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25 de abril de 2024

Libro «Para ser un buen periodista» (CEU Ediciones), de G. K. Chesterton

Libro «Para ser un buen periodista» (CEU Ediciones), de G. K. Chesterton

El debate de las ideas

En casa (I)

Una aproximación al hogar y lo doméstico en G.K Chesterton y a la actualidad de algunas de sus ideas

Una conocida anécdota sobre G. K. Chesterton cuenta que un día, en medio de sus viajes por Inglaterra dando conferencias, sin saber bien qué tenía que hacer a continuación, mandó un telegrama a su mujer, Frances Blogg, con este escueto mensaje «Estoy en el mercado de Harborough. ¿Dónde debería estar ahora?», a lo cual su esposa le contestó con otro telegrama «En casa».
La anécdota sirve aquí para presentar el libro publicado por Rialp que reúne diversos textos de Chesterton sobre la familia bajo el título de Historia de la familia. Sobre la única institución que crea y ama a sus propios ciudadanos. Originalmente publicado en inglés por Ignatius Press, la selección y presentación ha sido realizada por Dale Ahlquist, uno de los principales expertos sobre G.K. Chesterton, co-fundador y presidente de la American Chesterton Society que, entre otras iniciativas, publica la revista Gilbert y promueve la Chesterton Academy. Ya hace más de tres décadas Álvaro Da Silva realizó otra recopilación, Brave new Family, traducido luego al español como El amor o la fuerza del sino (publicado entonces por Rialp y vuelto a publicar hace unos años por Renacimiento). Aquel libro produjo en su día cierto revuelo en círculos católicos estadounidenses por algunas de las posiciones de Chesterton respecto al papel de la mujer en el hogar así como su opinión sobre el trabajo fuera de casa.
Si bien ambas publicaciones contienen citas y textos sobre diversos temas ligados a la familia (matrimonio y divorcio, control de la natalidad, educación, etc.), merece la pena detenerse precisamente en su visión del hogar y lo doméstico. Porque en ese ámbito, como en otros, el escritor inglés fue en gran medida profético aunque, lógicamente, en algunos aspectos pudo estar atado a su época o a su propia biografía.
Así, si bien Chesterton no pudo en su día vislumbrar el impacto, por poner un ejemplo, de las pantallas en nuestra vida familiar, gran parte de sus textos mantienen su frescura y vigor y enlazan a la perfección con preocupaciones contemporáneas. Entre estas destacan el problema de la vivienda para poder formar una familia; la constatación de que el trabajo fuera de casa para muchas mujeres no supone la prometida liberación; o, quizás, la más importante: el hecho de que niños y jóvenes están hoy sin educar porque no se está con ellos y se ha delegado en la escuela lo que ella –sea pública, privada o concertada– no puede proporcionar.
El hogar, como escribió Chesterton, «es una paradoja, pues es más grande por dentro que por fuera. Y el cometido que se lleva a cabo en él es nada menos que la formación de los cuerpos y de las almas de la humanidad.» Cuando no se lleva a cabo, la sociedad se rompe, se diluye, se cae en el totalitarismo y somos esclavos.

Un hogar supone una vivienda

Escribe Chesterton: «Como todo hombre normal desea una mujer, y unos niños nacidos de una mujer, todo hombre normal desea una casa propia donde meterlos. No quiere simplemente un techo encima y una silla debajo; quiere un reino objetivo y visible, un fuego en el que pueda cocinar la comida que quiera, una puerta que pueda abrir a los amigos que él elija. Esta es la apetencia natural de los hombres, y no digo que no haya excepciones.»
Para Chesterton la familia, como institución basada en el matrimonio, es más importante que el propio Estado. Y tiene que hacer frente a dos fuerzas demoledoras, el propio Estado y la gran corporación. Pero para poder ser independiente, una familia necesita la propiedad, para empezar, la propiedad de la vivienda. La idea de familia y el papel del hogar, y en consecuencia de la vivienda, está fuertemente ligada al distributismo de Chesterton. Parece escrita para hoy esta aseveración: «Si las condiciones de la vivienda pueden describirse como un obstáculo para la propiedad, son igualmente descritas con entusiasmo como un obstáculo para el matrimonio».
Todo esto se explica también ya en el contexto de su época por el hacinamiento en las ciudades de familias de obreros llegados del campo y condenados a malvivir. Por eso, su idea inicial de vivienda como propiedad estaba ligado a una casa independiente, ya que como él declara «la idea del contacto con la tierra y con los cimientos, así como la idea de separación e independencia, forman parte de este aleccionador panorama humano», a lo que añade: «Independientemente de que podamos o no proporcionar a cada inglés un hogar propio y libre, al menos deberíamos desearlo».
El panorama de los problemas de acceso a la vivienda para las jóvenes generaciones pone de manifiesto la actualidad de las ideas de Chesterton. Un país de propietarios es un país de personas arraigadas a algo, también de ciudadanos en gran medida independientes. Y cuando no es así, se entra en ese «no tendrás nada y serás feliz», la pretensión totalitaria de tener una masa de individuos sin lazos y errantes, en absoluto de pretendidos profesionales cualificados capaces de saltar de un sitio a otro del mundo, sino de obreros baratos y dependientes.
En esta línea se puede entender el impacto en algunos países el movimiento de «vuelta a la tierra» (back to the land movement), el agrarianismo tan ligado a Chesterton, pero también el debate que debe abrirse para que las nuevas generaciones tengan acceso a la vivienda. Leer entre otros a Wendell Berry es volver a visitar esa visión de la propiedad y en concreto una propiedad arraigada en la vivienda familiar y en un terreno propio. No podremos tener todos «3 acres y una vaca», pero el sentido de fondo del lema distributista queda claro.

La falacia de la «liberación»

Quizás la idea más llamativa para algunos ojos contemporáneos es que Chesterton ya hace cien años consideró que el trabajo de la mujer fuera de casa no era siempre una buena idea. Creía que es en el hogar donde se puede (y se debe) educar a los niños realmente, para lo que hace falta una energía y un tiempo que no se tiene si se trabaja fuera de casa. Y sí, pensaba que la mujer era inicialmente la que estaba mejor dotada para ello.
Para Chesterton la pretensión liberadora del trabajo fuera de casa tenía más que ver con mujeres pudientes de la época que se aburrían -y que además dejaban en manos de terceros la educación y el cuidado de sus hijos─ que con la vida real de la mayoría. «Este asunto de la mujer en el trabajo y la mujer en casa es un tema muy amplio» afirmaba. Y añadía: «Los progresistas nos dicen continuamente que la esperanza del mundo está en la educación. La educación lo es todo. Nada es tan importante como la formación de la nueva generación. Nada es realmente importante, excepto la nueva generación. Nos dicen esto una y otra vez, con ligeras variaciones». Para concluir que «si la educación es realmente el asunto más importante, entonces realmente la vida doméstica es el asunto más importante; y la vida pública o profesional es el asunto menos importante.»
Las mujeres podían –podíamos– ver esto como una carga, nadie puede negar ni el peso ni el peaje de «quedarse» en casa ni Chesterton lo hace. Pero también podemos ver, y él lo señala, sus indudables ventajas: ser tu propio jefe, organizarte como buenamente puedes (y sabes y quieres en su caso). Y la más importante, estar segura de que estás haciendo lo que nadie puede hacer mejor que tú allí donde eres insustituible: educar a tus propios hijos como ningún otro puede educarlos.

De la necesidad (y del miedo), virtud

Lo cierto es que el miedo al divorcio es hoy el principal motor de esa necesidad de trabajar fuera de casa, la temida dependencia económica, o el simple hecho de que con dos sueldos no basta.
Por otro lado, como ocurre con la prolongación de las jornadas escolares (o las actividades para que los niños estén todo el día ocupados), o la escolarización desde los 3 meses, se hace de la necesidad virtud, o así lo justificamos.
En realidad, los niños ya socializan en su casa y reciben la mejor estimulación temprana si hay hermanos. Hay algo dolorosísimo en dejar a un bebé todavía lactante en manos ajenas, mucho más a cargo de alguien que tiene otros muchos bebés a su cuidado. Los niños ya no juegan, tienen su vida repartida en múltiples actividades. no tanto por ellos como por los horarios de los padres.
Si confío en ti y en que no me vas a dar puerta, puedo plantearme «quedarme» en casa por los hijos; si el matrimonio se basa en la desconfianza, no puedo porque estoy aterrorizada ante la posibilidad de un divorcio que me deje en la calle. Y esta es la situación real que el autor ya previó.
Pero con todo esto, a pesar de ello, hoy algunas mujeres y familias se plantean: ¿de verdad lo mejor como familia es siempre trabajar los dos fuera de casa? Y sí, algunas medias jornadas o, en su caso, el trabajo desde casa pueden ser estrategias para sobrevivir mejor, pero también hay otras posibilidades.

Chesterton, la «vuelta a casa» y las amas de casa radicales

Lo que Chesterton ya apuntó en su día conecta así en la actualidad con movimientos que ponen en duda la idea de que el trabajo fuera de casa para las mujeres con niños sea la única vía, la deseable, y que cualquiera otra es siempre impensable. Ya escribía el autor hace más de diez décadas: «Hay pruebas, como he señalado, de que las personas más obcecadas, incluso aquellas de corte más progresista, están empezando a recuperar el sentido de la realidad a este respecto. La gente ya no está tan convencida de que la libertad consista en vagar con la llave de casa sin tener un hogar. Ya no están totalmente seguros de que cada ama de casa es aburrida y prosaica, mientras que cada contable resulta ser intrépida y poética.»
Hace diez años Emily Matcher, una periodista especializada en viajes, publicó La vuelta a casa (Homeward Bound, Simon & Schuster 2013), con el explícito subtítulo de Por qué las mujeres están abrazando la nueva domesticidad. El libro analizaba algunas tendencias sociales que no han hecho sino incrementarse en los últimos años, tanto por la pandemia como por diversos cambios y circunstancias. Tres años antes del libro de Matcher, ya Shanon Hayes había abordado el tema con un texto sorprendente, Amas de casa radicales: recuperar la domesticidad ante una cultura consumista (Radical Homemakers: reclaiming domesticity from a consumer culture).
¿Qué tiene en común ambos? El poner de manifiesto que una vuelta a casa, al hogar, de algunas mujeres agotadas del trabajo fuera de casa (en su caso incluso «ejecutivas», en otros casos no), es algo deseable, defendible, incluso factible, aunque no sin peajes ni dificultades. Mientras el libro de Matcher es más superficial y pone el acento en el auge de algunas actividades domésticas, el de Haynes se aproxima al tema poniendo en duda el sistema actual desde la crítica al consumismo, también muy en línea con la «sostenibilidad», aunque en algunos casos este último texto tiene excesos notables en cuanto al simple y llano sentido práctico o sentido común. Si bien se echa de menos un análisis más profundo en ambos textos, la conclusión es similar a la de Chesterton: la casa, el hogar, es el centro de la vida, no un apéndice que «mantener» para generar brazos para el Estado o la corporación. Nos jugamos demasiado.

Más allá de las tradiwives: las hijas o nietas de las liberadas

Son las propias hijas o nietas de aquellas que en los 60 o más adelante salieron a trabajar fuera de casa las que se están planteando esto, por lo que en ningún caso puede considerarse reducido al fenómeno de las tradiwives (‘esposas tradicionales`), que es como algunos presentan el tema para escamotear o simplificar la apertura de un debate necesario.
Así lo han hecho de modo mayoritario los medios españoles, y muy especialmente las revistas femeninas y los suplementos dominicales, dominados hoy sin casi excepción por la ideología de género, pero sobre todo, por un discurso absolutamente elitista y ajeno a la realidad de las mujeres y los hombres que no tienen una ´carrera´, sino un simple trabajo con el que sacar a sus familias adelante y poner algo encima de la mesa.
Volver a casa, intentar en su caso poder quedarse en ella por los hijos, no es un simple movimiento pendular o reaccionario más propio de instagramers y etiquetas fáciles, es algo más profundo, diverso y amplio. Tampoco puede presentarse esto como la «amenaza conservadora», aunque sí si se trata de conservar a la especie humana en el sentido pleno de la palabra ´conservar´ y ´humana, precisamente el de la ´sostenibilidad humana´.
El tema no es mirar con nostalgia a los años cincuenta, sino considerar que quizás, como posibilidad y deseo real –no nos atrevemos hoy ni a expresar ese deseo, no vayamos a ser tachadas de algo–, el poder quedarse en casa unos años no era en absoluto una mala idea. Pero pasamos entonces a constatar que hoy es una opción impensable para muchas familias que no pueden ni planteárselo. Y que hay que desmontar el marco de pensamiento dominante políticamente correcto que choca con la realidad de familias digamos que ´normales´, no las formadas por exitosos ejecutivos y una pléyade de ayudas en casa. Muchas personas que se sienten como hámsters: lo que está claro es que corren en una rueda interminable. Así lo explican, aún tangencialmente, Haynes y Macher.
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