Cristo en el Purgatorio, de Agnolo Bronzino
¿Por qué hay que pasar por el purgatorio antes de ir al cielo?
Los católicos creemos que tras la muerte sigue un juicio ante el propio Jesucristo según el cual podemos ir al cielo, al purgatorio o condenarnos
El hombre al morir puede seguir tres vías, que dependerán del juicio personal ante el mismo Jesucristo, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) en el punto 1022.
Apunta que «cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre».
El purgatorio es la purificación final a la que se refiere el anterior punto, el CIC dedica a este estado del alma inmortal 3 puntos.
Quién está en el purgatorio
El primero de ellos nos revela quien y por qué va al purgatorio, que son «los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del Cielo», según el punto 1030 del CIC.
A esa purificación final van los elegidos que, a pesar de sufrir, saben que no están condenados, por tanto la iglesia llama «purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados», 1031 CIC.
Fuego purificador
La la doctrina de la fe relativa al purgatorio ha sido establecida por la Iglesia especialmente en los Concilios de Florencia y Trento; además la tradición hace referencia a la Escritura que habla de un fuego purificador.
1 Co 3, 15
1 P 1, 7
Perdón del «siglo futuro»
San Gregorio Magno en su obra Dialogi formula también la existencia de este fuego purificador haciendo referencia al versículo de Mt 12, 31.
En este sentido escribe: «Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro».
La beata Ana Catalina Emmerick dirá de las almas del Purgatorio:
«¡Cuántas gracias he recibido de las benditas almas! ¡Cuánto se las olvida, mientras que ellas suspiran ardientemente por ayuda! Todo lo que hacemos por ellas les causa una inmensa alegría… Triste cosa es que las almas benditas sean ahora tan pocas veces socorridas. Es tan grande su desdicha que no pueden hacer nada por sí mismas. Pero, cuando uno ruega por ellas o sufre por ellas o da una limosna por ellas, en ese mismo momento se ponen tan contentas como aquel a quien dan de beber agua fresca, cuando está a punto de desfallecer de sed… Los santos del cielo no pueden hacer nada por ellas. Todo lo tienen que esperar de nosotros».
Oración por los difuntos
El punto 1032 del CIC apunta que la enseñanza del purgatorio se apoya también en la tradición de la práctica de la oración por los difuntos.
«Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos», apunta el 1032 CIC.
Otro santo, esta vez San Juan Crisóstomo, en su homilía In epistulam I ad Corinthios, hace referencia a esta oración por los difuntos: «Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre, ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos».