La hermana Carolina, durante su intervención en EncuentroMadrid
EncuentroMadrid
La hermana Carolina: «La ‘soledad habitada’ es el mayor lugar de comunión»
Uno de los actos de EncuentroMadrid ha reunido a siete personas de seis carismas distintos para hablar desde cuatro formas de vocación, con un hábito y diversas costumbres, a modo de experimento comunional
A las cinco de la tarde, puntualmente, Pablo Velasco, secretario nacional de comunicación de la Asociación Católica de Propagandistas, introducía el acto sobre la comunión en la Iglesia en esta vigésima edición de EncuentroMadrid. Un evento que ha tenido como objetivo explorar la amistad dentro de la Iglesia, con el generoso patrocinio de la ACdP. A modo de experimento comunional se han juntado siete personas de seis carismas distintos, hablando desde cuatro formas de vocación, con un hábito y diversas costumbres.
Isabel Berzal ha moderado esta función en tres actos: la soledad, el amor verdadero y la misión. Mirar juntos lo que nos preocupa. En un mundo que tiende a la vida solitaria, a la soledad no deseada; cuando los mayores están solos en residencias, los jóvenes chateando para conocer a nuevas personas, los niños queriendo conciliación, en EncuentroMadrid se lanza la provocación de hace dos mil años que nos asegura que no estaremos solos «porque yo estaré contigo todos los días de tu vida». Ante esto, la hermana Carolina Blázquez, priora del Monasterio de la Conversión de la orden de San Agustín, nos hablaba de la soledad habitada como mayor lugar de comunión; y Clara Fontana, directora del Colegio Internacional Kolbe, explicaba cómo la experiencia de descubrir quién era ella, quién era Dios y quién era la compañía cristiana surgió a la vez, como una experiencia que venía a explicarle su corazón exigente y bien hecho.
Más tarde se lanzaba la pregunta sobre el amor verdadero. «Estamos faltos de amor verdadero. Hacia uno mismo, hacia los demás, hacia los padres, hacia los hijos. Ante esta necesidad de amor, Jesús no hacía como los fariseos que decía lo que estaba bien y mal, lo que había que cambiar. Rompía los esquemas y, de esta manera, profundamente amorosa, los llevaba a la verdad de ellos mismos. No era ni condescendiente ni acusatorio», introducía la moderadora, Isabel Berzal, que les inquiría sobre cómo habían percibido la caridad en sus vidas y cómo la llevan al mundo. Pepe Oroz, sacerdote diocesano de la realidad eclesial de Hakuna, lo resumía así: «Hay que elegir lo amado y amar lo elegido para ser feliz y para sentirse amado». María Barber, laica consagrada de la Fraternidad Seglar en el Corazón de Cristo, relataba cómo una persona que vivía lo que su corazón gritaba le cambió la vida, y pudo desde entonces mirar a la cara el sufrimiento y la belleza porque sabía que tenían respuesta.
Mesa redonda sobre la comunión
Por último, se ha abordado el asunto de la misión. «La gente tiene sed. Sed de trascendencia y de significado. ¿Cómo sale la Iglesia al encuentro de la sed de este mundo, de qué manera cada modalidad de vida de fe ayuda a calmar esta sed», lanzaba la moderadora. Ante esto, Miguel Ángel Romero, padre de diez hijos junto a Pilar, y misionero quince años, responde sin titubeos con un canto a la fragilidad humana de cada familia misionera como lugar perfecto para la misión que Dios quiere hacer en el mundo. Asimismo, Ricardo Calleja, profesor en el IESE y director del Colegio Mayor Moncloa, recuerda una ocasión en la que dijo que el método del Opus Dei es la amistad. «Una historia de amor y amistad con cada uno».
En definitiva, la mesa redonda ha cerrado con una conclusión: que la amistad a la que estamos llamados en la Iglesia es una forma especial de amistad que llamamos comunión, y que parte de tres evidencias: que la comunión (nuestra amistad eclesial) fue una petición que hizo Jesús al Padre en la Cruz, y todo lo que el Hijo pide al Padre está ya concedido: ‘Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros’ (Juan 17, 21); que lo que Dios da a uno (carisma) es para todos (Iglesia), y que todos somos miembros de un cuerpo, y nos necesitamos mutuamente. Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro, sino muchos. Si dijera el pie: «Puesto que no soy mano, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿dónde estaría el oído?; si fuera todo oído, ¿dónde estaría el olfato? Pues bien, Dios distribuyó cada uno de los miembros en el cuerpo como quiso. (...) aunque es cierto que los miembros son muchos, el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito» (1 Cor, 14-21).