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Mañana es domingoJesús Higueras

«Entonces, Juan el Bautista se presentó en el desierto»

Vivimos rodeados de mensajes, pantallas, redes sociales, opiniones y noticias urgentes. Sin embargo, el ruido más dañino no es el exterior, sino el que llevamos dentro

San Juan Bautista no escogió el desierto de Judea para inaugurar su ministerio por ser original o por rareza. Fue allí porque sólo en un lugar desnudo de ruidos y falsos apoyos el hombre vuelve a escucharse por dentro y, desde esa verdad, puede oír a Dios. El precursor del Mesías levantó su voz en medio de la soledad para recordarnos algo esencial: la presencia de Cristo no se reconoce en la dispersión, sino en el silencio fecundo donde el alma se abre a la gracia.

Hoy necesitamos ese desierto más que nunca. Vivimos rodeados de mensajes, pantallas, redes sociales, opiniones y noticias urgentes. Sin embargo, el ruido más dañino no es el exterior, sino el que llevamos dentro: preocupaciones que nos agobian, miedos que evitamos afrontar, pensamientos que se atropellan sin orden. Es un murmullo constante que nos impide oír el susurro más importante: la voz de Dios en nuestra conciencia.

Pero nos cuesta detenernos. En cuanto asoma la posibilidad de estar a solas con nuestra verdad, buscamos distracciones. A veces preferimos el ruido, aunque nos desgaste, antes que la claridad que nace del silencio. ¿Por qué? Porque en ese silencio aparecen nuestras heridas, nuestras incoherencias, nuestras dependencias. Y también surge la pregunta que más nos incomoda: «¿Estoy viviendo con sentido?»

El desierto –ese que Juan habitó con radicalidad– nos obliga a dejar de huir. Allí no hay pretextos. Allí el hombre se ve tal cual es. Y ese encuentro, aunque nos dé miedo, es decisivo; sin él, no hay conversión posible.

El Bautista no se anunciaba a sí mismo. Llamaba a la conversión para poder reconocer al Mesías que ya estaba en medio del pueblo. Su misión consistía en recordarnos que Dios llega cuando el hombre deja espacio. Y ese espacio no se abre con muchas palabras ni con promesas ambiguas, sino con silencio. Un silencio que no es ausencia. Es gestación. Es tierra fértil donde la gracia prende sin resistencia. Cuando uno calla por dentro, Cristo puede hablar. Cuando cesa el ruido interior, aparece una certeza nueva: Dios nos busca más de lo que nosotros le buscamos a Él.

El desierto de Juan sigue siendo actual. No hace falta viajar a Judea para entrar en él. Basta con detener el paso, apagar lo accesorio, mirar adentro sin miedo y dejar que Dios ilumine lo que encuentre. El silencio que tanto evitamos es, en realidad, el lugar donde comenzamos a vivir de verdad.

San Juan Bautista nos invita hoy a lo mismo que entonces: preparad el camino al Señor. Y ese camino se traza en el silencio interior donde Dios, sin estridencias, susurra la presencia de su Hijo. Allí empieza la Navidad. Allí nace la esperanza.

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