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San Gregorio Magno, doctor de la Iglesia

San Gregorio Magno, doctor de la IglesiaChiesa di Milano

Gregorio Magno: el Papa que huyó de la gloria y se convirtió en «El Grande»

Aunque intentó escapar, tal día como hoy, en el año 590, Gregorio fue elegido sucesor de Pedro; esa elección cambió la historia y lo llevaría, tiempo después, a ganarse el título de Doctor de la Iglesia

Cuando le escogieron como sucesor de Pedro, Gregorio intentó escapar. Lo que él quería era la soledad del monasterio y la vida de estudio y oración. Pero la Providencia tenía otros planes. A partir de ese momento, su vida se convirtió en un ejemplo de liderazgo, caridad y diplomacia en tiempos llenos de tribulaciones.

Nacido en Roma alrededor del año 540, Gregorio provenía de la gens Anicia, una familia patricia y profundamente cristiana que ya había dado dos Papas a la Iglesia: Félix III, su tatarabuelo, y Agapito.

Desde joven, destacó en la administración pública, alcanzando en 572 el cargo de prefecto de Roma, un puesto de gran responsabilidad que le permitió desarrollar un profundo sentido del orden y la disciplina. Sin embargo, insatisfecho con la vida civil, decidió retirarse y convertir su hogar en el monasterio de San Andrés en el Celio, dedicándose a la oración y al estudio.

Que ninguna prosperidad, por sugestiva que sea, nos seduzcaSan Gregorio Magno
De las homilías de san Gregorio Magno sobre los evangelios

Un diplomático (y monje) nato

Su retiro monástico fue interrumpido por el Papa Pelagio II, quien lo nombró diácono y lo envió a Constantinopla como un precursor de lo que sería ahora un nuncio apostólico. Allí debía mediar en la controversia monofisita, un conflicto teológico sobre la naturaleza de Cristo que dividía a la Iglesia, y buscar apoyo contra la presión de los longobardos, un pueblo germánico que amenazaba Italia. A pesar de este encargo, Gregorio nunca abandonó su «perenne nostalgia», como definiría Benedicto XVI en una homilía, por la vida de recogimiento y oración, que más tarde reflejaría en sus escritos.

Cuando el Papa Pelagio II falleció durante una epidemia, Gregorio fue elegido por unanimidad como su sucesor en la Sede de Pedro. Intentó resistirse e incluso huir, pero finalmente aceptó, comprendiendo que formaba parte del plan divino.

Era el año 590. Benedicto XVI resumió así su entrega: «Su mayor deseo fue vivir como monje, en permanente coloquio con la palabra de Dios, pero por amor a Dios se hizo servidor de todos en un tiempo lleno de tribulaciones y de sufrimientos, se hizo 'siervo de los siervos'».

Una mirada grande

Desde el inicio de su pontificado, Gregorio demostró ser un hombre, «que no solo se preocupó por las necesidades espirituales de su pueblo, sino que supo comprender las nuevas realidades, anunciando el Evangelio con amor y sabiduría», explicaba Benedicto. Puso los recursos de la Iglesia al servicio de los necesitados, solicitó a Sicilia el envío de grano y buscó reparar los acueductos de Roma.

No olvidó a sacerdotes y monjas en situación de indigencia, brindándoles apoyo constante. En sus homilías escribió: «Que ninguna prosperidad, por sugestiva que sea, nos seduzca, pues no deja de ser estúpido el caminante que, ante el espectáculo de una campiña atractiva en medio de su viaje, se olvida de la meta a la que se dirigía».

La diplomacia y la evangelización también fueron ejes de su pontificado. Gregorio trató a los longobardos no como enemigos, sino como almas a evangelizar, y su relación con la reina Teodolinda fue clave para frenar su expansión y promover su conversión al cristianismo.

Además, envió a san Agustín de Canterbury para evangelizar Inglaterra, reflejando su compromiso con la expansión del cristianismo en toda Europa. Benedicto XVI señaló: «San Gregorio Magno fue un auténtico pastor que no solo se preocupó por las necesidades espirituales de su pueblo, sino que supo comprender las nuevas realidades, anunciando el Evangelio con amor y sabiduría».

El canto gregoriano

El Papa «grande» también transformó la música. Compiló cantos y antiguas antífonas de la Iglesia, promoviendo un estilo adecuado para la liturgia. Gracias a estos esfuerzos, dejó una marca decisiva en la formación del «canto gregoriano», que lleva su nombre en reconocimiento a su labor.

Aunque gran parte de ese «antifonario» se perdió, a inicios del siglo XX, el Papa san Pío X recuperó esta herencia, restableciendo el canto gregoriano como «canto oficial de la Iglesia católica».

San Gregorio Magno es recordado no solo por su santidad, sino por su humanidad y su capacidad para «crear paz y dar esperanza» en tiempos difíciles, «más aún, desesperados», aseguraba Ratzinger. Su vida y obra son una guía viva del Evangelio: «Quien quiera ser grande que sea vuestro servidor» (Mt 20,26).

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