantallas: hay fe.

Lo sorprendente no es solo la fuerza de la escena, sino el contexto. Muchos de los padres y abuelos de estos jóvenes abandonaron la religión al verla como peso cultural. Hoy, contra todo pronóstico, son sus hijos y nietos quienes reabren el camino, no por inercia, sino por elección.

Un ejemplo fue el avivamiento de Asbury, en febrero de 2023. En una universidad de Kentucky, una oración rutinaria se prolongó durante días y atrajo a miles de personas. No hubo espectáculo ni organización: solo cánticos, silencio y jóvenes que descubrieron que necesitaban algo más que pantallas y ruido.

En España, el movimiento Hakuna llena auditorios con jóvenes que cantan a Dios sin complejos. En enero de 2024, quince mil se reunieron en el WiZink Center de Madrid para una misa-concierto que desbordaba entusiasmo. Para la prensa, poco atenta a lo católico, fue una rareza: un público juvenil coreando alabanzas como en un festival. Pero lo esencial era otra cosa: no era fe heredada, sino elegida.

En Brasil, el Congreso Shalom congregó a miles de jóvenes. En Polonia, el encuentro de Lednica ha llegado a reunir a 180.000 junto a un lago. En Novi, Michigan, en 2024, cientos de adolescentes abarrotaron una parroquia para una velada de adoración y confesiones.

No es folclore ni maniobra mediática. Lo sorprendente es la autenticidad. Jóvenes que podrían estar en mil distracciones se entregan con alegría a lo que parecía imposible. No repiten fórmulas gastadas: viven la fe como respuesta al hambre de sentido en un tiempo saturado de ruido.

Muchos mayores miran con desconcierto. Quienes creyeron liberarse de lo religioso sienten sorpresa o escepticismo. Pero la evidencia está ahí: donde se esperaba apatía, aparece fervor; donde ironía, reverencia; donde rechazo, esperanza. No se trata de episodios aislados. En Lisboa, durante la Jornada Mundial de la Juventud de 2023, más de un millón y medio de jóvenes vivieron una vigilia de silencio sobrecogedor. En septiembre de 2024, en Roma, miles iluminaron con antorchas la Vía della Conciliazione y se arrodillaron en San Pedro, recordando que la fe aún late en la Iglesia.

En enero de 2025, treinta mil jóvenes se reunieron en torno a la Basílica de Guadalupe, en Ciudad de México, en una vigilia que nació en redes y desbordó previsiones. En Chicago, ese mismo mes, varias universidades organizaron un «24 horas de alabanza» que convirtió la ciudad en un río de oración. En Burgos, la catedral quedó abarrotada en una vigilia juvenil de Hakuna, con colas que daban la vuelta a la plaza.

Estos episodios muestran que no hablamos de nostalgia, sino de futuro. Jóvenes que, sin presión y en un ambiente hostil, abrazan la fe como elección consciente. Cantan, se arrodillan, oran, porque en Cristo han encontrado plenitud, fraternidad, esperanza. En un tiempo de incertidumbre y vacío, cuando muchos proclaman que la religión es cosa del pasado, esta generación recuerda que lo divino sigue siendo posible. No se trata de repetir lo viejo, sino de inaugurar algo nuevo. Un relevo inesperado en el que las manos cansadas entregan el testigo a quienes, con juventud y alegría, lo levantan sin miedo.

Quizá este sea el signo más luminoso de nuestra época: la generación que renueva la fe perdida por muchos mayores, y lo hace con la naturalidad de quien canta lo que ama y la fuerza de quien descubre lo eterno en medio de lo efímero. Cuando alguien proclama que la fe es cosa del pasado, bastaría invitarlo a una de estas vigilias multitudinarias. Allí descubriría que hay una generación que, con libertad y entusiasmo, renueva lo que muchos habían perdido.

Y así, en medio de un tiempo incierto, lo que parecía extinguido resplandece con más fuerza. El testigo de la fe pasa de unas manos cansadas a otras jóvenes que lo alzan sin miedo. Ese relevo, inesperado e ilusionante, es quizá el mayor signo de esperanza de nuestra época. Entretanto, en varios lugares del mundo, los cristianos siguen siendo martirizados como testimonio de fe.

Íñigo Castellano y Barón es conde de Fuenclara

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