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02 de mayo de 2024

Noches del sacromonteRicardo Franco

Dónde está Dios, ¿en el pasado o en el futuro?

Si el pasado ya no existe y el futuro está esperando agazapado para recibir la orden de desvelarse, ¿dónde está Dios mientras tanto? ¿Dónde se le ve? ¿Dónde hace acto de presencia?

Actualizada 16:30

Alguien que no soy yo, con un mínimo de sentido común, no pensaría que el pasado sigue aun ahí vivo, dentro de una urna hiperbárica, preservado contra los males del relativismo y de las interpretaciones, inevitablemente parciales, de la humana condición. Porque el pasado, con todas sus trazas y sus influencias en el hoy, y con toda su vibración en la memoria, ya no existe y no volverá; como tampoco existe y no volverá la mujer de Lot por echar la vista atrás y convertirse en estatua salina, o aquellos a los que riñó Jesús un poco porque, antes de seguirle, se excusaron con ir primero a enterrar a sus muertos.
Alguien, con un mínimo sentido común, tampoco pensaría fríamente –si es que este hecho puede darse en algún humano de estos días–, que el futuro ya existe y en él está la definitiva salvación de todo lo que no funciona en este mundo; como si el futuro por sí mismo, por tener ese halo de misterio ignoto, pudiera hacer algo más que suceder pasivamente para convertirse en pasado y, después, en nada que se olvida, se idealiza o se tergiversa.
Por eso, no hay enfermedad más grave para el uso de la razón del creyente o para la del ateo interesado en estas cosas, que ese pensamiento inconsciente acerca de que Dios y sus prodigios sólo sucedieron en una remota tierra de Oriente y que hoy, ahora o dentro de un instante, no podrán volver a suceder con la misma potencia y claridad que la de antaño.
Pero, entonces, si el pasado ya no existe y el futuro está esperando agazapado para recibir la orden de desvelarse, ¿dónde está Dios mientras tanto? ¿Dónde se le ve? ¿Dónde hace acto de presencia?
Si Dios es Dios y le dejamos serlo, sólo puede ser creador; sólo puede estar y ser visto en ese espacio resbaladizo y en continuo sucederse de momentos para la conciencia que llamamos el Presente, ya que si Él está vivo, si Él es la vida misma y crea, no puede hacer otra cosa que estar ahora acompañando, sosteniendo, acunando, acariciando o como acostumbre a hacer con todo lo que crea cuando descansa; sobre todo, con nosotros: esas pobres criaturas mudas ante Él, cegadas ante Él, ausentes en la huida hacia otros mundos también ausentes que ya no son el hoy, o hacia utopías inexistentes, y que no sucederán sin su necesario arraigo en la tierra húmeda de la vida real.
Así que, frente a la tentación de volver atrás, donde ya sólo quedan las ruinas de los desastres de la Historia. Y frente a la tentación de esperar que el tiempo revele un consuelo en el porvenir, donde no se oye sino la nada, hay que decir que Dios está aquí ahora, mientras lee esto. Hay que decir que está ahora porque es el Dios de los vivos. El Dios de la primavera, del verano, del otoño y del invierno. El Dios que hace brotar el amor en las almas adormecidas. El Dios que queda en el silencio posterior a la rotura de todos los platos. El Dios que guarda a nuestros muertos. El Dios que, en definitiva, guarda en su corazón todo el pasado que nosotros hemos dilapidado discutiendo abstracciones alejadas de su conmovedora presencia.
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