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mañana es domingoJesús Higueras

«Cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?»

Anunciar a Cristo no es imponer una idea o un sistema de vida, sino ofrecer una buena noticia: todo ser humano tiene derecho a saber que es amado incondicionalmente por Dios

Sabemos que la fe no es una conquista personal, ni un mérito que podamos atribuir al fruto de nuestro esfuerzo. Es un regalo de Dios, un don inmerecido que, al ser recibido, ilumina toda la existencia. Creer es entrar en una relación de confianza con quien nos ha amado primero, y por eso, la fe es al mismo tiempo un tesoro que se custodia con gratitud y a la vez es una tarea que no se puede descuidar dejándola en el silencio o en el olvido. Nadie enciende una lámpara para esconderla bajo el celemín. Quien ha experimentado la alegría de saberse amado por Dios no puede dejar de anunciarlo.

El Domingo de las Misiones nos recuerda que la Iglesia es, por su misma naturaleza, misionera. No existe auténtica fe que no se traduzca en deseo de compartirla. Pero la misión no se limita a los lugares lejanos, ni a los territorios donde aún no se ha escuchado el nombre de Cristo. Hoy, más que nunca, Europa y el mundo occidental son también tierra de misión. En sociedades donde se ha debilitado el sentido de Dios, donde muchos viven como si Él no existiera, la tarea evangelizadora se vuelve urgente y cercana: comienza en nuestras casas, en los colegios, en los lugares de trabajo, en la diversión, en las redes sociales.

Anunciar a Cristo no es imponer una idea o un sistema de vida, sino ofrecer una buena noticia: todo ser humano tiene derecho a saber que es amado incondicionalmente por Dios. No hay mensaje más liberador ni esperanza más grande. En un tiempo en que tantas personas se sienten solas, vacías o sin propósito, proclamar el Evangelio es recordarles que su vida tiene un sentido y un destino eterno. Jesucristo no pertenece a unos pocos elegidos, ni a un grupo cultural concreto: es un don para toda la humanidad. Él mismo confió a sus discípulos la tarea de ir por todo el mundo y anunciar el Evangelio a toda criatura. Esa llamada sigue siendo actual, personal y universal.

La misión nace de la gratitud: quien ha recibido el tesoro de la fe siente la necesidad de compartirlo, pues la fe crece cuando es anunciada. Cada cristiano, con su testimonio sencillo y coherente, puede convertirse en misionero allí donde vive. Basta con dejar que la luz de Cristo brille en la propia vida. No olvidemos nunca que el mejor predicador es «fray ejemplo».

Así, el Domingo de las Misiones no se reduce a una jornada puntual donde ayudamos económicamente a los misioneros, sino que nos recuerda que toda la Iglesia, y cada uno de nosotros, existimos para evangelizar.

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