
Imagen del escritor, Ignacio Martínez de Pisón
Ignacio Martínez de Pisón: «Dionisio Ridruejo reprocha a Franco que no es lo suficientemente fascista»
El escritor zaragozano presenta su nueva novela, Castillos de fuego (Seix Barral), ambientada en el Madrid de entre 1939 y 1945, y charla con El Debate sobre su trama y sus personajes
Es uno de los novelistas más destacados de España, con una docena larga de títulos y colaboraciones en el cine. En este nuevo libro, presenta un relato coral y extenso que se sitúa en el Madrid de la posguerra, con una minuciosa ambientación fruto de años de lecturas, investigación y consultas a muchas hemerotecas. Su estilo es conciso, con adjetivación a vece escueta, pero efectista y evocadora. Cobra gran fuerza el diálogo, la atmósfera y su trabajo de la elipsis. A lo largo de 700 páginas aparecen profesores republicanos purgados en la universidad, niños del Madrid miserable que cazan ratas, olores de eucalipto y agua oxigena en una consulta médica, y un cine que cada vez está más presente en la vida de los españoles. Hablamos en la antigua Casa de Fieras del Retiro (Madrid), y hoy biblioteca municipal, con Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), autor de Castillos de fuego (Seix Barral).
–Castillos de fuego arranca con la comitiva que lleva a José Antonio de Alicante al Escorial. ¿Esa escena sirve como marco y contrapunto para los personajes principales?
–La escena representa una de las muchas celebraciones del régimen de ocupación del espacio público, algo importante para el régimen. Los vencedores demuestran que han vencido y que son los que pueden ocupar las carreteras, las calles. Por otro lado, también pasean a una figura mítica como es José Antonio Primo de Rivera, que al fin y al cabo es la gran víctima para los franquistas. Es como una figura tutelar que, al mismo tiempo, otorga una especie de legitimidad histórica. Es la víctima más prestigiosa y va a permitir a Franco utilizar un poco la Falange para sus propios intereses. Además, esta es una novela en la que aparecen muchas escenas de masas, porque a los totalitarismos y las dictaduras les gusta mucho sacar a la gente a la calle. Son movimientos de masas un poco estremecedores, pero, por otro lado, también muy estéticos. Las dictaduras resultan todas muy fotogénicas, las de derechas y las de izquierdas. Y me parece que era importante reflejar ese ambiente, un ambiente en el que los vencedores ocupaban el espacio público y llevaban a cabo ese tipo de celebraciones que consistían, en definitiva, en mantener viva la llama de la victoria.
–La escena también sirve para introducir a dos personajes que evidentemente no están identificados con el régimen. ¿Eso ya nos plantea un contraste, al presentarlos en un entorno hostil?Muchísimas personas querían llevar durante dos kilómetros los restos de José Antonio
–En ese comienzo de novela se plantea cómo alguno de los personajes tiene que purgar un pasado. Y al mismo tiempo hay otros personajes opuestos, como Revilla, un falangista de primera hora y, por tanto, un hombre que va a vivir de los privilegios del régimen y que tiene el poder suficiente como para limpiar el pasado de otras personas. Hay quienes pertenecen a esa nueva España por derecho propio, porque ya antes de la Guerra Civil ya habían mostrado su lealtad a los que luego iban a vencer. Y luego están los que, por el motivo que fuera, formaron parte de la otra España, pero desean incorporarse al lado de los vencedores, y se les va a pedir un precio. En esa primera escena, Matías Revilla habla de Serrano Súñer, que aparece por ahí en ese momento, y, al mismo tiempo que habla con cierta devoción de él, recuerda: «Pero este hombre estaba en la CEDA, no estaba en la Falange, los auténticos somos nosotros, los que desde el primer momento estuvimos al lado de José Antonio».
–¿Fue muy relevante ese momento?
–Aquel era un momento histórico importante. En 1939, tres años después de que fuera fusilado José Antonio en Alicante, mucha gente se sumó a esa peregrinación que tenía algo de religioso. Muchísimas personas querían llevar durante dos kilómetros los restos de José Antonio, porque todos querían participar de un momento histórico. Había algo fundacional ahí, es decir, un régimen que se establecía para ser duradero y para vivir siempre bajo la advocación de la figura casi cristiana o religiosa de José Antonio. Nadie quería dejar de participar en la historia, era entrar en la Historia con mayúsculas. Me acuerdo de las memorias de Mercedes Fórmica, por ejemplo. Habla de ese momento con gran emoción. Fórmica luego tuvo una evolución que la alejó de la Falange, y podríamos hablar de ella incluso como una especie de proto feminista, o feminista dentro de un orden. Es una mujer que, en un momento dado, el poco poder político que tuvo lo destinó a intentar mejorar la situación legal de las mujeres. Y ella, en sus memorias, habla de la intensa emoción que sentía participando en ese séquito, en ese cortejo fúnebre, y es porque realmente ellos creían que estaban haciendo historia. Luego el tiempo ha pasado, y los restos de José Antonio ya ni siquiera están en El Escorial. Luego se los llevaron al Valle de los Caídos, y probablemente dentro de poco los trasladen a un cementerio privado.
El régimen de Franco quiso ponerse bajo la advocación de la figura casi cristiana o religiosa de José Antonio
–Un personaje (Trilla) habla de un chico de unos catorce años que había colaborado en el maquis, y luego se integra plenamente. Trilla dice que, en el momento en que le entregó un arma a ese chaval, selló su destino ¿Hasta qué punto los personajes están predeterminados?
–Muchos de ellos tenían un destino que ya arrancaba de atrás. Lo que tú habías sido durante la guerra ya te marcaba para lo que tenías que ser después. La familia a la que pertenecías te marcaba también. En aquel momento nadie tenía las riendas de su propia vida. Uno de los grandes temas de la novela realista es precisamente el choque entre los destinos individuales y los destinos colectivos. Y, gracias a Dios, la democracia nos permite más o menos controlar nuestro propio destino. Hasta cierto punto. No necesariamente somos gente encadenada a un destino que las circunstancias han decidido. Para mí, uno de los momentos más bonitos de la novela es cuando Cristina, la hermana de Eloy, va a Aranjuez y se asoma al río. Entonces se da cuenta de que el río desemboca en Portugal. Y se dice: ‘Si yo ahora me echara y me dejara llevar flotando, podría irme a otro sitio y no necesariamente tendría que vivir esta época, esta sociedad, este país; podría vivir una vida distinta’.
–La novela se ambienta en Madrid, una ciudad con doscientas checas durante la Guerra Civil. Y estamos precisamente en la Casa de Fieras, un lugar de nefastas escenas durante la guerra. ¿Lo que sucede en los años 30 inmoviliza a los personajes en la postguerra?
–Son años convulsos, pero no sólo los años 30. Sobre todo, lo peor de todo es que coincide la gran tragedia colectiva, la Guerra Civil, como prólogo a una tragedia aún mayor, que es la Segunda Guerra Mundial. Por otra parte, la República abre los ojos a algunas, que de repente ven que su vida puede ser de otra manera. En la República el papel de la mujer cobra otra dimensión y, tras el 1 de abril del 39, la mujer como tal sufre un retroceso en sus condiciones y en su reconocimiento como persona jurídica. Todo eso se va a arrastrar durante décadas, y es algo a lo que a las chicas que han vivido la pequeña liberalización previa a la guerra les va a costar acostumbrarse.
La historia completa de Ridruejo nos proporciona un retrato de alguien que merece ser respetado
–En la novela aparece Dionisio Ridruejo, que se enfrenta a Franco, a quien critica por ser un mero reaccionario y no un auténtico nacionalsindicalista. ¿Es un personaje que representa lo contrario a los demás; es Dionisio el que reivindica la autenticidad?
–Dionisio Ridruejo es un personaje interesantísimo, y seguramente la imagen que transmito de él está muy influida por todo lo que vino después. En aquel momento, él podía formar parte de la aristocracia del régimen, pues había hecho méritos más que suficientes; por antigüedad, por haber trabajado en los servicios de propaganda, por cercanía a los mandamases, por haber sido un héroe de la División Azul. Era un hombre que podría haber vivido de las prebendas del régimen y haberse olvidado de sus antiguas veleidades revolucionarias como falangista. Sin embargo, por una idea de integridad suya y de coherencia moral, se aparta del régimen de Franco, se aparta de la figura de Franco y se condena a sí mismo. A partir de ese momento empiezan los sucesivos destierros por los que va pasando Dionisio Ridruejo. Es verdad que en ese momento él es un representante del fascismo puro y duro. Lo que le está reprochando a Franco es que no es lo suficientemente fascista, que se ha convertido, como usted acaba de decir, en simplemente un general reaccionario y que está traicionando a sus ideales. Esa parte idealista de Dionisio Ridruejo es la parte, digamos, de honestidad e integridad moral que lo rescata, a pesar de que las ideas que entonces defiende son equivocadas. Pero en su evolución posterior se va a colocar como una de las figuras que se sacrifican por limpiar la imagen de Falange, y por limpiar los ideales primigenios en los que él creyó en la época en que todavía José Antonio estaba vivo. Yo creo que es una figura que se ha reivindicado mucho a lo largo del tiempo. Él murió poco antes que Franco, en el mismo año 1975. Muere y no sabemos qué habría ocurrido con Dionisio Ridruejo, si hubiera sobrevivido unos cuantos años más. En todo caso, la historia completa de Ridruejo nos proporciona un retrato de alguien que merece ser respetado.