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26 de abril de 2024

Almudena Molina
el perfil de los lirios

En la playa se ve de todo, también belleza

La playa es un expositor de cuerpos pero, sobre todo, es el trasiego de las vidas acontecidas

Actualizada 10:38

La playa, entre muchas otras cosas, entre un mar quejumbroso y una arena ardiente, entre niños jugando a las palas y señoras mayores leyendo el suplemento semanal, es una pequeña civilización vacacional.
En cierto sentido y solo en cierto sentido, la playa es un expositor de cuerpos. Quizá lo sea porque entre bañadores y bikinis, las carnes se desvelan y se muestran en toda su belleza.
No es cuestión de inclusividad, de hacer un verano «para todas», de deconstruir un ideal de belleza inalcanzable y obstructivo. Por la vía de los hechos, se ha mostrado que la inclusividad que tiene solo por fundamento la dimensión material de la vida yerra en su línea argumental.
Volviendo a lo que nos compete –la crisis de los carteles está ya más que pasada por agua– la belleza de las carnes trasluce la belleza de las almas. Y así, en la playa, la carne tierna de los niños en la arena desvela la edad temprana. Y así, en la playa, las piernas envarizadas descubren un vientre que ha sido receptáculo de otros seres vivientes. Y así, en la playa, la sosegada conversación de los amigos fieles irrumpe casi sin palabras.
Pero en la playa, no solo reposan los amigos. Están también los seductores, los esposos y los rojizos, sí, esos guiris emparrillados bajo el sol hispánico. Descansan también algunos con un buen libro, un Carmen Martín Gaite nunca falla, un C. S. Lewis siempre es instructivo. Pero la playa no está solo para los eruditos, es el lugar por antonomasia para los crucigramas y las revistas del corazón, aquellas que, destinadas a los tejes y manejes de la realeza, sufren ahora la invasión de las influencers.
La playa es una panorámica de los tópicos del Renacimiento. Que si el carpe diem, con esa juventud morena que aprovecha los rayos de sol que rebotan en la arena. Que si el tiempo huye en variaciones de ancianidad y lozanía. Que si locus amoenus en la quietud de un horizonte revuelto. Que si beatus ille, feliz aquel que puede disfrutar de la buena compañía en el alejamiento de los humos cosmopolitas.
La playa es un expositor de cuerpos, pero sobre todo, es el trasiego de las vidas acontecidas. Entre el tumbismo de las toallas y las orillas peripatéticas, la playa es el ágora estival, la asamblea de los ciudadanos que se congregan en la vibración de las olas. Y aquí, cada uno viene con lo puesto, con el bocadillo de chorizo y la sombrilla, con sus alegrías y sus riñas, con la vanidad de las vanidades y la humildad contrita. Por eso, la playa es un expositor de cuerpos, pero sobre todo, es el fulgor de las almas que transitan, la complicidad de las miradas desconocidas.
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